Todos habían ingresado en la academia toledana durante el verano de 1907, tras aprobar un examen al que se presentaron más de mil quinientos candidatos, examinándose en treinta tandas.
El jovencísimo aspirante a oficial Juan Yagüe había nacido a finales del siglo XIX, el 9 de noviembre de 1891, en el pueblo soriano de San Leonardo, un pequeño asentamiento agrícola y maderero en el que ejercía como médico rural su padre, Juan Yagüe Rodrigo, hijo de otro médico rural, Lorenzo Yagüe Alonso,[27] que había ejercido la profesión en Ucero. Su padre, el doctor Yagüe, se había casado en 1890 con una joven Viuda, Maximiana Blanco Salas,[28] miembro de una familia natural de Salas de los Infantes.
El 9 de noviembre de 1891 nació el futuro general Yagüe, que fue bautizado con el nombre de Juan Lorenzo Teodoro Yagüe Blanco. Cuando sólo tenía cinco años murió su padre, el 26 de febrero de 1897, de un infarto. Tras este suceso, los Yagüe, madre e hijo, abandonaron San Leonardo para irse a vivir a Hontoria del Pinar. Más tarde, en 1901, se fueron a vivir a Burgos para que «Juanito» pudiese estudiar en el colegio de los Sagrados Corazones. Un año más tarde ingresó, para estudiar bachillerato, en el Instituto General y Técnico de Burgos.
A finales de agosto de 1907 ingresó en la Academia de Infantería. Tenía quince años, y le faltaba poco para cumplir dieciséis. Obtuvo su plaza de cadete de primer año en Toledo por Real Orden de 9 de julio, y fue filiado el 29 de agosto. El 13 de octubre del mismo año prestó juramento de fidelidad a la bandera.
Juanito quería ser militar en unos momentos en los que ser soldado no era una de las opciones profesionales con más prestigio social entre los hijos de la burguesía. Por aquel entonces, la abogacía y la medicina eran las carreras más deseadas. En la familia Yagüe no había tradición militar, aunque por parte de su madre, entre los Salas, habrían de surgir algunos soldados destacados.
Mientras estudiaba en Toledo, su madre se trasladó a vivir a esta ciudad. En su casa tuvieron acogida, durante los tres años que duró su preparación castrense, muchos de sus compañeros de promoción, unos auténticos niños soldado.
A principio del pasado siglo XX los futuros oficiales de infantería recibían una formación fundamentalmente teórica, pensada para combatir en un escenario bélico europeo. La «Biblia» de los futuros oficiales era El reglamento provisional para la instrucción teórica de las tropas de infantería, reescrito en 1908 conforme a la doctrina que venía desde Alemania. Este país, desde su victoria sobre los franceses en 1870, en la Guerra Franco-Prusiana, había logrado para sus fuerzas armadas terrestres la consideración de ser las mejores del continente, que era tanto como decir del mundo.
Los cadetes eran formados en valores y sometidos a una estricta disciplina con el fin de lograr que en lo más duro del combate estuviesen dispuestos a morir y matar sin titubeos, conservando la cabeza fría para ejercer el mando. Esta formación teórica y moral se veía parcialmente completada con maniobras en las que participaban todos los cadetes en primavera. Su finalidad era acercarles a la realidad de una unidad militar en campaña. Cuando, pocos meses después, marcharan a Marruecos para participar en una campaña de verdad, su etapa de formación se cerraría de golpe con la llegada a la dura realidad de la guerra. Muchos de los nuevos oficiales no sobrevivían más de unas pocas semanas tras los primeros combates.
En Toledo, solar y cuna de la infantería española, se rendía culto al valor, al honor, a la acometividad en el combate y a la disciplina, al esfuerzo, a la capacidad de sufrimiento y a la abnegación. Virtudes morales puestas al servicio de la patria, que era como antes se llamaba al conjunto de todas las tierras y hombres de España. Señala Garriga, en su libro El general Yagüe, los tres conceptos que se grabaron a fuego en el corazón y en la mente de Yagüe y en la de todos sus compañeros de promoción: fidelidad absoluta a la Corona; disciplina, obediencia ciega a las órdenes de sus mandos; y espíritu de cuerpo. Al mismo tiempo eran educados para convertirse en defensores máximos de los valores e intereses de España, al margen de las leyes y ordenamientos civiles, fruto de la ley de 1905 sobre jurisdicción.
Tenía dieciocho años, en 1910, cuando terminó sus estudios militares en Toledo. El día que recibieron sus despachos de segundo teniente de infantería,[29] a los cadetes formados en el patio les dirigió la palabra el primado de España, cardenal Aguirre, y el director de la Academia de Toledo, coronel Villalba, que en una arenga cargada de patriotismo les recordó a los héroes caídos en la reciente masacre del Barranco del Lobo.
El 23 de julio fue destinado al Regimiento de Infantería de la Lealtad n° 30, de guarnición en Burgos, al que se incorporó el 19 de agosto. Allí permanecería durante cuatro años, y volvería a vivir con su madre, que se había trasladado también a la ciudad castellana para estar junto a su único hijo.
En los años que permaneció sirviendo en la tranquila guarnición burgalesa, un destino no muy adecuado para hacer una brillante carrera militar, sólo es de destacar su participación, junto a su batallón, durante los meses de septiembre y octubre de 1911, en la represión de la huelga general de Bilbao y pueblos aledaños, en la zona minera, en apoyo de las fuerzas de, orden público.
El 13 de julio de 1912 ascendió a primer teniente de infantería. Su carrera, durante los primeros años, y a diferencia de la de otros compañeros de armas, no destacó por su brillantez o heroicidad, dado que no sirvió largo tiempo ni de manera destacada en el protectorado, como sí habían hecho Franco, Milán Astray, Mola, Muñoz Grandes o Valenzuela. Su larga estancia en Burgos tuvo como consecuencia que tardase mucho tiempo en ascender a capitán.
Sin lugar a dudas su situación de huérfano desde muy niño, e hijo único, llevó a que el joven teniente, influenciado por su madre, se conformase de momento con una vida tranquila en una guarnición de provincias. Sin embargo, el joven teniente Yagüe era un chico normal que soñaba con una brillante carrera militar y con vivir aventuras coloniales, como todos los jóvenes oficiales españoles y europeos que en aquellos años vestían uniforme.
El 27 de octubre de 1912, siendo ya primer teniente, Yagüe, con casi veintidós años, protagonizó un pequeño incidente junto al también teniente Emilio Fernández Martos. Un suceso que demuestra la inquietud que la falta de acción le provocaba, y que dio «lugar a escándalo en una casa de mala nota de esta Ciudad [Burgos] [...] con la circunstancia agravante por parte de este último [Fernández Martos] de hallarse prestando servicio de Vigilancia». Por este motivo les fue impuesto un arresto de ocho y catorce días respectivamente. Yagüe remitió una instancia al ministro de la Guerra protestando por la injusticia del arresto. En el citado escrito decía:
Que en la noche del veintisiete de octubre último asistió a una casa pública de esta ciudad, en la cual estuvo hasta las doce de la noche, en que se retiró sin que hubiera ocurrido nada anormal. A los dos días fue llamado el oficial que suscribe al despacho del señor coronel jefe principal del regimiento, a fin de que respondiera a los cargos que se le hacían en una instancia suscrita por las pupilas de dicha casa [...] en la que se le acusaba de haber maltratado de palabra y obra a una de ellas. Ante el señor coronel contestó el oficial que suscribe ser absolutamente falso cuanto se le imputaba, extremo que podía probar con varios testigos.