La gota que colma el vaso del mito propagandístico republicano sobre la represión en Badajoz nos la da el diario La Voz de Madrid, del 27 de octubre de 1936, que afirmaba que Yagüe había presidido los fusilamientos en la plaza de toros, en un acto horrendo y festivo, al que habían asistido «venerables eclesiásticos, virtuosos frailes, monjas de blancas togas y mirada humilde».
Para García Santa Cecilia, uno de los investigadores que ha estudiado con más independencia y rigor la documentación periodística existente, queda claro que no hubo tal fiesta —los fusilamientos masivos en la plaza de toros, ante numeroso público— pero sí que se produjo una dura represión por parte de las fuerzas nacionales tras tomar la ciudad. Tesis que coincide en muchos puntos con lo escrito por el comandante inglés Geoffrey MacNeill-Moss en The Legend of Badajoz.
Numerosos historiadores extranjeros y, desde la muerte de Franco, nacionales, han tratado el tema de la represión en Badajoz.
Uno de los primeros fue Hugh Thomas, que investigó superficialmente estos sucesos en 1959. En su clásico, desigual, y ya muy anticuado libro La Guerra Civil española, trata la conquista y subsiguiente represión en unas pocas líneas:
Los legionarios mataron a todo el que llevaba armas, incluso a unos milicianos que estaban en las gradas del altar mayor de la catedral. La plaza de toros se convirtió en campo de concentración. Muchos milicianos, y todavía más carabineros, fueron fusilados por órdenes de Yagüe. Estas ejecuciones continuaron al día siguiente, 15 de agosto, y, con menor intensidad, durante algún tiempo después. Hubo otra racha de represión cuando Salazar entregó a muchos de los refugiados que habían cruzado la frontera en su huida.