Esta situación no impedía que Yagüe, al igual que los otros responsables del ejército español, se esforzase por mantener la operatividad de sus unidades, la disciplina y el honor entre sus oficiales. La falta de medios era suplida con una fuerte disciplina, una altísima autoestima, fruto de la reciente victoria, y una moral y capacidad de combate demostrada tanto en la Guerra Civil como en la Unión Soviética.
Un ejemplo de esta actitud de Yagüe es su actuación con el general Aldecoa, buena muestra de los valores que imperaban en el ejército español de los años cuarenta del siglo XX. Aldecoa era un general de división de carácter muy complicado, gobernador militar de Burgos y propietario de un negocio de imprenta que, a criterio de Yagüe, ponía en tela de juicio su prestigio personal y, con él, el del ejército:
A mi vuelta de Madrid, el general Aldecoa me preguntó si Vd. me había dicho algo de él; le hice unas cuantas consideraciones sobre la situación que él mismo se había creado, pero encerrado en su conveniencia personal trató de convencerme de que podía continuar aquí [en Burgos]. Yo tuve que decirle que las personas de orden, y sobre todos los militares, no podían ver con agrado que un general de división estuviese de uniforme entre sus máquinas y dedicado a sus negocios, más que a su profesión; y que los izquierdistas sacaban de esto todo el provecho que podían; y que entre unos y otros había perdido totalmente el prestigio. Volvió a insistir pidiendo un plazo de un mes, pero la conversación era tan desagradable, tan poco elegante, tan poco militar, que tuve que cortarle diciéndole que después de lo ocurrido, por bien de él, y sobre todo por bien del servicio, convenía que cesara cuanto antes en su destino [gobernador militar de Burgos] para evitarnos a todos la situación anormal y de violencia en que estábamos.
Hoy me pide permiso para ir a verle a Vd. [ministro del Ejército] y pedirle destino, y yo le ruego que acorte todo lo posible esta desagradable situación.