El 25 de enero de 1951 le escribe desde Buenos Aires José Amado, interesándose por la suerte de su hermano y pidiendo el indulto a la pena de muerte a la que había sido condenado. El penado Manuel Amado fue condenado en 1939 por el delito de atraco a mano armada a la pena de muerte, que le fue conmutada por la de inferior grado. En julio de 1943 se evadió del destacamento penitenciario de Cuelgamuros, para en 1946, en Bilbao, atracar a mano armada un establecimiento de lotería. Fue condenado nuevamente por un consejo de guerra a la pena de muerte, junto a otras penas de cárcel. Yagüe escribió a la familia el 12 de febrero de 1952 sobre su incapacidad para hacer algo al respecto.[604]
Un falangista y vieja guardia, Demetrio Marco, le escribe el 10 de marzo de 1951 para interceder por su cuñada. La madre y la hermana de su mujer fueron detenidas y condenadas a diez años por verse obligadas a socorrer a la partida de maquis de El Cariñoso, que operaba por los montes de Liérganes. El guerrillero les obligó a comprarle alimentos y a cocinárselos. Su suegra murió en prisión, por lo que pide al general que interceda por su cuñada de dieciocho años, ahora sola en prisión, y para que obtenga la libertad, «pues por ser menor y por las circunstancias no merece estar en la cárcel». Yagüe le responde el 12 de marzo del mismo año: «El día 8 del actual se ha cursado al ministerio un expediente de indulto a favor de Mercedes Cobo Aja, con informe favorable a la concesión de dicha gracia».[605]
Las leyes del primer franquismo eran extraordinariamente estrictas. Siendo, por lo que se puede apreciar en la abundante casuística existente en el Archivo Yagüe, tan dura para los vencedores como para los vencidos. Los desmanes admitidos en tiempos de la República, y la precaria situación que vivía la nación, seguramente llevaban a esta dureza en el cumplimiento de la ley. Existe una carta de un ex legionario detenido en noviembre de 1944 por trasladar «sin guía» (cartilla de racionamiento) veinte kilos de alubias. Fue detenido acusado de mercado negro. El legionario, que había servido con Yagüe, logró hablar con su antiguo jefe, pero éste no pudo evitar que fuese internado en el campo de Nanclares de Oca.
Las leyes eran duras para todos. En una carta de Muñoz Grandes a Yagüe —jefe de la Casa Militar del Caudillo y capitán general de la 6ª Región Militar respectivamente— le pide que interceda por un divisionario, Juan Antonio Díaz González, que al regresar de la URSS realizaba su servicio militar en el Regimiento Mixto de Armas n° 86 y, tras pasar dieciocho meses en el frente, le fue concedido un permiso de cuatro meses, pidiendo otros dos más que le correspondían, siendo detenido por desertor al no regresar a su unidad a los cuatro meses que, inicialmente, tenía concedidos. El primer jefe de la División Azul le pide que quede sin efecto el expediente de deserción sobre el ex divisionario.[606]
En Burgos, siendo teniente general, nacerán sus dos últimos hijos. Juan, el único varón, que nació en 1945 en el mismo edificio de la Capitanía. Su última hija fue otra niña, Paloma, que nació en 1948 también en Burgos, pero ya en el hospital de la Cruz Roja. Sus dos primeras hijas, Carmen y María Eugenia, habían nacido en Madrid cuando estaba destinado en Marruecos. Blanca nació en Ceuta el 18 de agosto de 1936, al mes justo del alzamiento. La cuarta nació en 1938, durante la batalla del Ebro, y se llamó Pilar, como no podía ser de otra manera al nacer en Zaragoza. Murió al poco de nacer. La cuarta, Gloria, nació en Burgos en la etapa en que estaba Yagüe desterrado en San Leonardo. Para que su mujer fuese atendida en un hospital de Burgos rompió su confinamiento sin autorización.
El buen corazón de Yagüe era por mucha gente conocido, lo que provocaba que fuesen muchas las personas, franquistas y republicanos, que acudían a él pidiéndole ayuda y apoyo de todo tipo. Son muy numerosos los casos que recoge su archivo. Así, por ejemplo, un antiguo alférez legionario, ya retirado del ejército, en 1950, y tras trabajar una temporada en la construcción, se vio obligado a vivir de la caridad, llegando incluso a tener que vender sus ropas para comer. Le pidió ayuda y Yagüe le remitió a la Jefatura de Personal de Construcciones Militares, intentando conseguirle un puesto de trabajo. Tiene otro caso muy parecido, el de un ex divisionario que, en 1947, le pide ayude para lograr un puesto de trabajo, pues quería casarse con una alemana y traerla a España. Una vez más hizo algunas gestiones para buscarle una colocación. Al final, por medio de Agustín Aznar, médico y jefe de las milicias de Falange durante la guerra, y también divisionario, le encontró un trabajo en los Servicios Sindicales del Seguro de Enfermedad. ¡Ay de los vencedores! Estos casos son muestra de muchas situaciones semejantes que desmienten el mito de que, terminada la guerra, los vencedores fueron los únicos beneficiados, a costa de los vencidos, de las riquezas de España.
El comandante jefe del Banderín Central de Enganche de la Legión le escribe: «Nuevamente acudo a Vd. para molestarle, mi general, pero la realidad es que es Vd. el único protector de los que combatimos a su lado desde los primeros momentos, lleno de fe y entusiasmo, por algo que no acaba de llegar».[607]
En noviembre de 1942 le escribe desde Beni Hadifa, Melilla, Juan José García Ramírez: «Gracias a tu carta dirigida al hoy ministro del Ejército, general Asensio, entonces alto comisario de España en Marruecos, estoy nuevamente en servicio activo desde el día 11 de diciembre de 1940, ya que no obstante mi solicitud de reingreso y ser ex combatiente, camisa vieja y mis servicios prestados a nuestro glorioso Movimiento, nada en mi beneficio para volverme al servicio activo habían hecho hasta no recibir tu carta».[608] Se reincorporó como intérprete de la Oficina del Kaidato del Alto Guis gracias a la gestiones de Yagüe, que acababa de terminar su arresto en San Leonardo y Burgos. En la misma línea escribió al ministro del Ejército, Fidel Dávila, en relación a lo poco agradecida que había sido la sociedad nacida de la victoria con aquellos que, sin ser personalidades destacadas, más habían hecho para lograrla:
Un legionario que tiene la Medalla Militar Individual ha venido a contarme su caso. Estudiándolo, he visto que los ex combatientes más distinguidos, los que ganaron la Laureada o la Medalla Militar, si se fueron a la vida civil, no se les ha concedido ningún derecho y están en peores condiciones que un mutilado.
Probablemente al ser reducidísimo el número de los que están en este caso, porque la inmensa mayoría de los laureados y de las medallas militares se quedaron en el Ejército, sea la causa de que nadie haya caído en este olvido.
No encontré fórmula para plantear el caso oficialmente y creí más acertado mandárselo a Girón, como delegado nacional de Ex Combatientes: éste, por lo que dice el legionario, creo también que tiene que ser un olvido, y trata de repararlo, lo que conseguirá en el momento que los conozca el Generalísimo.