El día 30 de julio de 1937 se hizo cargo del mando del nuevo sector comprendido entre los ríos Guadarrama y Perales, que pasó a depender de su cuerpo de ejército y que se extendía desde el río Perales, al límite de la provincia de Cáceres, comprendiendo todas las líneas y posiciones que iban por Perales, Brunete, Vértice Cumbre, Las Rozas, Casa de Campo, Ciudad Universitaria, Carretera de Extremadura, Carabanchel, Usera, Villaverde, Cerro de los Ángeles, La Marañosa, Jarama, línea del Tajo pasando por Toledo, Talavera y Puente del Arzobispo. Las fuerzas bajo su mando estaban integradas por las Divisiones 11ª,12ª y 14ª, con dieciocho batallones cada una; la Brigada de la Ciudad Universitaria, compuesta por seis batallones; una brigada de la División 107; la 10ª Bandera de Falange; y dos tercios de requetés. Quedaron además agregadas al cuerpo de ejército las Divisiones 13ª, 108ª y 150ª, con doce batallones cada una, y también una brigada de caballería.
Rápidamente Yagüe procedió, desde el 1 de agosto, a mejorar las fortificaciones de la nueva línea, al tiempo que perfeccionaba las antiguas posiciones. El día 2 de agosto comunicó a Franco que había quedado organizada la nueva bandera de la Legión formada sobre la Bandera Sanjurjo, que tomó el número 15.
El 7 de agosto Franco llamó a Yagüe a Burgos y le ordenó ir a Asturias para estudiar la situación del frente. En Brunete había demostrado ser un jefe competente, un excelente táctico y un buen comandante de grandes unidades de choque. Así, al día siguiente salió para el frente de Asturias con la misión de estudiar la zona e informar sobre un futuro plan de operaciones. Durmió en Pontevedra para el día 9 marchar a La Coruña y entrevistarse con el general del VIIIº Cuerpo de Ejército. El día 10 visito las posiciones comprendidas entre la desembocadura del Nalón y Grado. El 11 recorrió la línea Grado — Oviedo, visitando la ciudad que había liberado en octubre de 1934. El 12 visitó las posiciones entre Grado, Cangas de Narcea, Leitariego, Somiedo y Peña Ubiña, llegando hasta León, donde pernoctó. El día 13 visitó el sector de Riaño y regresó a Lourizán, donde se quedó para marchar el 16 a Valladolid, donde mantuvo una larga conferencia con el general jefe del Ejército del Centro. Por último marchó a Burgos para entrevistarse con Franco el día 17. El mando de las operaciones para liquidar el frente norte le fue encomendado a Aranda.
Nada más regresar al frente de Madrid revistó las posiciones de la Casa de Campo, el cerro de Garabitas, además de los sectores de Brunete, Pozuelo y Villafranca del Castillo. Las últimas semanas del verano de 1937 permaneció el frente tranquilo en la zona de Madrid, aunque las escaramuzas y los golpes de mano eran constantes.
Esta relativa calma se rompió el 26 de septiembre al intentar infiltrarse el enemigo por la zona de Toledo, lo que produjo un combate en el que se vieron implicadas tres banderas de la Legión, tres tabores y diez baterías de artillería. La victoria fue para los nacionales, que causaron doscientos muertos al enemigo y tomaron el palacio de La Sisla y los edificios Casa del Estacar y de La Legua.
El 2 de octubre lanzaron los rojos otro ataque en el sector de Toledo. El 12 bombardearon Seseña y la Cuesta de la Reina, lo que les permitió cortar el tráfico y ocupar El Majuelo y Casa Colorada, provocando un duro contraataque de Yagüe en el que destacó la 12a Bandera, «Cabo Suceso Terrero», formada por prisioneros y ex reclusos políticos. Los nuevos legionarios, a golpe de granada de mano, limpiaron la carretera de Seseña, lanzándose tras el enemigo. Su ímpetu tuvo que ser frenado a la fuerza por sus oficiales.
Aunque los combates son continuos, el frente de Madrid y de Toledo es una zona «tranquila». Tras Brunete, Miaja y Rojo se han quedado sin fuerzas y ganas de lanzar ataques de importancia. Esta relativa calma permite a Yagüe ir el 25 de octubre a Salamanca para salir el 26 hacia Valladolid, donde conferenció con el general del Ejército del Centro, y luego seguir a Burgos, donde se entrevistó nuevamente con Franco. En estos días sus hombres rechazaron un ataque de mediana importancia en la Ciudad Universitaria.
El 3 de noviembre Franco le pone al frente del Cuerpo de Ejército Marroquí, la mejor unidad del todas las fuerzas sublevadas. Estaba compuesto por las Divisiones 13ª, 15ª, 108ª y un regimiento de caballería. Ese mismo día Yagüe entrega el mando del I° Cuerpo de Ejército del Centro al general Ponte. El día 6 de noviembre marchó a Burgos, donde estableció su cuartel general para el Cuerpo de Ejército Marroquí.
El día 9 viajó a Monreal del Campo y Daroca para visitar las Divisiones 108a y 15ª.
Por orden de 6 de noviembre es ascendido al empleo de general de brigada en atención a los méritos de campaña y brillante historia militar, con antigüedad de 26 de octubre último. El día 16 de noviembre visitó Fuentes de Ebro y El Burgo. El día 21 de noviembre se trasladó a Daroca, nueva base de su cuartel general y puesto de mando del Cuerpo de Ejército Marroquí.
La Falange, un partido minoritario y muy castigado por el Frente Popular antes de la guerra, se convirtió en el polo de atracción ideológica de la España alzada contra la República.
Con el comienzo de la guerra las actividades de los falangistas se centraron en los temas militares y paramilitares. Desde el primer día de la guerra la Falange se convirtió en la principal fuente de voluntarios peninsulares para las fuerzas sublevadas. En octubre de 1936 los voluntarios azules superaban la cifra de treinta y cinco mil hombres, lo que suponía al menos el 55 por ciento de los voluntarios del ejército nacional.
Con José Antonio preso en Alicante y Aznar, jefe de milicias tras el asesinato de Luis Aguilar, dedicado a la política y al rescate de aquél, las milicias falangistas estaban huérfanas de mandos cualificados, viéndose obligadas a combatir bajo la dirección de los militares, aunque en un principio conservaban sus propios jefes de unidad.
Las unidades de milicias falangistas —conocidas como Primera Línea— no contaban con oficialidad propia cualificada, lo que se evidenció tras el fracaso de sus academias de oficiales de La Jarrilla y Pedro Llen. Los militares profesionales falangistas, como Yagüe, Asensio o Muñoz Grandes, se hicieron cargo del mando de grandes unidades militares en las que se integraron las banderas de Falange, pero nunca se encargaron exclusivamente del mando de la Primera Línea. Yagüe, como muestra de su ideología falangista, llevaba una escolta de jóvenes falangistas y vestía camisa azul con el uniforme, pero seguía siendo sustancialmente un soldado profesional al mando de unidades del ejército. Lo mismo ocurría con los militares profesionales azules.
El 22 de diciembre de 1936 Franco, en el ejercicio de su autoridad como generalísimo de todas las fuerzas nacionales, decretó la unificación de todas las milicias poniéndolas bajo el mando de militares profesionales. Esta medida, perfectamente coherente desde el punto de vista militar, fue mal vista por los falangistas y tradicionalistas ideológicamente más radicales. El jefe carlista Fal Conde tuvo que elegir entre un consejo de guerra o el destierro, fruto de sus intentos de resistencia a que la Comunión Tradicionalista perdiese el control sobre sus requetés.
Los falangistas, peor organizados que los carlistas, con menor tradición política y casi completamente descabezados por la represión previa al comienzo de la guerra, así como por los asesinatos y encarcelamientos que habían sufrido masivamente a partir del 18 de julio, plantaron menos resistencia que los carlistas a las directrices que emanaban del Cuartel General del Generalísimo. Sobrevivir, reclutar y encuadrar a los numerosos voluntarios que se acercaban a sus banderines de alistamiento y salir rápidamente para el combate era su casi única prioridad. Como ha señalado Payne, ningún otro movimiento fascista europeo perdió una proporción tan grande de sus altos jefes o de sus miembros iniciales en su lucha por el poder.
Aznar no era hombre con gran capacidad de organización, aunque logró retirar del frente a algunos de los más cualificados jerarcas falangistas con la finalidad de reorganizar las milicias de la Primera Línea. Muchos de estos voluntarios, casi un 50 por ciento, los mejores, terminaron dejando las banderas falangistas para servir en el ejército, muchos de ellos como alféreces provisionales u oficiales. La Falange no supo o no quiso hacer exclusivamente política de partido en detrimento del esfuerzo de guerra.
La nueva Junta de Mandos falangista se reorganizó entre el 29 de agosto y el 2 de septiembre de 1936. Fue elegido jefe Manuel Hedilla[351] por ser, de entre los escasos falangistas vivos, el que tenía mayor rango antes del inicio de la guerra. En estos momentos Yagüe se encontraba combatiendo al frente de las columnas del Ejército Expedicionario de África, tras haber liberado Badajoz, avanzado hacia Oropesa y Talavera, con sus ojos puestos en Madrid. Su cabeza y su corazón no estaban en las pequeñas rencillas políticas que acaecían en Salamanca y Burgos. Si los legionarios y regulares entraban en Madrid la guerra habría terminado casi antes de empezar.
Con el inicio de la guerra la Falange se había fraccionado. Hedilla tenía a su lado a algunos jerarcas, la mayoría de ellos de nuevo cuño, como Jesús Muro, de Aragón, Ramón Cazañas, de Marruecos, y Joaquín Miranda, de Sevilla. En teoría mandaba en el aparato del partido. Frente a él estaba el grupo legitimista que encabezaba el jefe de la Primera Línea, Agustín Aznar, y que contaba con militantes tan destacados como el sevillano Sancho Dávila, Rafael Garcerán, pasante de José Antonio, el jerarca extremeño José Luna, Andrés Redondo, hermano de Onésimo, jefe de Valladolid, José Moreno, de Navarra, y José Sáinz, de Toledo. Hedilla contaba con el apoyo del cura falangista Yzurdiaga, editor de la revista jerarquía, pero no así de los jóvenes intelectuales que escribían en sus páginas, como Ridruejo o Agustín de Foxá. Ninguno de éstos se había enfrentado abiertamente a Hedilla, pero actuaban de forma consciente y continuada de manera absolutamente independiente a su mando. Hedilla carecía de peso y personalidad para eliminar las rencillas entre los falangistas y lograr la unidad de mando y acción que tanto necesitaba el partido. Tenía madera de lugarteniente, pero no de líder indiscutible para el fascismo español.
Hedilla trasladó a mediados de octubre la sede de la Junta de Mandos a Salamanca para estar cerca del cuartel general de Franco, a pesar de la tibia actitud de éste hacia los mandos falangistas. Las afinidades entre los falangistas y los fascistas italianos y los nazis alemanes no inclinaban de forma decidida al Caudillo a favor de los falangistas. Lo suyo era un matrimonio de conveniencia, por el bien de su idea de España, y poco más. Hedilla declaraba a un corresponsal de la agencia de noticias alemana DNB: «Somos y nos sentimos consanguíneos con el fascismo italiano y con el nacionalsocialismo alemán, y declaramos nuestra abierta simpatía con estas revoluciones. Lo que no quiere decir, ni debe decirse, que nuestro fascismo es una imitación. Es un fascismo nacido español, que quiere y debe seguir siendo español».[352]
Esta vinculación a los partidos fascistas europeos, así como su clara conciencia social, que llegaba incluso a hablar de desmontar el capitalismo, hacía que los falangistas, fundamentales para la España de Franco que estaba naciendo, fuesen vistos con cierto temor e incluso repulsa por la derecha sociológica que formaba el núcleo numéricamente más importante de la España sublevada. Una cosa era vestirse y adoptar actitudes fascistas y otra muy distinta realizar la revolución nacionalsindicalista que propugnaban los falangistas más ideologizados.
Ya en septiembre de 1936 la Junta de Mandos volvió a lanzar, aunque con escaso éxito, la Confederación de Obreros Nacional-Sindicalistas (CONS) y reconstituyó el Sindicato de Estudiantes Universitarios (SEU), al tiempo que se creaba la organización infantil Flechas y la Sección Femenina bajo la dirección de la viuda de Onésimo Redondo, Mercedes Sanz Bachiller. Eran iniciativas que no gustaban en todos los despachos de Salamanca por igual.
El 20 de noviembre de aquel año Hedilla convocó el tercer encuentro plenario del Consejo Nacional de FE de las JONS, al que asistieron muy pocos consejeros, ya que muchos de sus miembros estaban presos o habían sido asesinados. Ese mismo día la radio republicana dio la noticia de la ejecución de José Antonio Primo de Rivera en Alicante. Allí mismo se decidió no divulgar la noticia. Esta muerte planteó, una vez más, la cuestión de quién se haría cargo de la jefatura de la Falange. Fue nombrada una nueva Junta de Mandos Provisional, presidida por Hedilla, que se había de reunir en escasas ocasiones, siendo su etapa más activa entre el 5 de diciembre y el 8 de enero de 1937.
Las tensiones entre los grupos azules eran enormes. La crisis más grave, antes del Decreto de Unificación, enfrentó al jefe provincial de Valladolid, Andrés Redondo, con los jóvenes jefes de milicias José Antonio Girón y Luis González Vicén. Cuenta Payne que
Girón acabó por dirigirse en avión a Salamanca para ver a Hedilla y declararle que Redondo quería matarlo. El propio Redondo siguió a Girón hasta el despacho de Hedilla, al que entró violentamente —según declaraciones de Girón— prestando poca atención a Hedilla y decidido a castigar a aquél. En su acto más drástico como jefe de la Junta de Mando, Hedilla destituyó a Redondo «fulminantemente», sustituyéndolo por Ridruejo como nuevo jefe provincial, con Girón como inspector territorial y Vicén como inspector nacional de milicias.