Solución del enigma
Éste fue el conocido crimen de la Plaza de Santa Ana. Ocurrió en Madrid a las nueve y media de la noche del 4 de junio de 1955. La víctima, Irene López Navarro, de 31 años, trabajaba en el bar de alterne Asturias, situado en el callejón de Fernández y González, muy cerca de la plaza de Santa Ana. El asesino fue Claudio Díez Royo, un seductor muy especial porque aparentemente no disponía de cualidades para serlo. Tenía entonces 53 años de edad, era muy bajo, 1,56 de estatura, y tan calvo que le habían puesto como sobrenombre «El Pelón». Su cara tampoco era nada especial: tenía los ojos pequeños y achinados, los labios gruesos y el de arriba partido. El óvalo del rostro era afilado y delgado. Es decir, que a priori carecía de cualidades físicas para ser un conquistador y tampoco estaba en edad de serlo. Pero alguna cualidad extraordinaria debía poseer porque tenía el pupilaje de nada menos que seis mujeres, media docena de desgraciadas a las que sacaba los cuartos y dominaba con sus continuos actos de violencia. Porque, además, Claudio tenía mal carácter. Habitualmente las amenazaba de muerte si pensaba que no le daban cuenta de todo lo que habían ganado. Tenía seis mujeres a sus pies, aunque eso sí, sólo una de ellas, que se llamaba María Amor, confesaba hallarse verdaderamente enamorada de él. La profesión de Claudio Díez era la de ebanista y estaba considerado como un auténtico manitas trabajando la madera, aunque era un oficio que tenía totalmente abandonado.
La noche del crimen, salió con Irene del bar Asturias. Por la plaza iba con ella aunque sólo por un instante se abrazó amorosamente con el lado izquierdo de su cuerpo mientras con el brazo derecho, en un golpe rápido y traidor, le seccionaba el cuello con la navaja barbera que había comprado esa misma tarde. Luego se escapó de la escena del crimen gritando: «¡Ése ha sido! ¡Ése ha sido!». Él era el hombre calvo que vieron correr.