El mensaje nacionalista y revolucionario de Falange no gustaba a muchos de sus compañeros de bando desde el mismo inicio de la guerra. Según fue acercándose el final de la guerra, el modelo de sociedad que propugnaban los azules más ideologizados fue gustando cada vez menos entre los sectores más de derechas que poblaban el bando nacional. El 29 de enero de 1937 Hedilla pronunciaba un discurso por Radio Nacional, especialmente dirigido a los obreros y campesinos de la zona roja, de fuerte contenido nacionalsindicalista y con recio acento social, lo que escandalizó a las derechas de la zona sublevada. La doctrina e ideario falangista chirriaba con la mentalidad de muchos de sus compañeros de bando. El 2 de febrero de 1937 los Servicios de Propaganda difundieron por prensa y radio, y con pasquines, el discurso pronunciado por José Antonio un año antes en el Cine Europa, en el que se aludía al «desmontaje revolucionario del capitalismo». Su difusión fue prohibida por la Dirección de Prensa y Propaganda de los franquistas. A pesar de todo, Radio Valladolid emitió el discurso, que fue leído por Antonio Tovar. Fueron detenidos y acusados de rebelión militar Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, José Antonio Girón, Narciso García y Javier Martínez de Bedoya. El día 4 fueron puestos en libertad.
En este ambiente la figura de Yagüe —uno de los generales más destacados del régimen franquista— se convirtió en un punto de referencia para todos los falangistas que intentaban seguir fieles al viejo ideario joseantoniano, cada día más diluido por la afiliación a la filas de FET y de las JONS de numerosos falangistas de nuevo cuño que poco tenían que ver con los valores azules de primera hora. La llegada al Gobierno del grupo político que conocemos como de los «católicos», miembros de la ACNdP, y muchos ex miembros de la CEDA, terminó por hacer que el régimen franquista redujese su acción política en materia de justicia social y en el mantenimiento y defensa de los valores netamente fascistas y totalitarios que defendían los azules. Los falangistas de primera hora veían cómo el franquismo iba poco a poco renunciando a la fuerte carga social que desde el comienzo del alzamiento había aportado el ideario joseantoniano, en beneficio del pensamiento derechista. Los nuevos afiliados eran más partidarios de que el Estado tuviese un carácter distribuidor de la asistencia social que de lograr una verdadera igualdad entre todos los españoles. Esta idea aparece de forma constante y abundantísima en la correspondencia existente en el archivo de Yagüe. Son muchas las cartas que llegan al general en relación a este tema fundamental y que poco a poco va quedando relegado a un segundo término en una España que de forma lenta pero imparable se va aproximando a los criterios y parámetros de vida capitalistas, al estilo de las naciones occidentales de su entorno.
El 20 de mayo de 1941 Franco forma su tercer gobierno. En él se observa ya el declinar de la Falange. El régimen inicia un lento giro hacia la derecha, con presencia del grupo político de los «católicos», en colaboración con los tradicionalistas, sobre la base del ideario de Renovación Española, aunque se conserva algo del ideario político de la Falange en materia social, pues Franco nombró a Girón de Velasco ministro de Trabajo. La Falange aún tenía demasiados partidarios entre la población como para prescindir totalmente de ella. En el nuevo gabinete es nombrado secretario general del Movimiento José Luis de Arrese, que a pesar de su biografía, se convertirá en un incondicional de Franco. En Agricultura es nombrado Miguel Primo de Rivera. Serrano Súñer sigue en Exteriores, pero es nombrado responsable de Gobernación el coronel Valentín Galarza, un antifalangista declarado, que cierra filas junto a Varela como ministro del Ejército.
El nombramiento de Galarza desató la ira de los azules y llevó a la publicación por Ridruejo, en Arriba, el 8 de mayo de 1941, del artículo titulado «El hombre y el pelele».[466] Galarza solicitó, junto con otros militares, la cabeza de Ridruejo, que fue cesado el 18 como director general de Propaganda, junto con Tovar como subsecretario de Prensa y Propaganda. Gamero también es destituido. ¿Antes de Stalingrado las cosas empezaban a cambiar? ¿Tenía Falange demasiada fuerza como para dejarla campar por sus respetos? Franco parecía que había decidido ponerla en su lugar.
Hasta el final de la II Guerra Mundial, supuesta época dorada del falangismo en España, el 45,9 por ciento de los ministros fueron militares, así como el 36,8 por ciento de los puestos de gobierno. Tenían los azules el 37,9 por ciento de los cargos ministeriales y el 30,3 por ciento de los cargos administrativos, sobre todo lo relacionado con sindicatos, agricultura y propaganda. Ni el ejército ni la Falange eran grupos homogéneos.
La situación de la España de Franco era muy complicada. El poder de Franco no era indiscutible ni indiscutido, aunque el Caudillo demostraba mucha habilidad para nadar en las aguas revueltas de sus partidarios, jugando con las enemistades internas entre los diferentes grupos que conformaban su bando, para lograr que sus consejos de ministros gobernaran eficientemente.
Los falangistas, a estas alturas, están divididos en tres facciones: dos de ellas dentro de la disciplina de FET y de las JONS. La primera, la neofalangista de Serrano Súñer; la segunda liderada por falangistas históricos como Girón, Fernández Cuesta y el nuevo secretario general Arrese. Fuera están los diferentes grupos y facciones disidentes, cuya única base común era su oposición a Franco y al Decreto de Unificación, siendo la mayoría de ellos pronazis y partidarios de intervenir en la II Guerra Mundial. Los falangistas están divididos por su fidelidad o enemistad hacia Franco. Serrano y sus partidarios, que ni creen en el nacionalsindicalismo ni en Franco, hacen una política de poder propia, cada día más alejada de los resortes del poder en la complicada España de entonces.[467] Sin embargo, no sólo algunos sectores azules se oponen a Franco: el 15 de diciembre de 1942 Kindelán y Varela critican duramente el liderazgo del Caudillo. A ellos se unirán Aranda y Orgaz, que aspiran a poner al frente del Estado al pretendiente Juan de Borbón y disolver la Falange.
Los azules lentamente van siendo desplazados del poder. A finales de la II Guerra Mundial, cuando la previsible derrota del Eje parece hacer factible una nueva guerra civil, el espíritu combativo y militarista de los azules resurge con fuerza. Muchos falangistas y antiguos subordinados de Yagüe le escriben para ponerse a sus órdenes en el nuevo conflicto armado que parece que va a comenzar. La belicosa acometividad de algunas de estas cartas refleja muy bien el ambiente que se vivía en algunos sectores de España a mediados de los años cuarenta. Un ambiente prebélico que se vivía por igual intensidad entre amplios sectores, tanto republicanos como franquistas, y en el que parecía tener Yagüe un destacado papel que desempeñar. Su prestigio era enorme en el imaginario popular de los nacionales, aunque éste no coincidía con el puesto que ocupaba dentro del organigrama de poder del régimen. Este papel, sin lugar a dudas, no pasaba desapercibido para Franco.
Un teniente mutilado de la Legión le escribe desde Tarrasa el 21 de septiembre de 1944:
Tengo reunidos en esta ciudad, empleados en varios cometidos profesionales, a algunos antiguos legionarios que junto con otros buenos elementos bien seleccionados forman una compañía completa, unidos por el mismo credo legionario dispuesto a defender en cualquier momento el de España contra los enemigos del orden y de la religión.
No dudo en calificarnos como la mejor fuerza organizada en esta localidad, y como estamos desconectados y aislados de las demás fuerzas vivas por incompatibilidad y dudas que elevan a recelos la posible efectividad de su ayuda en la hora de la verdad, cuya triste experiencia aún late fresca en nuestra memoria. Es por todo esto que nos dirigimos a V. E. confiando que su elevado criterio comprenderá nuestra fe y nuestro temple forjado en el más puro estilo legionario, y podrá acertadamente concretar nuestra posición y definirnos la verdadera fuerza inflexible a quien podamos acudir llenos de confianza y buena fe en las próximas crisis que quizá se avecinan. Espero de V. E. nos elija, desde luego, que será acertadamente, aquella autoridad, unidad o cuerpo, a ser posible dependiente del ejército como depositario de todas las virtudes nacionales, a quién debemos hacer entrega sincera de nuestra confianza. Un solo pensamiento anima nuestros corazones, que es el de salvar España, y en ella aquellos valores espirituales y eternos que su historia y su ser encierran. No nos importa morir si a esto Dios nos llama. Nuestra fe sólo exige confianza, valor y patriotismo: así queremos escogidos nuestros amigos dispuestos al máximo sacrificio en holocausto de la patria».