Es una interpretación de los hechos que en la actualidad sigue siendo defendida por la historiografía más cerril favorable a la República, a pesar de que conocemos que se trata de un artículo nacido de la propaganda de guerra más radical.
Entre las manipulaciones más descaradas y politizadas sobre las tropelías cometidas en el bando nacional en Badajoz está el libro de Francisco Sevillano Calero que, bajo una supuesta apariencia académica, sostiene todos los mitos de la propaganda frentepopulista sobre la Guerra Civil. Sevillano llega a considerar una fuente fiable los escritos panfletarios de Reig Tapia y, como verdades incuestionables, las afirmaciones de Herbert R. Southworth en su libro El mito de la cruzada de Franco.[245]
En la misma línea histórico-propagandística se encuentra lo escrito por Paul Preston. Ricardo de la Cierva, con su acertada mala intención, afirma que Preston no da «una a derechas»:
Adelanta en dos meses el ascenso del teniente coronel Yagüe y en un día la toma de Mérida, descrita disparatadamente así: «Una antigua capital romana próxima a Cáceres» (pág. 94). Preston, naturalmente, cae, sin prueba alguna, en la leyenda sobre la matanza de Badajoz, reproduce el falso testimonio de Jay Allen y vuelve a equivocarse en la fecha de la toma de Talavera, un acontecimiento decisivo en la historia de la Guerra Civil, que fue el 3 y no el 2 de septiembre (pág. 96). Como no podía ser menos, Preston cree a pies juntillas en uno de los principales tópicos de la propaganda roja, al disculpar las ejecuciones del Frente Popular como justo desahogo de la espontaneidad popular y condenar a las del bando nacional como fríamente premeditadas (pág. 97), absurda distinción que será esgrimida después por otros «historiadores» de su cuerda, como Julio Aróstegui. También sintoniza con quienes afirman, a favor de la República, que los asesinatos, saqueos y destrucciones, obra de incontrolados, cesaron pronto; lea, por favor, la opinión contraria de Azaña para el año 1938, que atribuye la continuidad de la represión al Gobierno de Negrín precisamente para desautorizar con baños de sangre renovados a los propósitos pacificadores del presidente de la República.