El crimen de la bella
Una persona cuando llega a cierta edad tiene que tener los afectos seguros; toda la vida ordenada. No puede dejarse llevar por el capricho ni enamorarse de mala manera. No debe tener misterios en su casa, ni jugar a dos barajas, porque le pueden salir las cosas mal. Y cuando las cosas se tuercen, se emprende un camino cuesta abajo que puede terminar en la desesperación y en el crimen. Así, alguien se mueve en el interior de la casa, en el piso entresuelo izquierda en el que acaba de entrar una persona atribulada, desesperada y criminal, ciega de ira, empujada por un sentimiento contradictorio de amor-odio, que recorre el pasillo que conoce muy bien. Atraviesa el salón donde ha vivido momentos de gran intensidad emocional pero donde hoy no se detiene porque no viene a causar placer, sino a terminar de una vez por todas con su angustia. Busca en una de las habitaciones que están vacías y se vuelve con rabia, escuchando ruido en el dormitorio de matrimonio, dándose cuenta de que es allí donde primero debería haber mirado. Se percata entonces de que todavía lleva en el bolsillo la pistola, guardada a toda prisa, casi sin mirar, impelido por el poderoso impulso que le mueve, casi perdida la razón. Se detiene un instante, extrae el arma, le quita el seguro, la comprueba y continúa su marcha hacia la alcoba.
Hasta ahora no ha hecho falta ninguna violencia. La puerta del piso estaba entornada revelando el carácter confiado de su ocupante, una mujer que vive en paz consigo y con el mundo, hasta el punto de no temer nada ni a nadie. Hasta el punto de dejar la puerta entornada mientras limpia o se dedica a ordenar sus joyas, o sus ropas, en la habitación de matrimonio; sola, serena, con dominio total de lo que hace, y de su tiempo. El tiempo para ella siempre ha sido un factor a su servicio. Desde que la conoce ha sabido pasar las horas y cumplir los años, hasta llegar a los 42 que ahora tiene, floreciente entre sus amigas y otras mujeres de su edad o incluso más jóvenes. Porque Cecilia, que ha sido siempre guapa, conserva su esplendor como nadie y domina sus nervios también como nadie. Ha sabido criar a sus hijos, nadie se lo niega, cuidar su casa, convertir aquella vivienda que podía haber sido desangelada en un cálido hogar. Sin embargo, ella también sabe como nadie que llama la atención de los hombres, que dejan de fijarse en otras para volver la mirada donde ella está, sonriente, atrayente, coqueta. Muchas mujeres la envidian y la temen por eso. Pero los hombres se quedan enredados en su dulzura, en su manera de ser.
Tan franca, tan abierta, tan espontánea. Ella sabe siempre a quién quiere, de parte de quién está, aunque su actitud cree malentendidos o inflame sentimientos imparables que pueden convertirse en un volcán. Ella cree que siempre puede apagar los fuegos que provoca. Pero esta triste mañana, en la que los pasos apresurados de una persona fuera de sí caminan a su encuentro, está a punto de darse cuenta de que tendría que haber medido mejor el efecto que produce en los otros. Un cruce de miradas femeninas debería haberla puesto sobre aviso. Unos ojos de gata espiándola desde el otro lado de la calle tendrían que haber sido una señal de alerta. Pero la amenaza son ahora unas pisadas leves, como las de un felino, que obedecen a un corazón desbocado, a una voluntad que se cree traicionada, que abre la puerta del dormitorio sorprendiéndola inclinada sobre su ropa íntima, guardando una de sus joyas, mirando con afecto todo lo que es suyo que la embellece y distingue, dándole seguridad de que ocupa un buen lugar en el mundo. La persona que la sorprende se dirige a ella muy excitada. No quiere respuestas, sólo desahogarse del agravio, poner fin a una situación que, según se está expresando claramente en sus ojos desencajados, le resulta hartamente dolorosa. Entonces ella se fija en la pistola que le apunta. Y apenas tiene tiempo de suplicar, de pedir perdón por su vida. Hay un cruce rápido de palabras rabiosas, cortantes como cuchillos y, al final, varios disparos a bocajarro. La mujer se desploma sin vida. Una mujer muerta en su casa, a pleno día, junto a su cama de matrimonio, es un poderoso enigma. Pero ¿quién la ha matado? ¿Por qué la han asesinado?