Yagüe, al igual que ocurrió en Badajoz, afirmó que sus tropas habían llevado un peso muy limitado, por no decir insignificante, en la represión durante la marcha sobre Madrid. Los falangistas, al igual que la Guardia Civil, fueron muy duros en la represión, ya que ambos colectivos habían sufrido durante el Gobierno del Frente Popular, y desde el comienzo de la guerra, enormes mortandades entre sus miembros a manos de las milicias obreras de los diversos partidos. Los falangistas habían visto cómo cuatro quintas partes de sus militantes habían sido encarcelados por los frentepopulistas, para luego ser la mayor parte asesinados. Algo parecido ocurría con los guardias civiles, que odiados desde siempre por los militantes de izquierdas, cuando empezó la guerra fueron masivamente masacrados por los partidarios del Frente Popular. No es raro que respondieran con dureza a estas actuaciones. Todo ello no impidió que Yagüe fuese ganado por la arraigada y extrema conciencia social y por el discurso lacónicamente militar y voluntarista de los falangistas:
Yagüe era un convencido falangista que gustaba de cuadrarse ante un modesto comerciante de Valencia, Ramón Cazañas, nombrado por José Antonio jefe territorial de Melilla, con las palabras reglamentarias: «A tus órdenes». García Venero refiere «que dadas las buenas relaciones de Hedilla con Yagüe se suscitó una corriente favorable a que el general fuese nombrado jefe nacional de Primera Línea. Yagüe estaría, claro está, a las órdenes de Hedilla».
Es curioso, y esto demuestra la serie de paradojas con que se teje la historia, este acatamiento a una autoimpuesta disciplina en un impetuoso general que con sus legionarios sofocó la subversión roja en Asturias el año 1934, dio la voz del levantamiento en África en 1936 tras las maniobras de Llano Amarillo, y contribuyó decisivamente en septiembre de 1936 al nombramiento de Franco como jefe supremo.