En la noche del 27 al 28 de abril de 1946, en el restaurante Mónico de Madrid, se celebraba la puesta de largo de Lolita Saavedra Martínez Campos. Uno de los invitados era el coronel de infantería Luis Moliner, amigo de los Saavedra y de los Yagüe. Compartía mesa con Escobedo, director de tráfico del Ayuntamiento de Madrid, que comentaba cómo el bar Fénix conseguía sacar más veladores a su terraza al ser sus dueños la mujer del general Ríos Capapé y el general Yagüe. Esta afirmación fue apoyada por el teniente coronel Vida, director de la policía urbana madrileña. Sus palabras fueron inmediatamente rebatidas por el coronel Moliner, amigo de Yagüe. El día 30 escribe Yagüe al ministro del Ejército Dávila y le informa del hecho, al tiempo que da parte a los tribunales militares de la 1a Región Militar para que requiera al Ayuntamiento de Madrid por la calumnia levantada por su empleador. Yagüe revolvió Roma con Santiago con el único fin de que se aclarase la verdad, pues su honor y honradez habían sido cuestionados en público. Además, pensaba que un militar sólo podía ser militar y nada más que militar.
La situación de las Fuerzas Armadas españolas no empezará a cambiar hasta la década de 1950, momento en que llegó Muñoz Grandes al Ministerio del Ejército, la economía empezó a repuntar y España salió del aislamiento internacional gracias a los acuerdos militares firmados entre Madrid y Washington.
Durante la etapa de Muñoz Grandes se comenzaron a realizar algunas de las grandes transformaciones que necesitaba el ejército de tierra para adaptarse a los nuevos tiempos. En los años cuarenta contaba con muchos efectivos pero estaba muy mal dotado de medios materiales, lo que le hacía poco operativo y muy caro para su escasa capacidad en campaña. Los militares profesionales que hicieron la guerra y encuadraron a un millón de hombres resultaban excesivamente numerosos para un ejército de paz con la cuarta parte de efectivos. Con Muñoz Grandes se inició la drástica reducción de unidades y efectivos, la eliminación de organismos innecesarios y el paso a la reserva o el retiro de mucho personal sobrante. Unas medidas muy duras para los componentes de la milicia, lo que llevó a decir a algún militar profesional que Muñoz Grandes estaba haciendo la misma reforma que Azaña. En 1950 el ejército de tierra estaba formado por 26 divisiones, siendo reducido a 18 en 1955 y a 14 en 1960.
Otra de las necesidades urgentes que tuvo que afrontar en aquellos años el ejército español fue la de proceder al rearme y actualización de su material, para contar con unas unidades razonablemente dotadas y con una instrucción acorde al escenario bélico en que podrían tener que combatir. España no podía seguir con unidades a caballo, sin equipos adecuados de zapadores y transmisiones, sin carros de combate ni vehículos blindados modernos, sin buques de guerra ni aviones militares del tipo que ya existía al comienzo de la Guerra Fría. Era indispensable romper el viejo molde de los años treinta y cuarenta y lograr unas fuerzas armadas similares a las de las naciones del entorno.
Esta modernización iba a venir, parcialmente, de mano de los acuerdos económicos y militares con Estados Unidos. La actitud definitivamente anticomunista del Caudillo permitió el acercamiento a esta nación, y con la firma de los acuerdos de 1953 se puso en marcha el inicio de la modernización, aunque la mayor parte de los planes y recursos económicos de la ayuda estadounidense se entregaron a la aviación y a la Armada. En aquellos momentos parecía menos urgente dotar al ejército de tierra de carros de combate, vehículos, armamento pesado y material de todo tipo que permitiese a España asemejarse a las naciones occidentales. Parecía más importante modernizar los barcos de guerra y los aviones militares. Este proceso de cambio se realizó a lo largo de toda la década de 1950 y hasta mediados de la siguiente. Yagüe no lo pudo ver por causa de su temprana muerte. El cambio se produjo después. Sería en los años siguientes en los que se produjo el despegue del ejército de tierra. A Yagüe le tocó bregar con la etapa más dura, con menos recursos, cuando el Ejército de la Victoria de 1939 era en realidad un ejército de mendigos.
Sin embargo, sí le dio tiempo a mantener los primeros contactos con los estadounidenses. En su archivo existe correspondencia con los primeros observadores enviados por Washington. Aunque es cierto que Yagüe ya había comenzado a mantener contacto con los estadounidenses nada más terminar la II Guerra Mundial. Así, por ejemplo, existe una carta del agregado militar Wendell G. Johnson, que había visitado las unidades españolas del Pirineo y se había entrevistado con el general Alcubilla, jefe de la 62a División, dándole las gracias por las atenciones recibidas. Existe otra carta de septiembre de 1945, sobre la visita realizada por otros agregados militares acreditados en España a la región pirenaica. Wendell G. Johnson salió de España en el verano de 1947 siendo un sincero amigo de la España franquista, amistad que conservó al ser destinado al Estado Mayor General del Departamento de Guerra.[636]
Durante su etapa de mando en Burgos recibió una carta de agradecimiento del coronel de Estado Mayor Hohenthal por las atenciones deparadas por Yagüe durante su visita a Burgos y al campo de refugiados de Miranda de Ebro: «Hemos apreciado en toda su magnitud la hermosa obra llevada a cabo en Miranda de Ebro y nos damos cuenta de las dificultades que los oficiales encargados del campo han tenido que vencer para realizarla. También nos impresionó el entusiasmo puesto en esta empresa, que es un crédito para la tradición militar».[637]
Yagüe despertaba simpatía entre algunos oficiales estadounidenses que habían estudiado sus operaciones en la marcha sobre Madrid, Quinto, Alfambra, el Ebro y la toma de Barcelona. Existe en su archivo una carta de agradecimiento de un coronel del ejército estadounidense, Amaury Gandia, en la que le da las gracias por una foto dedicada que le había solicitado, ya que le conoció durante una visita a Burgos.[638]
Ya en sus últimos años de mando, cuando empezaba el lento proceso de modernización de manos de Estados Unidos —que nunca llegaría a ver— escribe a Muñoz Grandes, ministro del Ejército, el 19 de septiembre de 1951, en relación al comienzo de las relaciones con los Estados Unidos:
... Y que tenían de nosotros una concepción desfavorable y se encuentran sorprendidos al ver que tenemos una organización y unos medios que no esperaban. Han repetido insistentemente su deseo de estrechar nuestras relaciones; y únicamente el teniente coronel que vino de jefe de los equipos de trabajo dijo que estos deseos se encontraban con la dificultad que le presentaba nuestro régimen; que en los Estados Unidos había una gran masa que desconocía totalmente España, otra masa numerosa que estaba influenciada por la propaganda roja y una minoría que se iba dando cuenta de la verdadera situación de España. Dijo también que el ejército francés estaba bien y que la oficialidad, aunque procedía en gran parte de la Resistencia, estaba de nuestro lado, menos una minoría que estaba fichada para ser detenida en su día.