IV EL ALZAMIENTO MILITAR DEL 18 DE JULIO
Desde su llegada a Marruecos, Yagüe dejó muy claro cuál era su pensamiento y posición sobre el futuro de España. Al hacerse cargo del mando del acuartelamiento de Dar Raen dirigió la siguiente arenga a sus compañeros del Tercio:
Nuestra patria se desangra, y hemos de salvarla. Debemos levantar al pueblo sano y noble, y defender su gesto con las armas en la mano, todo el tiempo que sea posible; pero nada más que el preciso. Nuestra revolución no ha de confundirse con una dictadura, y enseguida se ha de legislar para dar al país un código fundamental que evite el peligro de poderes personales. Tenemos que practicar cirugía profunda; buscar el mal que agota a la patria allí donde esté, por hondo y escondido que se encuentre; por doloroso que sea sajar y cortar para dejar tan sólo lo puro y lo sano.
Hay que cavar sin desmayo, derruir sin miramientos, revolverlo todo hasta encontrar el firme, las raíces potentes y duras. Y entonces, crear, crear con entusiasmo, con vigor, sin temor al cansancio ni a la fatiga. Anudar la grandeza de nuestra patria de tiempos pretéritos y la del porvenir con el lazo forjado por nuestras manos, con lo más noble de nuestro ser: con nuestra sangre y con nuestra vida.
Debemos cambiar el concepto arcaico de muchas cosas; terminar con los tópicos y lugares comunes que, a fuerza de repetirlos generación tras generación, han tomado naturaleza de axiomas: valor, patriotismo, hidalguía y tantas otras voces que estamos convencidos de que por ser españoles ya podemos ponerlas como adjetivos a nuestros nombres. ¡No! Para merecerlas es preciso que lo demostremos ahora que la patria nos necesita, y nos necesita valerosos, patrióticos, hidalgos, honrados, virtuosos, temerosos de Dios.