Además, Francia pensaba que las acciones armadas de comunistas, socialistas y anarquistas desde territorio francés contra España sólo servirían para consolidar el gobierno de Franco, como así fue. El nuevo gobierno francés tuvo verdaderos problemas para impedir las acciones violentas de los republicanos españoles contra las autoridades e intereses de la España de Franco, ya que en la mayor parte del Pirineo galo los maquis españoles ejercían el verdadero control de la frontera. Muchas autoridades locales y regionales simpatizaban con los exilados españoles, sin lugar a dudas por su decidida participación en la Resistencia contra la ocupación alemana. En muchos pueblos los alcaldes, especialmente los de izquierdas, les habían cedido locales y diversos recursos para realizar sus actividades antifranquistas. Este apoyo era alentado por una gran parte de la prensa gala. Paralelamente, los partidos de izquierdas franceses reclamaban insistentemente el reconocimiento de un gobierno español en el exilio por parte de París, peticiones a las que no se plegó en ningún momento su nuevo ejecutivo.
Simultáneamente a estas primeras acciones, el PCE fundó la llamada Unión Nacional Española (UNE), nombre bajo el que pretendían los comunistas agrupar a los exilados españoles de todas las tendencias políticas contrarios al régimen de Franco. Pronto se les unieron elementos del PNV y catalanistas.
Como reacción a estas iniciativas del PCE, en París se produjo, por parte de los restantes elementos de tendencia obrera o republicana del antiguo Frente Popular español, la fundación de Democracia Española, una coalición integrada fundamentalmente por antiguos miembros de CNT y la UGT, tan anticomunista como antifranquista. Con su creación se pretendió establecer una unión indisoluble entre ambos sindicatos obreros para neutralizar la influencia comunista. Este nuevo grupo estaba formado por los socialistas de Prieto y Largo Caballero, Izquierda Republicana, Unión Republicana, Partido Republicano Democrático Federal y Esquerra Republicana de Catalunya.
Si la España de Franco se debatía en pequeñas pugnas internas y conspiraciones de salón para echar a Franco del poder, el exilio no estaba en mejor situación. Aunque había una diferencia fundamental: Franco controlaba España con todos sus recursos, mientras los diversos exilios sólo eran dueños de su aún reciente derrota.
La rivalidad entre comunistas y el resto de los partidos de izquierdas en el exilio era enorme, fruto de la tiranía que el PCE había ejercido sobre sus antiguos amigos y aliados durante la Guerra Civil, pues había llegado hasta la aniquilación de aquellos que más se oponían a sus designios. La crueldad que manifestó el Frente Popular hacia los partidarios, reales o supuestos, del bando sublevado, que se tradujo en asesinatos sin número, torturas, cárceles y checas sin juicio previo, la aplicaron con igual intensidad los comunistas a los trotskistas, anarquistas y miembros de otros partidos de izquierdas en una guerra civil que azotó la zona republicana durante todo el conflicto. Este odio a los comunistas sobrevivió al final de la Guerra Civil y se acrecentó en la Francia ocupada —no olvidemos el innoble papel desempeñado por los comunistas en los campos de concentración nazis haciendo de cabos de vara de sus propios compañeros a cambio de sobrevivir— y surgió con todas sus fuerzas al terminar la II Guerra Mundial.
El periódico CNT de Toulouse arremetió contra la UNE, criticando con habilidad sus maniobras unificadoras al exclusivo servicio de Moscú, a las que incluso intentaba sumar a la CEDA y a grupos políticos católicos más o menos opuestos a la dictadura franquista. En los años cuarenta los comunistas ya intentaban crear, como instrumento, un amplio frente antifranquista, incluso con juanistas, carlistas, CEDA, etc., olvidando unos y otros la relación de verdugos y víctimas que habían mantenido, hasta hacía poco tiempo, al calor de la oportunidad de conseguir el poder —todo o parte— de entre las ruinas de la España franquista. Con más de treinta y cinco años de antelación los comunistas inventaban la formación de la Platajunta, ahora para derribar a Franco.
La lucha entre comunistas, socialistas y anarquistas fue particularmente enconada en el sur de Francia, sobre todo en la región de Toulouse, donde el periódico Reconquista de España, órgano de la UNE, atacaba a la CNT afirmando que eran unos cobardes porque no se habían atrevido a dar señales de vida en la clandestinidad y que seguían siéndolo, puesto que se negaban a luchar por la reconquista de España. Al tiempo que aparecía en su periódico que, si bien era cierto que la UNE quería apoyarse en la CEDA y en los católicos, esto era sólo como trampolín indispensable para echar a Franco del poder. Se podía leer entre líneas su propósito de tirarles por la borda cuando hubiesen conseguido sus deseos. Reconquista de España sostenía que la CNT era inexistente en Francia, donde sólo cabía la CGT, y que los políticos republicanos estaban todos podridos, siendo todos sus dirigentes unos indeseables. A Martínez Barrios le acusaban de ser el gobierno de la represión en Casas Viejas y el autor de las elecciones que dieron el triunfo a las derechas; a Prieto, de secuestrador de los tesoros del Estado español y de emplearlos para hacer una política personal, etc. La CNT, por su parte, respondía: «Si de la Unión Nacional se excluyen la CEDA y los católicos, ¿quiénes quedan? Los comunistas».
La UNE logró agrupar a todos los partidarios de una acción violenta contra el régimen de Franco. En ella estaban todos los llamados guerrilleros españoles, la mayoría de procedencia comunista, aunque también había algunos libertarios, anarquistas y de algunas otras tendencias más moderadas. La UNE, y su órgano Reconquista de España, estaba integrada en su inmensa mayoría por comunistas. De ellos dependían los guerrilleros, unas fuerzas que representaban la minoría del conjunto de republicanos españoles, pero, sin lugar a dudas, los más decididos y preparados.
En la coalición Democracia Española estaban todos los que consideraban absurda y condenada al fracaso una acción de fuerza contra Franco. La gran mayoría de los republicanos que actuaban sólo en política estaban en Democracia Española, siendo también contrarios a colaborar con elementos de derechas, católicos, CEDA, monárquicos o tradicionalistas, por muy antifranquistas que dijeran ser.
Junto a estos dos grupos había una gran masa de refugiados sin militancia política de ningún tipo, que sólo deseaban el retorno tranquilo a su patria, viendo las luchas intestinas de ambos grupos con asco y preocupación.
La victoria aliada y las nuevas actuaciones políticas de los diferentes partidos y coaliciones políticas de exilados produjeron una lógica reacción entre los militares profesionales republicanos, el grupo que más preocupaba al Gobierno franquista. Sabemos por los informes reservados del Alto Estado Mayor del Ejército[649] que al principio este colectivo se dejó atraer por los cantos de sirena de los comunistas de la UNE, aunque finalmente, como medio de unir sus esfuerzos dispersos, los profesionales decidieron constituirse en una agrupación militar «apolítica» a disposición del futuro Gobierno de la Republica, pero sin etiqueta alguna de partido. Este movimiento, que empezó en Toulouse, orientó su actividad exclusivamente entre los jefes y oficiales que en el futuro habrían de integrar el nuevo ejército republicano de España. Evidentemente su actividad y buenos propósitos quedaron en nada, siendo su colectivo uno de los objetivos principales de actuación de la diplomacia y de los servicios secretos españoles.
No obstante, el ex general Riquelme, haciendo honor a su larga historia de fracasos profesionales, y creyendo la ocasión propicia para labrarse una plataforma para el futuro, aceptó el nombramiento de inspector general de los guerrilleros de UNE. Un mando completamente ficticio y que dio origen a que fuese acusado por sus compañeros de armas, y por gran número de políticos republicanos, de haberse vendido a los comunistas por un plato de lentejas.
Bajo los auspicios de la UNE comenzó la organización de unidades armadas con el propósito de, en el momento oportuno y en colaboración con los elementos subversivos del interior de España, cruzar la frontera pirenaica y derribar el régimen del general Franco.
La UNE estaba liderada por Monzón. Desde Francia lanzó el 21 de agosto de 1944 su llamamiento en favor de la guerra:
¡La hora ha llegado! ¡No se puede perder un momento! Ha llegado el periodo de organizar la lucha activa por la reconquista de España [...]. Para el derrocamiento de Franco y Falange [...] nuestra patria nos observa y nos espera. No podemos defraudar a nuestros hermanos que sufren la tiranía falangista en los campos y en las cárceles; no podemos traicionar a nuestros mártires y a nuestros caídos, cuyo ejemplo nos marca el camino de nuestro deber. Este deber es el ingreso en nuestras unidades de guerrilleros.