Imaginar cómo ocurrió el crimen
Investigar un crimen es siempre el comienzo de una gran aventura. Hacerlo como periodista de investigación es una tarea absorbente que a veces se hace interminable. Una labor que no acaba con la detención del criminal, sino con el esclarecimiento de las circunstancias. Quienes logran encarar el trabajo hasta el fondo consiguen el placer de los elegidos: retratar una época, ahondar en la personalidad humana, en sus aspectos más sombríos, y la recompensa, sin igual, de conocer la verdad. Al principio todo es bruma, duda e intriga, pero a medida que se conocen los hechos, se combinan los datos, se barajan las posibilidades, se va abriendo el suspense hasta permitir vislumbrar la solución, Es lo que ocurre una y otra vez en los casos reales aquí tratados, formidablemente resueltos por la Policía y la Guardia Civil. A mí me gusta decir esto, y cada vez que tengo oportunidad, lo digo, ya sea en la radio o en la televisión: la Policía española es muy buena, está muy preparada, tiene buen olfato, con un más que aceptable número de sabuesos capaces de rastrear al más inteligente de los asesinos. Eso vale igualmente para la Guardia Civil. En los asuntos que se exponen a continuación aparecen los hechos, tal como se conocieron, extraídos de crónicas, indagaciones policiales o legajos judiciales, e inmediatamente después, se presentan los sospechosos, las pistas.
El lector, que debe asumir el papel de detective, podrá comprender a medida que avance en la lectura de este libro singular las dificultades y peripecias de los policías para resolver los asuntos criminales. En todo momento se ha respetado el orden de lo que conocieron y las informaciones complementarias que fueron sumiendo al mismo tiempo que ahondaban en su trabajo. Policías y agentes de la Guardia Civil supieron valorar correctamente declaraciones e indicios hasta trazar una hipótesis. Quien no es capaz de imaginar cómo ocurrió el crimen es incapaz de resolverlo.
Los periodistas investigan de forma diferente a como lo hacen policías o jueces. Su función no es detener al criminal, sino informar a la opinión pública. En este libro se unen ambos caminos para ofrecer un retrato completo de cada asunto que se investiga. El propósito es disfrutar de intrigas bien resueltas, pero también generar afición o incluso levantar vocaciones de jóvenes investigadores que el día de mañana pueden ser periodistas, policías o jueces. En cada profesión se indaga de manera distinta; pero sólo hay una investigación válida: la que permite conocer la verdad. Este objetivo es tan complejo que permite el gozo de la lectura, el ejercicio de la memoria, la gimnasia de la capacidad deductiva y el reto de la inteligencia.
Conocer de crímenes y criminales es un hecho saludable porque permite abrir camino a la prevención. Sólo sabiendo lo que ocurrió, y teniendo con qué comparar, es posible extraer consecuencias y por tanto prepararse ante eventualidades que nos pueden hacer vulnerables.
La prevención del crimen, como la de la enfermedad, pasa por distintas fases pero no puede lograrse sin el conocimiento derivado del estudio. Igualmente precisa de la investigación, porque es el único modo de descubrir las motivaciones profundas de quienes se saltan todos los tabúes para atentar contra seres de la misma especie. Un investigador se crece ante los enigmas, ejercita sus potencias, y cuando logra su objetivo, siente que toda la humanidad ha ganado una nueva batalla. Ni que decir tiene que «firmas», rastros e indicios de asesinos en serie, no son, en ocasiones, otra cosa que el comportamiento repetido, una y otra vez, que quizá pudo observarse en un crimen aislado, probablemente por un asesino que no tuvo mayor oportunidad de perpetrar otros delitos. La paciencia, el concienzudo arte de pensar, puede ejercitarse ante esta sucesión de enigmas que se presentan como otros tantos éxitos policiales, y que una vez asimilados, nos ayudarán a evitar las trampas del futuro.