II ¡VIVA EL REY! ¡VIVA LA REPÚBLICA! ¡VIVA SIEMPRE ESPAÑA!
Habían pasado tres décadas largas desde que la XIV promoción del arma de infantería, la «Promoción Franco», había abandonado el Alcázar de Toledo para ir a luchar y morir en Marruecos, en la sangrienta Guerra Civil y en la Unión Soviética. Los que quedaban vivos se reunieron para celebrar el aniversario del comienzo de su carrera militar, una vida que habían compartido, durante un ciclo bélico muy intenso, con compañeros de armas que habían sido llamados a convertirse en algunas de las figuras más importantes de la historia del siglo XX español.
El discurso conmemorativo, en medio del patio de armas de un Alcázar aún en ruinas, fue pronunciado por Yagüe, la figura más destacada, si no hubiese formado Franco parte de la misma, de la promoción. En aquel reducido grupo formaban los supervivientes de la flor y nata del ejército victorioso en la Cruzada, nacido en la dura escuela de los africanistas y que se había fraguado definitivamente en la recién terminada Guerra Civil. En 1907, en aquel mismo lugar, habían formado trescientos doce caballeros cadetes, entre los que se encontraban, junto a Franco y Yagüe, soldados como Darío Gazapo, Camilo Alonso Vega, Emilio Esteban Infantes, Ricardo Villaba, Sáenz de Buruaga, el infante Alfonso de Orleáns o Fernando Díez Giles, autor del Himno de infantería. Todos ellos, como señala el maestro de historiadores Luis Suárez, «en nada fallaron». Mucho tiempo después, aquel 5 de junio de 1943, dijo Yagüe:
Mi General: por haberme favorecido la fortuna más que al resto de nuestros compañeros, me cabe el honor de hacer llegar hasta ti la admiración, la adhesión, y también el cariño de la XIV promoción de infantería; de aquellos muchachos que hace treinta y cinco años se reunieron por primera vez, llenos de vida y de ilusiones, y que hoy, cargados de achaques y de canas, vuelven a reunirse para recordar aquellos tiempos felices; para dedicar un recuerdo lleno de admiración y de orgullo a los que en Rusia combaten a las órdenes de nuestro compañero Esteban Infantes; para rezar por los muertos; para pensar con dolor en los que la fatalidad apartó de nuestro lado; y para ofrecer este modesto recuerdo a aquel «cadetillo» que, por culpa de sus catorce años, formaba a la cola de su compañía, y que hoy, por el peso de sus méritos, forma la cabeza del Estado.