Los sospechosos y la noche del crimen
• Ramona, la tarde-noche en la que murió Julio, había tomado la determinación de resolver su deuda de una vez por todas. Confiaba en sus armas de mujer y en someter a Julio, que en cuanto a su vida afectiva tenía el mismo desorden y confusión que en su vida financiera, pero si debía recurrir a otros procedimientos, incluida la violencia, estaba dispuesta a ello.
• Francisco tenía acordada una cita con Julio la noche que murió. Primero le había dado hora para las cinco de la tarde, pero aquel mismo día por la mañana le llamó un empleado del prestamista para pedirle que retrasara la cita. La nueva hora que le dio por la noche, una vez cerrado el negocio, se aproximaba peligrosamente a la que según el dictamen forense debió suceder el crimen.
• Herminia se había propuesto demostrar la catadura moral del sujeto que tan vilmente la había engañado. Primero, lo denunció en los tribunales, pero por si eso fuera poco, se había predispuesto a hacer todo lo que estuviera en su mano para recuperar lo que era suyo. A la hora en que debió de producirse la muerte de Julio, Herminia carecía de coartada firme. Sumida en su obsesión por recuperar lo que le había sido arrebatado con malas artes, pasaba horas paseando y maquinando en solitario. Aquella noche, según su testimonio, había estado sola dándole vueltas a la cabeza. Preguntada por la pistola que se había procurado, dijo que la había perdido hacía poco, echándola de menos precisamente unos días antes del crimen.