11
Fue en el instituto donde Kyle hizo amistades decisivas: Steve y Jet. Montaron un grupo de rock y, triunfales como los adolescentes que eran, se lo comunicaron a Jane.
—Entonces ¿no tocarás música clásica?
—Pues no sé. Cuando sea viejo, seguramente. A ver, más viejo que tú ahora.
Los chicos se echaron a reír, y ella le preguntó qué necesitaba.
—Una guitarra.
Jane le compró su primera guitarra y fue su primera espectadora. Kyle escribía letras incomprensibles para las que ella no tenía calificativos. Las berreó en todos los pequeños escenarios que los acogieron, y cuando Jane lo veía tirándose por el suelo, se decía que sus dos colegas no tenían la misma necesidad imperiosa de dar rienda suelta a tanto exceso.
Estaba sorprendida. No, lo cierto es que estaba pasmada. Había comprendido que algo estaba latente en él. La clase de pulsión que te anima, te exalta o puede destruirte… No había imaginado, ni de lejos, que esa pulsión fuera tan poderosa. Tampoco pasaba nada porque se exteriorizara así, puesto que, de todos modos, iba a exteriorizarse tarde o temprano. Sí, era preferible que Kyle berreara a que cantara, que se tirase por el suelo a que llevara esmoquin, que destrozara las palabras a que cometiera cualquier otra estupidez. Eran preferibles sus espantosas camisetas, su pinta de fantasma, su melena despeinada, incluso el insoportable mechón que le tapaba los ojos, a verlo privado de sus alas. ¿Qué haría sin alas? «Un pájaro como Kyle solo puede morir si se lo enjaula.»
—¡Con tal de que la Suerte se fije en él…! —confesó a Susie, su compañera de cuarto, que comía un muslo de pollo tras otro a dos manos.
—¿Quieres que te ayude?
—¿Por qué no?
—Pásame la mayonesa y otro muslo de pollo. ¡Caray! Están de rechupete, ¿no crees?
—Sí, sí —dijo Jane sin haberlos probado—. ¿Y qué propones?
—¡Pues juntas vamos a rezarle a la Suerte!
—Te lo agradezco —repuso Jane, si bien no las tenía todas consigo.