La extraña visita
Manuel tiene una personalidad anárquica y un comportamiento desordenado.
Durante gran parte de su vida fue actor. Los que le conocieron sobre un escenario dicen que era bastante bueno. Ahora, a sus 38 años de edad, de vez en cuando lamenta haber abandonado el arte de Talía. Le obligó a dejarlo una mezcla de desánimo y la aparición de dolencias y enfermedades que se agravaban en las continuas giras por provincias; mal pagadas y en terribles condiciones. No obstante, en sus tiempos gloriosos, Manuel llegó a trabajar en compañías de gran importancia como la llamada de Los Cuatro Grandes, la de Aurora Redondo y Valeriano León y la del maestro Guerrero. De aquellos tiempos conserva gran amistad con muchas mujeres. Su existencia ha sido un constante caminar al lado de las mujeres, excelentes amigas y compañeras. Ahora que Manuel se gana la vida como pedicuro, todavía conserva buenas y constantes relaciones con chicas que formaron conjunto en teatros, aprendices de actriz descabaladas, triunfadoras que supieron retirarse a tiempo y, en fin, hermosas mujeres que en la madurez recuerdan su paso por los escenarios con una mezcla de complacencia y desazón. Manuel visita con frecuencia a sus amigas. Esta noche precisamente ha cenado con una de las más antiguas, y ha estado entretenido en casa de otra, hasta las tantas de la madrugada. La vuelta a su domicilio se le hace a Manuel siempre un poco cuesta arriba porque es hombre de cálidas compañías y de encendidas charlas. Entre las cuatro paredes de su hogar vive solo desde que su hermano le dejó para irse a casa de su madre, y allí aunque recibe a amantes y amigos, siempre se encuentra un punto incómodo, preso de inquietud y desasosiego. Esta noche, que será mortal aunque no puede ni imaginarlo, evoca su último estreno teatral, formando parte de un elenco de respetables actores que tuvo un merecido éxito. Si no hubiera bebido un poco más de la cuenta habría podido apreciar que en el primer piso en que vive hay señales extrañas, muebles girados o cambiados de lugar, como si alguien hubiera entrado en su ausencia. Pero abre la puerta y entra confiado desprendiéndose de las ropas de abrigo, sin fijarse en nada. Su trabajo como pedicuro le proporciona ingresos suficientes para tener una situación desahogada, incluso ha ahorrado unos miles de pesetas en el banco, pero esto último, más que a la potencia de sus ingresos, se debe a su habilidad para sacar jugo de sus amistades. Casi a diario consigue ser invitado a almorzar en casa de una amiga, a cenar en casa de otra y de la misma manera logra «colarse de gorra» en estrenos y representaciones. En las pocas ocasiones en las que no era invitado por sus amigos o amigas, se hacía la comida en la cocina de su domicilio, para lo que, aunque no era de su agrado, contaba con todo lo necesario. Precisamente de la cocina escucha un ruido que le pone en guardia, y un segundo después, se encuentra frente a una persona no por conocida, menos esperada. Es lo último que Manuel podía sospechar aquella noche.
Incluso no podía explicarse cómo aquella persona que había sido tan querida estaba ahora contra su voluntad en su casa. Trató de pedirle explicaciones, de afearle la conducta. Pero todo fue antes de que advirtiera la fría determinación en sus ojos, antes de que la visita no deseada levantara en el aire un cuchillo de cocina de ancha hoja y lo hundiera en su pecho.
Manuel quedó estupefacto, asombrado, sin tiempo para gritar ni pedir socorro. Porque la hoja volvió a hundirse en su carne, una y otra vez, provocándole la muerte. El encuentro había sido muy teatral: el comienzo de escena, con un intercambio de acusaciones, podría haber sido escrito por un dramaturgo, pero la sangre que manaba de las muchas heridas le devolvía violentamente a la realidad, indicándole que aquella era la última representación de su vida, el final del tercer acto. Manuel expiró sin ruido, sin oportunidad de escuchar aplausos. Estaba en su casa, acompañado por la furia asesina y no en un teatro. Si las escenas de su vida desfilaban por sus pupilas no eran sólo un recuerdo sino la última despedida. Un actor, que había representado en escena el amor y el odio, había muerto acuchillado. Pero ¿quién lo había asesinado? ¿Por qué le habían quitado la vida?