A finales de 1933 formó gobierno el Partido Radical, que era en aquellos momentos la segunda fuerza del Parlamento, detrás del partido de derecha católico CEDA. Ninguno de los dos tenía capacidad para formar gobierno en solitario. El presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, se había negado a encargar la formación de gobierno al líder derechista Gil Robles, entregando esta responsabilidad al político radical Lerroux, con la condición de que excluyese a la CEDA. Para el católico Alcalá Zamora y su reducidísimo grupo de partidarios de centro izquierda, que formase gobierno el partido más votado, incluso en coalición, era inaceptable. Señala Payne que «se podía entender que la izquierda estuviera afligida por la entrada en el Gobierno de un gran partido cuyo objetivo último era la transformación de la República en un régimen corporativo católico, pero los republicanos de izquierdas —el presidente Alcalá Zamora entre ellos—, por ejemplo, apenas se habían disgustado por la anunciada intención de los socialistas de transformar la República en un régimen socialista revolucionario».[70] La debilidad del nuevo Gobierno radical resultaba evidente, pues necesitaba los votos cedistas para estar en el poder, al tiempo que intentaba excluirlos del Gobierno. La situación es una buena estampa de la crisis permanente en que vivió, a lo largo de su corta vida, la II República española.
Este Gobierno en minoría, fruto de la voluntad del presidente de la República, más tarde o más temprano tenía que caer. Lógicamente, tras unos meses de apoyo a cambio de nada, la CEDA planteó al jefe de Gobierno Lerroux la retirada de su apoyo si no recibía alguna compensación por sus votos. Señalaba José María Gil Robles:
...cerradas todas las salidas, no quedaba sino entregar el poder a la CEDA; es decir, resolver la crisis conforme a los más elementales principios del régimen parlamentario. Nuestro partido era en la cámara el más numeroso y disciplinado; sobre él no habían caído las manchas que desacreditaron por ejemplo a los radicales; tenía en su haber una labor limpia, eficaz, desinteresada; se apoyaba en una masa de opinión fortísima, admirablemente organizada y llena de entusiasmo. Parecía llegada la hora de una solución que reclamaban de consuno el interés nacional, el sistema parlamentario y los principios en que se apoyaba un régimen que decía haberse instituido en nombre de la democracia.