El Gobierno tomaba medidas, lógicas desde su punto de vista, contra los militares, pero que sólo servían para reforzar a los conspiradores y hacerles ganar más adeptos. El coronel Segismundo Casado, que había sido jefe de la escolta del presidente Azaña, dejó escrito en su libro Así cayó Madrid: «Zaherir, ofender y despreciar al ejército sin motivo que lo justifique, para hacer pública manifestación de antimilitarismo, buscando el aplauso de las masas, distanciándolas de las instituciones armadas, es la conducta de un gobernante insensato; es, lisa y llanamente, el proceder de un hombre anormal».[147]
En Pamplona, Mola comenzó a ganar colaboradores con facilidad. Los primeros capitanes que se le unieron, que ya conspiraban antes de su llegada, fueron Gerardo Lastra, Manuel Vicario y Carlos Moscoso, a los que se sumaron los tenientes Cortázar, Dapena y Mayoral, y el alférez Muñoz. Pronto se les sumaron otros muchos jefes, oficiales y civiles, como el coronel García Escámez, etcétera.
Al igual que ocurría en el protectorado, los incidentes de los seguidores de Mola en Pamplona con miembros del Frente Popular estaban a la orden del día:
Al regreso de su paseo, el Café Torino les albergó durante un buen rato y, llegada la hora de retirarse, se encaminaban por la plaza del Castillo hacia sus domicilios, cuando advirtieron que unos grupos seguían y escoltaban a los portadores de carteles de propaganda electoral.
Pronto notaron que era gente del Frente Popular. Sobre la valla de un edificio en construcción en la misma plaza acababan de colocar un cartel. En él se injuriaba al ejército con motivo de su intervención en la revolución de Asturias de 1934. El teniente Dapena, que llegó el primero, avanzó resuelto al vallado, arrancó el cartel, lo arrojó al suelo y lo pisoteó. Un remolino de hombres cercó a los oficiales. En medio de los insultos que proferían los del grupo se oían voces de «¡A ellos, a ellos! ¡Acabad de una vez con ellos!».
El cartel continuaba debajo de los pies del teniente Dapena, que, junto con sus compañeros, se disponía a defender el honor del ejército. Fue defendido una vez más, bravamente, dando la cara y contra un enemigo diez veces mayor, y aunque materialmente acorralados, pues el grupo engrosaba por momentos, supieron mantener las distancias que los separaban. Una patrulla de Asalto puso fin al incidente, siendo conducidos los oficiales a la comisaría, desde donde poco tiempo después salían para su domicilio. Les acompañaba el capitán de Asalto señor Atauri.