Al teniente Yagüe le sobraba fuerza y ánimo. Su espíritu inquieto necesitaba algo más que una tranquila y provinciana vida de guarnición, falta de todo tipo de emociones y expectativas profesionales.
En la Conferencia Internacional de Algeciras de 1906 se confirmó el statu quo de los europeos y de España en Marruecos. Los gobiernos de Alfonso XIII comenzaron a reclamar los derechos históricos de España a ocupar territorios en el reino magrebí.
En 1912 le fue adjudicada a España como protectorado la zona norte de Marruecos, la región montañosa del Rif, la Yebala, Gomara, Ajmas... El territorio adjudicado a España vivía en la más absoluta anarquía. Los acuerdos de Algeciras preveían la creación de una fuerza de policía, bajo la soberanía del sultán, pero dirigida por oficiales españoles y franceses, responsable del mantenimiento del orden. El mando de estas fuerzas por parte española fue encargado al teniente coronel de caballería Manuel Fernández Silvestre.
Desde 1902 la autoridad de sultán era cuestionada por El-Roghi, que sostenía ser el último hijo del sultán anterior y que controlaba la región de Melilla, con capital en Zeluán, y que logró extender su poder hasta Taza. El Gobierno de Maura —en el poder desde 1907— se negó a reconocer a El-Roghi, lo que no impidió que éste vendiese los derechos de explotación de unas minas al sur de Melilla a ciertos inversores españoles. Unos negocios que se consolidaron con el nacimiento de la Compañía Española de las Minas del Rif, empresa con la que llegó a diversos acuerdos El-Roghi. La explotación de las concesiones mineras llevaba aparejada la construcción de un ferrocarril.
En el verano de 1908 El-Roghi, una vez comprobada la incapacidad del sultán de Marruecos para ejercer su poder sobre el Rif, intentó extender su control por estos territorios, obligando a la kabila de los Beni Urriaguel a pagarle tributo, por lo que éstos pidieron el apoyo de España. Los belicosos Beni Urriaguel levantaron a todas las tribus de la zona contra El-Roghi y, a finales de año, habían logrado expulsarlo de su capital norteña, situada al sur de Melilla, Zeluán, para ser pocos meses después capturado por una mehala del sultán y seguidamente ajusticiado: según algunos rumores fue echado a los leones que el sultán tenía en su palacio de Marrakech.
La captura de El-Roghi no supuso la tranquilidad para la zona, sino que aumentó el desorden. El sultán carecía de capacidad para ocupar de forma efectiva el espacio que la desaparición del poder feudal de El-Roghi había generado. Su muerte provocó que las kabilas cercanas a Melilla se lanzaran a la guerra, acosando a los trabajadores españoles que explotaban las minas de las afueras de Melilla, pues no reconocían las concesiones mineras hechas a los europeos en sus tierras. En junio de 1909 Maura ordenó al general Marina que tomase medidas para proteger a los españoles y sus intereses.
El 9 de julio fueron asesinados seis mineros españoles. Las autoridades militares españolas tomaron cartas en el asunto. Marina contaba con seis mil hombres para cumplir esta misión. La decisión del Gobierno de enviar tropas de refuerzo a África, mediante la llamada a filas de hombres que ya habían cumplido su servicio militar y que se encontraban en la primera e incluso segunda reserva, desencadenó las jornadas revolucionarias de la Semana Trágica, a partir del 26 de julio de 1909. El detonante fue la aniquilación, el día 25, en el Barranco del Lobo, a tiro de piedra de Melilla, de la práctica totalidad de efectivos del 1° de Cazadores de Madrid.
Esta revuelta contra el envío de reservistas a Marruecos se saldó con 8 muertos y 104 heridos entre los miembros de la Policía y la Guardia Civil, y 75 muertos y más de quinientas detenciones entre los revoltosos, siendo 5 de éstos condenados a la pena de muerte.
La llamada a filas de reservistas fue sumamente impopular, no sólo por los riesgos que implica toda guerra, sino también por enviar a hombres con cargase familiares que, al ser movilizado el principal sustento del núcleo familiar, dejaba, en la mayoría de los casos, a mujer e hijos en la más absoluta indigencia. El ejército español o, mejor dicho, el Gobierno de la monarquía, no pagaba ningún tipo de sueldo a los soldados que llamaba a filas.
Los sucesos de la Semana Trágica evidenciaron la falta de interés de los españoles por conseguir la pacificación del protectorado marroquí. A diferencia de británicos, franceses o alemanes, las clases medias y bajas españolas no estaban ganadas por la fiebre del imperialismo. Los españoles no tenían nada material que ganar en África, salvo sufrimientos, penalidades, sangre derramada y una gloria militar que patrimonializaban únicamente los oficiales profesionales africanistas. Una situación que refleja con maestría Ramón J. Sender en su novela Imán. Sólo Romanones y algunos pocos financieros, con intereses en las minas del Rif, veían en la guerra una ventaja y una «necesidad» para España.
Un año después de estos sucesos, en el verano de 1910, Yagüe y sus compañeros de promoción salían con sus despachos de segundo teniente —alférez— de la Academia de Infantería de Toledo.
El aumento de los combates en Marruecos llevó a un incremento constante de las tropas españolas en África, dando así comienzo un durísimo conflicto colonial que habría de prolongarse a lo largo de dieciséis años con un coste de unos cincuenta mil muertos, hasta que en 1926 la dictadura de Primo de Rivera logró la pacificación definitiva del protectorado español de Marruecos.
En noviembre de 1912 España firma su acuerdo de protectorado con el sultán sobre la zona más pobre y levantisca, mientras que Francia se adjudicaba por los acuerdos del 30 de marzo de 1912 un territorio de trescientos cincuenta mil kilómetros cuadrados, con cinco millones de habitantes. La zona más rica y, en proporción, menos problemática.
El poder formal del protectorado español estaba en manos del sultán, pero su representante en la zona española, el jalifa, era elegido por las autoridades españolas. La administración española en Marruecos fue establecida por un Real Decreto de 27 de febrero de 1913, siendo el máximo poder de España en su protectorado el alto comisario, inicialmente con sede en Ceuta, para luego pasar a Tetuán. Se crearon en un principio tres distritos militares autónomos —Ceuta, Melilla y Larache—, ya que en la práctica las tres ciudades y sus zonas de influencia se encontraban aisladas entre sí.
El establecimiento del protectorado obligó a aumentar las operaciones militares de control y pacificación. El inicio de las campañas, así como la administración del territorio, exigió el envío de más hombres y, sobre todo, de más oficiales para prestar servicio tanto en las tropas dependientes del sultán como en las estrictamente españolas o en los servicios administrativos del territorio.
En 1913 los españoles habían ocupado Tetuán, lo que había provocado una cierta resistencia por parte de los moradores de los montes de Ben Karrich. Los habitantes de la región se alistaron en masa en las harkas que levantaban los jefes locales para luchar contra los europeos.
En la zona de Yebala el líder de la resistencia contra la extensión del protectorado español era Muley Ahmed al-Raisuni, descendiente de Abdesalam ben Mechich, santón del Yebel Alam, un santuario en las alturas de Bení Arós. Al-Raisuni rompió sus relaciones con España cuando las autoridades del protectorado le prohibieron seguir robando, cobrando diezmos injustos, raptando y asesinando a sus paisanos.
Viendo que no iba a ser nombrado jalifa por los españoles en lugar de Muley al-Medí, Al-Raisuni se alzó en armas contra el sultán y sus protectores españoles. Se refugió en su fortaleza montañosa de Tazarut, desde donde predicó por toda la Yebala, por Larache, Temán y Xauén, la guerra santa contra las autoridades españolas. Y lo hizo con notable éxito.
En 1914 la situación en Marruecos estaba aparentemente tranquila, aunque sin faltar emboscadas, ataques por sorpresa, asesinatos y secuestros, por parte de los rifeños, de soldados y súbditos españoles. Todos los días se producía alguna baja en los pequeños enfrentamientos que salpicaban todo el territorio del protectorado español. En Melilla habían hecho acto de sumisión ante el general Marina las tribus de Ulad Zeitun y Beni Bu Yari, aunque todos los ojos estaban fijos en Europa, pues los vientos de guerra recorrían el continente anunciando un enfrentamiento entre las grandes potencias. Una gran guerra que estalló en julio de 1914.
Todos estos acontecimientos llevaron a Yagüe a abandonar Burgos, y a su madre, para ir a servir a África. Llegó el 2 de marzo de 1914 a Ceuta. Fue destinado al Cuadro para Eventualidades del Servicio, organismo responsable de cubrir las bajas por enfermedad, vacaciones o muerte de oficiales en las distintas unidades de la zona. El día 12 fue destinado al Regimiento de Infantería Saboya n° 6, uno de los que contaban con más historia y tradición de la historia militar de España, y que estaba acantonado en Tetuán. Se incorporó el día 14, prestando inmediatamente servicio de campaña. Su nuevo destino, una unidad compuesta de soldados peninsulares de cuota a los que intentaba sustraer el mando de los combates más duros, no favorecía mucho la obtención de ascensos por méritos de guerra entre sus jefes y oficiales.
Con el Saboya participó en algunas escaramuzas, protección de convoyes y combates, como la operación para construir unos blocaos en las inmediaciones de Malalién. Yagüe recibió su bautismo de fuego el 15 de mayo de 1914.
El prestigio de la recién fundada unidad de Regulares llevó al joven Yagüe a pedir su traslado a la misma. Sobre los Regulares recaería el peso de los más duros combates del protectorado y en esta unidad se estaban ya produciendo los ascensos más rápidos.
Los Regulares fueron creados en 1911 por el entonces teniente coronel Dámaso Berenguer. Al principio estas tropas nativas eran miradas con desconfianza, tanto por los jefes y oficiales españoles, como por los soldados peninsulares. Sus primeros mandos vivían en la incertidumbre sobre la fidelidad que mantendrían los soldados locales en combate, preocupación acentuada por su falta de experiencia en mandar unidades nativas, tan distintas en todo a las que estaban acostumbrados a capitanear. Sobre todo si tenemos en cuenta que los Regulares habían nacido como fuerza mercenaria para servir de carne de cañón en sustitución de los soldados españoles. Sin embargo, en campaña se portaron muy bien. Sus filas se nutrieron de marroquíes, huidos de la zona francesa, más deseosos de luchar contra las kabilas enemigas que contra sus colonizadores blancos: entre los marroquíes aún no había prendido el nacionalismo. El sueldo, las buenas armas y un posible botín también ayudaba mucho —junto a unos mandos elegidos entre los mejores del ejército español— a la fidelidad y eficacia de estos mercenarios.
En 1919 ya había cuatro tabores[31] que en la campaña de la Yebala demostraron ser muy eficaces. La proporción de bajas entre los oficiales destinados a mandar Regulares era muy elevada, pero los supervivientes se convirtieron en la élite del ejército español. A los Regulares pronto siguió el nacimiento del Tercio de Extranjeros, la Legión, cuya oficialidad, unida a la que mandaba las harkas, mehalas y otras tropas moras, formaron un grupo de oficiales coloniales homogéneo, con características y valores propios, que había de resultar fundamental para la historia de España: los africanistas.
El 25 de agosto de 1914 el teniente Yagüe fue destinado a las Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla, el primero de los grupos o regimientos de Regulares creados por Berenguer. Se incorporó el 31 del mismo mes. Mandaba el grupo el teniente coronel Ruiz-Trillo, y el 2° Tabor el comandante laureado Ayuso Casamayor, siendo el jefe de la mía a la que llegaba destinado el joven teniente Yagüe el entonces capitán Emilio Mola Vidal. Ya en esta época, señala García Escalera, Yagüe comienza a sufrir las arritmias que marcarán en varias ocasiones su vida.[32]
El 12 de septiembre participó en la conquista y fortificación de las alturas de Izarduy, formando parte de la columna del general Dámaso Berenguer. En este tiempo trabó buena amistad con su capitán, Emilio Mola, aunque su relación como compañeros en los Regulares de Melilla duró poco, pues Mala ascendió muy pronto a comandante, por lo que abandonó la unidad al ser destinado a Barcelona. A pesar de todo, la amistad surgida en estos momentos duró toda su vida.
Desde un principio Yagüe se vio envuelto en numerosos combates, luchando constantemente durante los cuatro meses que estuvo en Regulares durante el año 1914 y a lo largo de los seis años siguientes, entre 1915 y 1920. Era costumbre que los oficiales jóvenes destinados en tropas de choque que se consagrasen íntegramente al servicio, a la guerra, renunciando a permisos y periodos de descanso.
Participó con los Regulares de Melilla, a comienzos de 1915, en las columnas de los generales Berenguer y Miláns del Bosch que operaban por la Yebala y que, tras duros combates, lograron expulsar a «miles de rebeldes» de los reductos montañosos de Tetuán. Por sus méritos en el campo de batalla le fueron concedidas tres cruces de primera clase al Mérito Militar, con distintivo rojo y pensionadas.[33]
En Europa la Gran Guerra se encontraba en sus etapas más duras, lo que hizo que el Gobierno de Madrid no quisiese acrecentar el conflicto colonial. Por este motivo se avino a negociar un acuerdo secreto con Al-Raisuni en septiembre de 1915,10 que trajo cierta paz a la Yebala hasta la primavera de 1916. Al-Raisuni dejó de combatir y desarmó a parte de sus harkas. Sin embargo, el protectorado no estaba en paz. Los combates continuaron con la kabila de Anyera, que se asentaba en el triángulo formado por Tánger, Ceuta y Tetuán, y que cortaba las comunicaciones de Ceuta y Tetuán con Larache. Para terminar con la resistencia de los anyera se ordenó al alto comisario, el general Gómez Jordana, el envío de tres fuertes columnas desde Tetuán y Ceuta. El Grupo de Regulares de Melilla se integró en la columna que partió de Ceuta en dirección del Biut, uno de los puntos en los que la resistencia de los anyera parecía ser más decidida.
Conforme al plan de operaciones, las tres columnas comenzaron su marcha en la madrugada del 29 de junio de 1916. La de la izquierda estaba mandada por el general Martínez Anido, compuesta por el 1° y 2° Tabor de Regulares de Tetuán (eran oficialmente de Melilla, pero ya se les conocía como de Tetuán porque estaban en esta zona desde 1913), al mando del teniente coronel Rodríguez del Barrio. Este grupo marchó en dirección a Hafa al-Hamara y AinYir. La del centro, mandada por el coronel Sanjurjo, en la que figuraba el 2° Tabor de Regulares de Melilla, puso rumbo a la Loma de las Trincheras. Y la tercera columna, por la derecha, la mandaba el heroico coronel González Tablas, jefe de los Regulares de Ceuta. El general Sánchez Manjón marchó al norte de la kabila mientras las unidades de Larache se movían hacia Talha y Melusa, en la frontera con la zona internacional de Tánger. Las por entonces harkas amigas de Al-Raisuni marcharon para combatir a los rebeldes de la zona del valle del río Jemís. Estas maniobras fueron apoyadas por la Armada que, anclada frente a Alcazarseguer, realizó un simulacro de desembarco con la finalidad de atraer la atención de los kabileños de la zona de Baharauien y Al-Gaba.
El día 28 de junio de 1916 los moros de Yagüe avanzaron formando parte de la columna de Martínez Anido, con la que se trasladaron a Dar-Riffien, donde acamparon. El día 29 de junio Yagüe se hizo cargo de la punta de vanguardia de la columna. A las cinco entabló combate con los anyera que, en gran número, se hallaban apostados en Kudia Afa al-Mar, de donde fueron desalojados. Tras ocupar dicha posición y las de Xefa y AinYir, fueron inmediatamente fortificadas:
A juzgar por la confidencial declaración de algunos moros rehenes, se tenía la creencia de que los anyerinos no iban a oponer una seria resistencia y de que apenas si habría que registrar unos pocos tiros. Con esta impresión avanzaron en cabeza los escuadrones, más la hostilidad enemiga no tardó en manifestarse. Fuertes partidas acechaban ya en una extensión montañosa de dos kilómetros y súbitamente abrieron fuego, lo que provocó la reacción de los infantes, que tuvieron que pasar por encima de la caballería y trabar furioso combates en las abruptas faldas de tales alturas.
Al amanecer entró en acción la artillería, que bombardeó las líneas de los insurrectos y dejó centenares de muertos colgados de las aristas de los peñascos. Con escalofriante desprecio de sus vidas trepaban y trepaban los jóvenes oficiales al frente de sus secciones y de sus compañías, en decidido apoyo de los jinetes. Algunos apenas daban un paso adelante caían atravesados por el plomo enemigo. Los más afortunados se mantenían orgullosamente en pie, respetados por las balas, que silbaban a su lado. En las Lomas de las Trincheras llegó a entablarse un encarnizado cuerpo a cuerpo, y en su propio sector de Hafa al-Hamara, el tabor del comandante Ayuso se batió con singular pericia y el teniente Yagüe cooperó inteligentemente, a las órdenes de su nuevo capitán Fiscer Tornero, en expulsar al enemigo de su principal reducto. Y mostró tal arrojo, serenidad y juicio que muchos de los moros creyeron tener enfrente a un veterano luchador, quemado por la pólvora y el sol de cien encuentros.