12

 

 

 

 

Cuando el músico atravesó la puerta, localizó a Coryn, sentada en el mismo sitio al final de la mesa con sus hijos. Llevaba un jersey de cuello vuelto blanco. Kyle siguió los consejos de Jane y se sentó en su sitio. Oyó varios «feliz Navidad», y respondió: «¡Igualmente!». Se le pasó por la cabeza enviar un SMS a Patsi. Pero no hizo nada y devoró todo lo que sirvieron, interviniendo en las conversaciones. Aguardó prudentemente a que terminara la comida para encontrar la ocasión de hablar con la joven mujer rubia. Para estar cerca de ella un momento más. Para sentirse… feliz. ¿Era o no era Navidad? «¿A cuántos momentos como este tenemos derecho en la vida?»

Coryn se levantó con el bebé sin volverse ni una sola vez hacia él. Kyle la siguió discretamente con la mirada. Jane apoyó una mano en su brazo.

—Ve a prepararnos el café, por favor. He dicho a todo el mundo que eras el rey del café. Y tú, Malcolm, ya que pasas por aquí, ¡ve a ayudar a Kyle a la cocina!

—A ver, ¿cómo va ese brazo? —preguntó el músico cerrando la puerta detrás del niño.

—Bien. Estoy curado. Pero —añadió con inquietud— mamá ha dicho que no tengo que contar que te conozco.

—¿Te acuerdas de mí?

El chaval asintió.

—Entonces podemos explicar que somos amigos desde que eres mi pinche en la cocina.

—¿Qué hago?

Kyle le propuso que colocara las tazas en las bandejas.

—No he tenido la oportunidad de decírtelo en persona, Malcolm, pero siento mucho lo que pasó.

El niño se encogió de hombros y aseguró que era culpa suya, de todos modos. Que ahora estaba atento cuando cruzaba la calle.

—¿Te han puesto clavos?

—No. Me han puesto una especie de tornillos que desaparecen solos.

—¿No te los van a quitar? —preguntó Kyle mientras vertía agua en las cafeteras.

—Bueno, han dicho que no hacía falta.

—¿Ya no te duele?

—¡No! Según el médico, puedo hacer todo lo que quiera. Menos boxear.

Transcurridos un par de segundos añadió que no le gustaban las riñas. El tono de Malcolm impresionó a Kyle. El pequeño dejó la última taza y alzó la vista hacia él.

—He dicho a la policía que no sabía lo de mamá. No sabía lo que papá le hacía a mamá.

El músico se arrodilló.

—No es culpa tuya.

—Es buena, mamá. No entiendo por qué le ha pegado.

—Es complicado de entender y de explicar. Incluso para nosotros, los mayores.

El crío lo miró fijamente. Se parecía a Coryn. «Tiene su pelo y sus ojos claros.» Kyle pensó que era algo bueno.

—Lo odio.

Malcolm metió las manos hasta el fondo de los bolsillos de sus vaqueros y soltó muy deprisa que no sabía por qué su mamá no había contado nada.

—A veces es solo porque… no es posible decir las cosas en el momento. Y después, ya no puedes. Poco a poco pierdes la costumbre de hablar, sobre todo cuando tienes miedo.

—¿Tú ya has tenido miedo?

—¡Miles de veces!

—¿Cuándo?

—Cada vez que subo a un escenario.

—Yo también, me pasa igual cuando la maestra me dice que recite el poema.

La puerta se abrió y apareció Coryn, seguida de Daisy. Sonrió de una manera que habría podido tumbar a Kyle de no haber tenido la mano apoyada en el hombro de Malcolm.

—Jane me ha pedido que viniera a ayudaros.

—No nos las arreglamos del todo mal —respondió el joven levantándose y dando las gracias a su hermana, a Papá Noel, a los astros y a la Suerte—, pero nos encanta que nos ayudes.

Coryn echó un vistazo a las bandejas y precisó que habían olvidado las cucharas. Confió el azúcar a Daisy y la leche a Malcolm.

—Vigila a Christa en su balancín, por favor.

Los niños salieron. La puerta se cerró, Kyle y Coryn se encontraron cara a cara.

—Feliz Navidad —dijo él.

—Feliz Navidad a ti también.

De forma tan milagrosa como simultánea, ambos hicieron a un lado su atormentada noche. Kyle solo veía la sonrisa de la joven mujer rubia, que volvió a transportarlo al presente. La encontró incluso más hermosa que la noche anterior, y ella no dijo nada del vacío que había sentido tras su partida. Ni que había permanecido tumbada sin cerrar los ojos hasta el amanecer.

—¿Cómo estás?

¡Oh! Coryn murmuró que se encontraba mejor que el día anterior. Y mucho mejor que dos días antes… Vio las ojeras de Kyle, pero fingió lo contrario. Hay preguntas que no se hacen. Sonrió de nuevo y puso la primera cafetera en una de las bandejas. Luego se apostó delante de la segunda, que terminaba su cometido con ruido y lentitud. Kyle se acercó a ella y le preguntó cómo se lo estaban tomando los niños.

—Daisy es muy pequeña. Pero Malcolm…

Levantó la vista hacia el músico.

—Le he dicho que su padre me había pegado y que no era la primera vez.

—Has hecho lo que tenías que hacer. Hay que responder a sus preguntas.

Su mirada la perturbó. ¿Sabía él por lo que había pasado? ¿Por lo que había pasado realmente?

—No tenías otra solución, Coryn. Al marcharte los estás protegiendo también a ellos.

La cafetera anunció alto y fuerte que ya estaba lista. Coryn alargó la mano para cogerla. Kyle estuvo a punto de alargar la suya para tomársela entre los dedos. Pero el «fantasma» de Jane le tiró de la oreja. Kyle dijo que había hecho bien en quitarse la alianza. Coryn se acordó de que la tenía en el neceser.

—Júrame que jamás, jamás… volverás con ese desgraciado. Por mucho que te diga. Por más excusas que te dé, porque te pedirá perdón, eso seguro.

Coryn dejó la cafetera. Lo miró, y él vio todo su odio.

—No soy muy valiente, pero creo que sí lo suficiente para vivir sin él a partir de ahora.

—¿Piensas volver a Inglaterra después del juicio?

—¡Oh! No lo sé. Muchas cosas dependen del juicio y del divorcio.

—¿Sabías que conocí a tu hermano en Londres?

—No —respondió Coryn sin vacilar—. No nos llamamos mucho.

Su instinto la hizo mentir —incluso a Kyle—, pero porque le dictaba con autoridad que nadie debía saber nada, aparte de ella y de Jack. Kyle le resumió lo de la dedicatoria, la tarjeta de Timmy, su camisa roja entre el público. Ella dijo que no volvería a casa de sus padres. Que no lo entenderían y la devolverían a Jack en cuanto pudieran.

—No quiero avisar a mi familia de momento.

—¿Tienes dinero? Puedo ayudarte…

—Te lo agradezco. Mi abogado se ocupa de todo. Y… he decidido confiar en él.

—Si necesitas cualquier cosa, Coryn, te pido que me lo hagas saber.

—Lo que necesito —insistió ella como si hiciera una promesa— es salir de esta por mí misma. Durante todos estos años Jack me ha repetido que sin él yo no soy nada.

Kyle asintió. Añadió que no se lo perdonaba. Que si hubiera seguido su instinto…

—No, Kyle. No tienes nada que reprocharte.

Luego inclinó la cabeza y afirmó que nunca se vieron en aquel parque.

—Claro. Jane me lo explicó ayer. O anoche, no lo tengo muy claro.

Kyle sonrió de tal forma que empujó a Coryn a coger una de las bandejas. Él hizo lo mismo con la otra. Luego, como si tal cosa, antes de abrir la puerta le preguntó cómo estaba el abedul. Ella respondió que había perdido todas las hojas.

Ambos se colocaron a un extremo de la mesa. Coryn sirvió las tazas y Kyle las fue pasando a los demás. Se sumaron a la conversación del comedor. Sin escuchar nada. Sin mirarse. Sus codos se rozaban. Sus brazos se aproximaban por voluntad propia. Durante un buen rato se buscaron y solo sintieron el vacío.

—Es la mía —dijo él—. Llénala hasta arriba. Me he saltado el desayuno.

Ella le ofreció una taza que casi rebosaba antes de volver con prudencia a su sitio, en el otro extremo, y él se sentó al lado de Jane.

—¡Oh! ¡Mirad! ¡Está nevando! —exclamó uno de los niños levantándose.

—Pero en San Francisco no nieva, ¿no?

—¡Pues hoy sí!

El instante preciso en que los destinos se cruzan
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