Los nuevos legionarios se incorporaron de forma inmediata para lanzarse a las dos horas de su llegada al combate, portándose como los mejores veteranos. Unos días después le preguntó Yagüe a Carlos Iniesta: «¿Qué tal esos rogelios?». A lo que contestó Iniesta: «Mi general, ¿me da usted a mí menos, igual o más categoría que a cualquier comisario político del ejército rojo?». «Yo le doy más a usted», fue la respuesta de Yagüe, tras lo cual dijo Iniesta: «Pues entonces si hasta ahora les habían enseñado solamente cómo cerrar el puño, yo les he hecho aprender cómo estirar la mano y colocar su brazo hacia delante. De su comportamiento no puedo ni preciso tampoco pedir más. Son francamente formidables».[413]
Los días 30 y 31 de julio y 1 y 2 de agosto el mando republicano dio la orden de pasar a la defensiva y fortificarse. La ofensiva había durado un solo día, al que se suman cuatro más de pequeños progresos en algunos sectores. Tres cuerpos de ejército no habían logrado doblegar a las dos divisiones que cubrían el frente. La División 150 del Marroquí impidió el cruce del Ebro por Amposta. El parcialmente exitoso cruce del Ebro por el Ejército Popular era una victoria pírrica.
Una vez conocida la importancia del ataque republicano, algunos asesores militares alemanes y varios generales franquistas, entre ellos Yagüe, propusieron fijar las divisiones republicanas que habían cruzado el río e inmediatamente lanzar una ofensiva por Lérida, aprovechando la superioridad en medios motorizados y aviación, para formar una inmensa bolsa y liquidar al Ejército Popular en Cataluña de un solo golpe, de tal forma que el Ebro fuese la trampa que los condenase a muerte sin casi combatir. Franco se negó a estas propuestas. Quería un nuevo Verdún —según muchos autores— y ganar de una vez por todas La guerra, cosa que al parecer pensaba que podía lograr sin mucha dificultad.[414] ¿Una ofensiva rápida y contundente por Cataluña podía pro votar la intervención de Francia? Todavía quedaban unas semanas para que se produjesen los acuerdos de Múnich, que sirvieron para garantizar la neutralidad de Francia en la guerra de España.
Rojo había cometido un tremendo error una vez más. No había previsto el necesario apoyo aéreo que sus unidades necesitaron durante los pocos días que duró su avance. La artillería, carros de combate, ambulancias, pertrechos de todo tipo, no pudieron cruzar el río en las cantidades que exigía una ofensiva como la planeada. El ejército republicano en el Ebro se encerró el solo en una ratonera, con el río a la espalda, de la que era casi imposible salir.
Entre los días 26 y 28 de julio las tropas republicanas aseguraron el terreno conquistado en la orilla oeste del río, eliminando algunos focos aislados de resistencia enemiga. Sin embargo, en esos mismos días también quedó evidenciada su incapacidad de profundizar en su ataque, no sólo por la resistencia de las tropas de Yagüe, sino fundamentalmente por su carencia de medios motorizados y suministros, por su incapacidad para lanzar una blitzkrieg semejante a la realizada por el Marroquí unas semanas antes. Una vez más queda demostrada la escasa visión de Rojo y de los responsables militares republicanos: ¿para qué cruzar el Ebro si se carecía de los medios materiales y de la moral para lograr una victoria decisiva y realizar un avance en profundidad que pusiese en verdaderos aprietos a los nacionales? La falta de municiones, camiones y artillería, la baja moral de sus tropas, era lo único que con absoluta certeza sabían los mandos republicanos antes de iniciar la ofensiva.[415]
Todo iba de mal en peor para los republicanos tras el éxito inicial. El 28 las conexiones entre las dos orillas del Ebro eran únicamente posibles a través de una pasarela, una compuerta y un puente de madera, siendo el puente y la pasarela destruidos por la aviación nacional al comenzar ese mismo día, con lo que resultaba imposible cruzar material pesado a la orilla derecha del Ebro. Los sublevados abrieron también los pantanos y embalses de Camarasa, Barasona, La Sotonera, Ardisa, Santa María de Belsué y La Peña, que soltando sus aguas de forma ordenada permitieron una riada constante de más de tres metros de altura a lo largo de todo el día 28. A pesar de la subida del cauce, ese mismo día por la noche los ingenieros republicanos lograron reconstruir el puente de madera de Ginestar-Benissanet y abrirlo al tráfico pesado, lo que permitió el paso de casi doscientos vehículos. El 29 volvió a ser destruido por la aviación franquista. La puesta en funcionamiento y la destrucción de los puentes fue una constante a lo largo de toda la batalla.
Franco trasladó su cuartel general, «Terminas», desde Burgos a Pedrosa, en Teruel, para luego llevarlo a Alcañiz, donde estuvo camuflado como hospital de campaña. El Generalísimo siguió los combates personalmente desde Coll del Moro, un cerro a pocos kilómetros de Gandesa.
La artillería republicana logró por fin cruzar el Ebro el día 29. Un total de quince baterías de distinto calibre, una masa anillen, insuficiente para los combates que se avecinaban, pero algo al fin y al cabo. También se incorporaron al frente la 16ª División, formada por las brigadas 149, 23 y 24, para sustituir la muy desgastada 35ª División.
El día 30 la batalla estaba ya centrada en el control sobre Gandesa. El objetivo del mando republicano era embolsar la población cortando las carreteras entre Gandesa, Batea y Calaceite, y la que va de Gandesa a Pinell, además de impedir la llegada de refuerzos presionando sobre el pueblo de Villalba de los Arcos. Luego, la 23ª y 149' brigadas republicanas se lanzaron en tromba sobre Gandesa, aplastando en su avance a la 16ª Bandera de la Legión, aunque esto no impidió que dos horas después los nacionales hubiesen rechazado su ataque.
El 30 de julio las unidades de caza republicanas hicieron su aparición en el frente del Ebro, despegando desde Tarragona, iniciando misiones de protección y de ataque, y generalizándose los enfrentamientos aéreos. El Ejército Popular comenzó a disputar a la aviación franquista el control del cielo.
El 31 Modesto lanzó a sus hombres nuevamente al ataque. Había reorganizado sus tropas en tres bloques: la Agrupación Norte estaba integrada por la División 3, apoyada por unidades de la División 35, con órdenes de tomar Villalba de los Arcos; la Agrupación Sur estaba formada por la División 11 y unidades de la División 46, que debían tomar Bot y enlazar con la División 16. La misión de ambas era embolsar Gandesa e impedir que fuese reforzada su guarnición. Por su parte, la Agrupación Centro, formada por la División 16, debía tomar Gandesa, con apoyo de unidades de la maltrecha División 35. Contaba para el asalto con setenta y dos piezas de artillería y una veintena de blindados.
Enfrente seguía Yagüe. A la 102ª División de Castejón la situó en el norte de su dispositivo, en Fayón y la Puebla de Massaluca, con la finalidad de frenar a la División 42 republicana. Entre Pobla y Villalba estaba la 82ª División de Delgado Serrano. La defensa de este pueblo fue encomendada a Pablo Arias, jefe de la 74ª División y de los restos de la maltrecha 50. En torno a Gandesa concentró a lo mejor de sus tropas, la 13ª División del duro Barrón y la 84a de Galera Paniagua. La zona sur quedó bajo el mando de Alonso Vega y su 4ª de Navarra. Yagüe siguió manteniendo a Arias, Barrón y Alonso Vega como jefes de su línea del frente. A Gandesa ya habían llegado los primeros refuerzos, convirtiendo la plaza en casi inexpugnable.
El 31 las tropas frentepopulistas se volvieron a lanzar a la lucha a la desesperada. Los ataques sobre el «cerro de la muerte» fueron especialmente duros. La 23ª Brigada Mixta republicana fue casi aniquilada por un tabor de Tiradores de Ifni, perdiendo cuatro carros los rojos en el combate. Desempeñó también un papel muy destacado la 4ª Bandera de la Legión.
Las tropas republicanas se estrellaron ante los tres pueblos que querían conquistar, Villalba, Gandesa y Bot: «Hay que reseñar la poca imaginación del mando supremo republicano, ya que los ataques frontales habían fracasado los tres días anteriores».[416]
El 1 de agosto, a los siete días de haber dado comienzo la ofensiva, nuevamente el Ejército Popular se lanzó al asalto. Barrón, que contaba con quince batallones, un regimiento de caballería y tres grupos de artillería, les volvió a frenar en seco. Los republicanos parecía que con este supremo esfuerzo iban a lograr la victoria, incluso llegaron a tomar algunas casas de Gandesa, pero el contraataque ordenado por Barrón a los restos de la 16ª Bandera de la Legión les hizo abandonar sus posiciones. Para el Ejército Popular tomar Gandesa era ya imposible.
A comienzos de agosto se puede decir que habían perdido la batalla, lo que no quiere decir que Franco la hubiese ganado. El 3 de agosto la ofensiva roja había perdido toda su fuerza. Los republicanos habían conquistado ochocientos kilómetros cuadrados, pero nada más. Habían perdido la iniciativa estratégica, que había pasado a manos de los nacionales. Habían sido incapaces de lograr un suministro constante, por carecer del control del espacio aéreo, lo que había acentuado su incapacidad de cruzar el Ebro de forma regular con todo tipo de suministros para sus combatientes de primera línea.[417]
A estas alturas del combate la República se conformaba con resistir, pareciendo ser al final siempre ésta la palabra clave de su estrategia. ¿Resistir, para qué? Como señalan ciertos autores, Rojo, Hernández Sarabia, Modesto, Tagüeña, Líster... sabían que resistir era un error. Desde un punto de vista político la retirada era inaceptable, pero ¿no estaba acostumbrada la República, a estas alturas, a retroceder y ser vencida después de tantas y tan estruendosas derrotas? El PCE quería ganar tiempo a cualquier precio, aunque fuera a costa de miles de vidas. ¿No sabían los dirigentes comunistas españoles que Hitler y Stalin estaban acercando posiciones de cara a un futuro reparto de Polonia? Si la guerra de España se prolongaba, ¿no se encontrarían los comunistas siendo aliados de los aliados de Franco?[418] La conferencia de Múnich quebró cualquier utopía republicana del comienzo de una guerra en Europa que convirtiese la Guerra Civil española en un frente de un conflicto mayor.
Algunos historiadores sostienen que la República quería ganar tiempo para reorganizar las fuerzas del Grupo de Ejércitos de la Región Centro y lanzar una ofensiva por Andalucía o Extremadura, al tiempo que aumentaban las defensas de Valencia. Sin embargo, la ofensiva en otros frentes debía haber sido conjunta —no olvidemos que ambas zonas estaban aisladas entre sí y resultaba imposible traspasar hombres de una a otra—, no una consecuencia de la derrota en el Ebro. Todo estaba perdido, aunque algunos líderes republicanos esperaban que la dureza de los combates obligase a Franco a aceptar una tregua. No entendían nada, ni sabían los medios y moral de victoria que ya se había enseñoreado de la España franquista.
Ante la nueva situación provocada por el fracaso del ataque republicano, ¿qué iba a hacer Franco? La primera opción era dejar al ejército del Frente Popular atrincherarse sobre el terreno conquistado y luego lanzar una ofensiva a sus espaldas para embolsarlo, partiendo de los dos brazos de la tenaza, uno desde Caspe y el otro desde el Mediterráneo, para rendir al enemigo por falta de suministros y alimentos. La segunda opción era fijarlo al terreno, iniciar una guerra de trincheras, y reanudar la ofensiva para tomar Valencia. Franco optó por una tercera solución, ya que había recuperado la iniciativa: aplicar el principio de que «la misión de un ejército es destruir a su adversario» e intentar lograrlo mediante un choque directo, una gran batalla campal que impidiese a la República continuar la guerra en cualquier escenario o situación. Franco, Dávila y Vigón optaron por una sangrienta batalla que había de durar tres meses y en la que los soldados franquistas recuperarían palmo a palmo cada metro de terreno perdido, en medio de un relativo baño de sangre por ambas partes.
Modesto se vio obligado a dividir el frente del Ebro entre Tagüeña, con el XV° Cuerpo, y Líster, con el V° Cuerpo. Etelvino Vega se hizo cargo del mando del XII° Cuerpo, que quedaba como reserva. Había llegado, una vez más, el momento de atrincherarse y resistir. ¿Serían sus tropas mejores fajadoras que las divisiones populares masacradas en Teruel, Alambra o Quinto?
Franco procedió a reorganizar a sus tropas para el combate ofensivo que iba a lanzar. Decidió crear también tres grandes agrupaciones: la Agrupación Izquierda al norte de sus líneas, en la zona de Mequinenza y Fayón, integrada por la 82ª División de Delgado Serrano y la agrupación del teniente coronel Lombana; la Agrupación Centro bajo el mando de Barrón, con las divisiones 13, 74 y 102, con órdenes de romper el frente por Villalba, tomar la Pobla de Massaluca y Camposines. La tercera, la Agrupación Derecha, estaba integrada por la 4ª de Navarra de Alonso Vega y por la 84 del coronel Galera Paniagua, cuya misión era destruir las fuerzas republicanas en torno a Gandesa.
Franco disponía de seis divisiones frente a diez republicanas, pero las unidades rebeldes eran de mejor calidad —con legionarios, regulares y falangistas—, sus bajas habían sido cubiertas, al tiempo que podía sacar unidades de refresco de otras cinco divisiones. Además, la superioridad artillera nacional era abrumadora, gracias a que el general Carlos Martínez Campos, jefe de la artillería, había trasladado al Ebro todas las piezas de las que había podido disponer, logrando casi triplicar a la artillería republicana. Franco también controlaba con su aviación los cielos sobre el Ebro.
La diferencia de moral entre ambos ejércitos era enorme, aunque el Ejército Popular, que estaba al borde de la desintegración, en medio de una guerra defensiva, continuó resistiendo de forma heroica dos meses y medio más. En la siguiente Orden del XVIII° Cuerpo de Ejército republicano para uno de sus batallones se decía:
En escrito de la superioridad, me comunican:
I. Las unidades componentes del XV Cuerpo de Ejército se han establecido a la defensiva sin idea de repliegue, debiendo conservar el terreno sin disculpa alguna hasta morir.
II. El cabo será el único responsable del incumplimiento de la misión que se le tiene encomendada, sin replegarse nunca sin orden escrita de su superior. Si el incumplimiento de ésta fuese durante operaciones, será inmediatamente detenido por el sargento y conducido al teniente, quien mandará sea pasado por las armas inmediatamente.
III. El sargento será el único responsable del incumplimiento de la misión que se le tiene encomendada, sin replegarse nunca sin orden escrita de su superior. Si el incumplimiento de ésta fuese durante operaciones, será inmediatamente detenido por el teniente y conducido al capitán, quien mandará sea pasado por las armas inmediatamente.
IV. El teniente será el único responsable del incumplimiento de la misión que se le tiene encomendada, sin replegarse nunca sin orden escrita de superior. Si el incumplimiento de ésta fuese durante las operaciones, será inmediatamente detenido por el capitán y conducido al comandante, quien mandará sea pasado por las armas inmediatamente.
V. El capitán será el único responsable del incumplimiento de la misión que se le tiene encomendada, sin replegarse nunca sin orden escrita de su superior. Si el incumplimiento de ésta fuese durante operaciones, será inmediatamente detenido por el comandante y conducido al P. C. de brigada, el jefe de la misma, quien mandará sea pasado por las armas inmediatamente.
VI. Esta orden afecta por igual a las unidades de servicio (Transmisiones, Sanidad, Municionamiento, Intendencia, Cuerpo de Tren, Zapadores, Secciones de Caballería, Sección Explotación, Enlaces, Información, oficinas, Furrieles, Servicios de Cocina, etc.).
VII. Así mismo se publica que la automutilación será juzgada con la última pena inmediatamente de producirse.
VIII. Se dará la máxima publicidad a esta orden especial.
IX. Lo que se publica para general conocimiento y su más exacto cumplimiento.
En mi P. C. a las diez y seis cuarenta y cinco (16.45) horas del día 8 de agosto de 1938. El comisario de guerra José Portal Espluga; el mayor jefe, Gervasio Pinkus.