El 4 de noviembre hacen acto de presencia en el campo de batalla, por primera vez, los nuevos carros soviéticos T-26, apoyados por mucha infantería. Son derrotados con mucho esfuerzo, produciéndose una enorme carnicería en ambos bandos. Las tropas de Yagüe quedan dueñas del campo de batalla una vez más y logran tomar Alcorcón, Leganés y Getafe.
El día 5 Yagüe sitúa su puesto de mando en Móstoles y ordena la toma del aeropuerto de Cuatro Vientos y del Campamento de Carabanchel. La compañía de carros, en vanguardia, tiene que sostener un violento combate y vencer una enorme resistencia por parte del enemigo, que apoyado con carros soviéticos trata de frenar su avance. Las tropas nacionales toman también el cuartel de Retamares.[317] El 6 son tomados Carabanchel y Retamares, el 7 Villaverde, y el 9 es ocupado el emblemático Cerro de los Ángeles.
Franco, a primeros de noviembre de 1936, tiene puestos sus ojos en las calles de Madrid, por lo que, junto a Mola y Varela, estudia cómo llevar adelante el asalto a la capital: «Se estudiaron todas las posibilidades, y hubo dos operaciones tentadoras: pasar el Manzanares por Villaverde y atacar por Vallecas y Vicálvaro (sudeste), o pasar el río por Puerta de Hierro y atacar por la Dehesa de la Villa (noroeste). Pero no se decidió ninguna de ellas ante el temor de llegar a una situación comprometida, ya que podría ocasionar la pérdida de aquellas tropas aguerridas y que constituían el único núcleo principal del ejército».
Mola, finalmente, propuso un ataque frontal. En la noche del 4 de noviembre se acordó que se produciría el día 6. Mola pensaba que bastaría con que las agrupaciones de Delgado Serrano, Barrón, Tela y Monasterio, situadas en el centro y el ala derecha del frente nacional, avanzasen hasta Carabanchel y Villaverde para que las fuerzas situadas a su izquierda, los hombre de Asensio y Castejón, bajo el mando directo de Yagüe, tomasen la Casa de Campo —un terreno poco apto para el avance por causa de estar muy arbolado y repleto de nidos de ametralladoras, bunkers de hormigón, trincheras y alambres de espino—, cruzasen el Manzanares, entrasen en la Ciudad Universitaria y en las primeras calles de Madrid. Logrado esto, Mola estaba convencido de que las fuerzas situadas en el centro y derecha del frente nacional entrarían en la ciudad sin problemas, cruzando el río Manzanares por los puentes de Segovia y Toledo.
Yagüe manifestó su oposición a estos planes. Quería evitar las arboledas de la Casa de Campo mediante un rodeo por Boadilla y Pozuelo de Alarcón, hasta llegar a Aravaca y, desde allí, cruzar la carretera de La Coruña, llegar hasta Puerta de Hierro para subir por la Dehesa de la Villa —la zona peor defendida de la ciudad al carecer de fortificaciones de todo tipo— y llegar al barrio de Tetuán de las Victorias y a la plaza de Cuatro Caminos.[318] También proponía ignorar el saliente de las tropas enemigas de El Escorial.
Madrid no era una ciudad fácil de defender, ya que es una gran urbe abierta desde todos los campos que la circundan. En un coche de la época se podía llegar en diez minutos desde, por ejemplo, la carretera de Extremadura a la mismísima Puerta del Sol. Así, por ejemplo, el Parque del Oeste era una puerta abierta de par en par a la zona de Moncloa, en pleno corazón de la ciudad, una vez que se cruzaba la Casa de Campo y el río Manzanares, o se llegaba a los montes de El Pardo. Por el norte el enorme espacio que hoy ocupan las casas construidas en torno a la avenida de la Castellana —antes conocida como del Generalísimo— era un enorme erial vacío. Sólo en el sur existía alguna protección natural para la defensa de la ciudad, dado que se yergue en las proximidades de Aranjuez una importante escarpadura, en la zona del Jarama, en forma de invencible fortaleza natural.
Las fuerzas del Frente Popular, regulares y milicias, se habían mostrado extraordinariamente poco efectivas en los combates a campo abierto, en los que las mucho más experimentadas, mejor mandadas, y más valerosas fuerzas sublevadas habían logrado sacar partido a sus cualidades militares. Pero el combate que se avecinaba era de índole urbana, calle por calle, casa por casa, con un enemigo atrincherado, y en este tipo de guerra la diferencia de calidad entre ambos ejércitos se acortaba en favor de los frentepopulistas. Frente a las tropas nacionales, la República contaba aproximadamente con cerca de cincuenta mil hombres, que se verían muy pronto reforzados por la llegada de las Brigadas Internacionales.
No obstante, el plan propuesto por Yagüe era, como no podía ser de otra forma, una especulación y no una certeza, pues los nacionales no tenían noticias fiables de lo que estaba pasando dentro de la capital de España. Nunca se llegó a ejecutar y, por tanto, desconocemos si con él hubiese caído Madrid.
Geoffrey Cox ha dejado escrito que el domingo 1 de noviembre Parla ya había sido tomada por los nacionales, y desde allí podían lanzar todo tipo de obuses sobre Getafe. El lunes había caído Brunete. El martes 3, el flanco derecho republicano, que protegía los accesos a la carretera de Madrid a El Escorial, cedió ante el empuje de la Legión y los Regulares, lo que obligó a retroceder a las líneas republicanas hasta el sector de Villaviciosa de Odón y en dirección a Getafe, abriéndose así un amplio pasillo que casi llegaba a la Ciudad Universitaria. El miércoles 4 los nacionales entraron en Leganés, retrocediendo el frente republicano hasta las afueras de Carabanchel,[319] es decir, prácticamente hasta Madrid. Ese mismo día cayó Getafe en manos de los sublevados. Desde sus ruinas Varela anunció que esa misma semana tomaría Madrid. El jueves 5 de noviembre ya se luchaba en las calles de Carabanchel.
Para Cox el error más grave de Franco fue no haber cortado la carretera de Valencia en noviembre de 1936, en lugar de lanzarse al asalto por la Ciudad Universitaria, siguiendo el plan Varela. Según Cox «fue el error más garrafal de Franco. Este vínculo con el mundo exterior, en vez de usarse para huir —cosa que intentaron, pero que impidieron los anarquistas de Tarancón—, sirvió para traer a más hombres, más municiones y más armas. La marea que la inundó no era una turba en desbandada hacia Valencia, sino un ejército hacia Madrid».[320]
El plan de operaciones de Varela tenía previsto que el peso del asalto lo llevasen los veteranos del ejército de África que mandaba Yagüe. La columna de Castejón debía situarse en el extremo más izquierdo de las líneas que ocupaban el ejército de África, lanzarse desde el campamento de Retamares —en la actualidad justo enfrente de la Ciudad de la Imagen—, para ocupar la Casa de Campo, cruzar el río Manzanares por el puente de Castilla y entrar en la Ciudad Universitaria. La agrupación de Asensio iría detrás de los hombres de Castejón para, una vez cruzado el Manzanares, avanzar por la izquierda de Castejón, por el Parque del Oeste, hasta el paseo de Rosales y llegar a la plaza de España a través de la calle de la Princesa hacia abajo. La columna de Delgado Serrano cruzaría por el puente del ferrocarril y subiría por el paseo de Rosales y limpiaría la calle de Ferraz para llegar también a la plaza de España.
En otro sector de los arrabales de Madrid, la zona de la carretera de Extremadura, Valera ordenó a la columna de Barrón que avanzase por Carabanchel Bajo hasta llegar al puente de Segovia y entrar a Madrid por los Jardines del Moro, junto al Palacio Real. La agrupación de Tella lo debería hacer entrando por el puente de Toledo, para proteger desde aquí el flanco derecho de las otras columnas de Yagüe.
Si todo salía bien, el plan de Varela preveía que siguiesen avanzando hasta el corazón de la capital: Castejón hasta Cuatro Caminos para luego bajar a la Castellana; Asensio debía entrar por Alberto Aguilera, seguir por Sagasti y Génova hasta llegar a Colón y subir por Goya; Delgado Serrano debía avanzar por la Gran Vía hasta llegar a la calle de Alcalá, ocupar la plaza de la Cibeles para cruzar Madrid hasta la calle de O'Donnell. Tella debería tomar la glorieta de Santa María de la Cabeza y calles adyacentes, donde se apostaría. Estos proyectos nunca se hicieron realidad.
El día 7 de noviembre comenzó el asalto, tal como lo habían proyectado Mola y Varela, precedido por una importante preparación artillera. A las tropas situadas en este frente se sumaron los hombres del teniente coronel Bartomeu y varias centurias de la Falange de Castilla la Vieja, apoyados por algunos de los primeros cañones, carros de combate y aviones llegados a España gracias a la ayuda alemana e italiana.
En el sector izquierdo del frente, bajo mando de Yagüe, se lanzaron al ataque los hombres de las columnas de Castejón, Asensio y Delgado Serrano, con órdenes de progresar en dirección al aeropuerto de Cuatro Vientos y al campamento militar de Carabanchel.
Un día antes, el 6, Largo Caballero había logrado persuadir a los anarquistas y a otros ministros de que hiciesen un frente común para ganar la guerra. El Gobierno de Largo Caballero procedió a realizar declaraciones que justificaban su actuación con el argumento de las exigencias de la guerra, al tiempo que daba las consignas de «¡No pasarán!» y de que Madrid sería la tumba del fascismo. No había pasado una semana de estas declaraciones cuando, en plena noche, Largo Caballero y su gabinete huían de Madrid camino de Valencia, por miedo a caer en manos de los soldados sublevados. No llegaron a Tarancón. Fueron descubiertos y parados en su huida por milicianos anarquistas y, a pesar de la fuerte escolta que les protegía, les obligaron a volver a Madrid. Sin embargo, durante el regreso tomaron una desviación y, dando un rodeo, evitaron pasar por Tarancón, de forma que pudieron llegar a Valencia. Conocida la noticia de su fuga, la prensa republicana publicó las siguientes declaraciones: «Sí, es cierto que el Gobierno se ha ido. Las complicaciones internacionales que se suscitarían en caso de que permaneciesen aquí y fueran capturados, ha obligado al Gobierno a trasladarse a Valencia para, desde allí, poder velar mejor por los intereses de la nación. Aun cuando Madrid caiga en poder del enemigo, la guerra no está perdida. El Gobierno podrá continuar en Valencia hasta que hayamos barrido el último vestigio de esa canalla».[321]
La zona republicana vivía en el más absoluto desconocimiento de lo que estaba ocurriendo:
Entre los soldados se repartía un periódico de una sola página, especialmente editado para ellos, y que contenía solamente aquellas «noticias» que, según el Gobierno, los milicianos debían leer. La prensa publicaba a diario detalles sobre las recientes «victorias» republicanas. Cuando al fin el estampido de los cañones de Franco llegó a la capital, la indignación ante el engaño sufrido fue mayor que la alarma que causó en la ciudad. Las mujeres corrían enloquecidas por las calles gritando: «¡Nos han engañado! ¡El enemigo está en las puertas!