En relación a las noticias enviadas desde España sobre la guerra y su manipulación por los departamentos de propaganda de la República, nos cuenta:
...se espera de él que en el informe que envíe esa noche relate que siete aviones enemigos fueron derribados, y describa el avance de los milicianos. En un comunicado se contará del «deliberado y feroz bombardeo a un hospital» perpetrado por el enemigo. Puede que en su informe el corresponsal desee añadir que el fuego enemigo parece ser que fue atraído a las inmediaciones del hospital por la presencia de un emplazamiento de la artillería republicana o un depósito de municiones próximo al hospital. Pero no lo hace. Otro comunicado describió cómo la población de una cierta ciudad a punto de ser capturada evacuó antes de «caer en manos de los bárbaros», y cómo el enemigo «disparó sobre los amontonados refugiados, asesinando a muchos hombres, mujeres y niños indefensos».
Al corresponsal quizá le parecería oportuno añadir, basándose en sus propias observaciones, que la evacuación de la ciudad fue obligada por los milicianos, que amenazaban con matar a cualquiera que «hiciese patente su simpatía para con el enemigo permaneciendo allí». Puede pensar en su fuero interno que sería de justicia decir que si los milicianos se hubiesen quedado en sus puestos mientras los habitantes se iban, cubriendo su evacuación en lugar de ir junto a ellos, y exponiéndoles al fuego que sólo a ellos, a sus tanques y artillería iba dirigido, entonces aquello puede que no hubiese sucedido. Pero no lo hará.
Si quiere continuar disfrutando de los favores del Gobierno, que es su anfitrión, basará su crónica exclusivamente en la información que contiene el comunicado [oficial]. No puede, aunque quiera, investigar todas las noticias que da el Gobierno. No tiene protección alguna contra la falsedad. Debe tratar estos informes como si se tratase del Evangelio, sin expresar ni dejar entrever ni una sombra de duda en cuanto a su veracidad.
Además de todo esto, no podrá limitarse a ser observador desinteresado de la guerra que está presenciando como periodista. Debe demostrar la simpatía personal que siente por la causa en mil detalles. Ante la victoria, se mostrará aliviado; cabizbajo ante la derrota. Nunca, bajo ninguna circunstancia, dará a entender, ni siquiera en una conversación privada, que abriga alguna duda acerca de la definitiva victoria de la República.
[...] Cuando el Gobierno, preocupado de que sus métodos anticlericales le impiden granjearse las simpatías del extranjero, hace una de sus periódicas declaraciones de que «está considerando la reanudación del culto en las iglesias en un futuro próximo», el corresponsal no cometerá la indiscreción de preguntar: «¿Qué iglesias?», aunque haya visto personalmente que ni una iglesia entre cien ha escapado a la destrucción, y que sólo quedan sus muros ennegrecidos. Como tampoco se Ie ocurrirá preguntar en tono de chanza de dónde saldrán los curas si hubiese iglesias que abrir, a no ser que sean capaces de invocar un milagro para que resuciten.