Su pensamiento anticapitalista, radicalmente nacionalsindicalista, quedaba puesto de manifiesto en todas sus intervenciones ante sus propios camaradas. Una forma de pensar que ya tenía al inicio de la guerra, como podemos ver en el discurso que pronunció el 24 de febrero de 1937 en Ceuta, en un mitin organizado por Falange antes del Decreto de Unificación. En sus palabras sacará a relucir el ideario falangista más genuino y radical, tan anticomunista como anticapitalista:
Yo os digo que cuando os predicaban que el fascismo era el último baluarte del capitalismo, sabía que os engañaban; no querían que conocieseis la doctrina del fascismo, ocultaban que el fascismo odia al capitalismo más que el marxismo, porque el marxismo dice que le odia, pero lo explota, y el fascismo lo destruye.
El capitalismo, tal como se entendía, es el régimen más criminal y anticristiano. ¿Es posible que un señor, por haber sido engendrado por un prócer o acaso por un usurero, pueda vivir y disfrutar sin trabajar, sin hacer nada útil por la humanidad? ¿Eso puede concebirlo algún corazón cristiano o alguna cabeza bien equilibrada? No; nosotros ese capitalismo lo destruimos, tened la seguridad; nosotros vamos a hacer que los obreros, que los humildes, vivan bien y tengan todas las necesidades atendidas; y vamos a hacer eso porque primero somos cristianos y ¿quién siendo cristiano de veras puede estar en su casa tranquilo, viviendo con su familia y con sus hijos, teniendo todas sus necesidades atendidas, sabiendo que en la misma localidad, cerca de nosotros, hay unos compatriotas nuestros, honrados, dispuestos a trabajar y que tienen a su hijos con hambre y frío? ¿Puede nadie estar tranquilo? No. Por eso, porque somos cristianos, vamos a atender las necesidades del obrero; porque nosotros tratarnos de hacer un imperio, y para hacer un imperio es preciso que en la nave remen todos, que todos estén dispuestos a dar su sangre y su vida por la bondad de su imperio. Y ¿cómo nadie va a estar dispuesto a dar su sangre y su vida por un orden social en que sus hijos pasen frío y hambre? No, nosotros tenemos que atender las necesidades del obrero, tenemos que atender las necesidades del humilde, porque todo el mundo satisfecho de vivir en este orden social esté dispuesto a dar su máximo rendimiento con el trabajo en la paz para enriquecer la nación, esté dispuesto a dar su sangre y su vida en la guerra para que su imperio sea próspero.
Por eso vosotros, obreros españoles, en el nuevo régimen estaréis atendidos, porque conviene a la religión y a la patria, porque es necesario que vosotros adoréis a esa patria, estéis orgullosos y satisfechos de haber nacido en tierra hispana y, al mismo tiempo, estéis decididos a defender con uñas y dientes un régimen social que os hace vivir tranquilos, que os hace vivir sin el cuidado de que el día de mañana, por enfermedad o por paro, os quedéis sin recursos y vuestros hijos pasen hambre y frío. No le pasará esto al que sea honrado, al que quiera trabajar; no puede pasar el cuidado éste de que el día de mañana, porque se termine la obra, o se cierre la fabrica, o la inclemencia del tiempo no permita trabajar, pueda ver a su familia pasando hambre y frío. El seguro del paro, el seguro de la enfermedad, el seguro de la vejez atenderá a todas aquellas contingencias, y por el mero hecho de ser español, de ser honrado y de ser trabajador, las necesidades de todos estarán atendidas por el nuevo Estado (ovación).
Pero no creáis que yo voy a venir aquí como venían los marxistas y sindicalistas a halagar vuestras pasiones, a hablaros sólo de lo que os resulte agradable: No, yo vengo aquí a decir la verdad, y la verdad a veces es agradable y otras veces no lo es.
El obrero tendrá atendidas todas sus necesidades, será remunerado como él se merece; pero el obrero tiene la obligación de dar el máximo rendimiento y aumentar la producción, de elevar la producción al límite, para que así el país, el imperio, se enriquezca y se engrandezca, porque de este engrandecimiento se beneficia él.
No voy a hablar de la disminución de las horas de trabajo, no. La jornada de ocho horas legalmente conseguida por vosotros después de muchos años de lucha es una jornada sensata: ocho horas de trabajo, ocho de descanso, ocho horas para distraerse y divertirse. Pero esas ocho horas de trabajo hay que dedicarlas al trabajo, hay que pensar que con el trabajo individual aumenta el capital colectivo, y el capital colectivo nos permite vivir tranquilos, vivir siempre fuertes y respetados. El que desperdicia las horas de trabajo, el que no da el máximo rendimiento, no puede ser de Falange, no puede ser español. España, la nueva España, a atender a los suyos; pero los suyos a responder, a corresponder con el trabajo intenso, con el sacrificio a los sacrificios que, a su vez, va a hacer el nuevo Estado por él (aplausos). Eso es lo que el nuevo Estado pretende hacer, lo que el nuevo Estado exige de vosotros: producción, producción y producción.
[...] La huelga —la huelga es un delito de lesa patria— no tendrá razón de ser en el nuevo Estado [...] cuando una fábrica, una industria, un comercio o una explotación de cualquier clase pase mala época, malos tiempos, en esos mismos sindicatos, el capitalista, el técnico y el trabajador verán que los balances y el libro de caja arrojan unas cifras catastróficas y que no hay más que un dilema: o cerrar la industria, en cuyo caso todos, obreros y técnicos, se quedarán en la calle; o sacrificarse todos, reducir el capital y sus intereses y reducir sus ingresos el técnico y el trabajador hasta que vengan tiempos mejores y todos nuevamente a colaborar estrechamente unidos para recuperar lo perdido. Eso es lo sensato, eso es lo lógico; pero mientras el Estado vea la necesidad de acudir en auxilio de una industria, de un comercio o de una explotación, el Estado con sus recursos acudirá, por los miles de procedimientos que tiene un Estado, a dar la ayuda necesaria a cualquier industria por medio de los aranceles, por medio de las subvenciones... Todo menos que haya un solo obrero español que, queriendo trabajar y siendo honrado, se quede sin comer (prolongados aplausos).
Para llegar a esto pretendemos haceros católicos; pero no ñoños, no ese catolicismo de dentro de las iglesias, que tan fácil es. Es tan sencillo adoptar una postura contrita, enlazar las manos, masticar una oración y darse golpes de pecho. Pero no, no es el de esos figurones hipócritas, que no tienen el catolicismo más que en los labios, que los veis arrodillados en el templo y con grandes escapularios en las procesiones, y luego explotan a los obreros y los maltratan de palabra y... (grandes aplausos que impiden oír el final de la frase). No son esos los católicos que, además, en muchos casos, si os molestáis en seguirles, los veréis coger una callejuela escondida en busca de manceba.