Las tropas franquistas, mejor mandadas, mejor organizadas y con una retaguardia con capacidad para enviar gran cantidad de recursos humanos y materiales, estaban preparadas para dar el último asalto sobre los restos del ejército frentepopulista que malamente resistía entre el Ebro y los Pirineos. Había llegado la hora de la verdad.
Franco había situado a 200.000 hombres en 6 cuerpos de ejército compuestos por 22 divisiones, en un amplísimo frente de más de 200 kilómetros. El objetivo de la nueva ofensiva era controlar la carretera de Balaguer a Andorra y la de Solsona a Manresa. Comenzaba el cerco y asalto de Barcelona mediante un avance convergente sobre la Ciudad Condal desde Manresa, Igualada y Vendrell, al tiempo que se tomaba Tarragona desde Falset. La amenaza de una intervención francesa en la guerra había desaparecido con los Acuerdos de Múnich, lo que equivalía a una autorización no escrita a las tropas de Franco para invadir de una vez por todas Cataluña.
El mando nacional designó para la nueva ofensiva a los cuerpos de Ejército de Urgel, mandados por Muñoz Grandes; de Aragón, del general Moscardó; al CTV italiano de Gambara; a las divisiones de Navarra de Solchaga; y, cómo no, al Marroquí de Yagüe.
El Marroquí ocupaba la orilla oeste del Ebro, lo que le permitió iniciar su ataque unos días después que el resto de las tropas situadas más al norte. Yagüe celebró en Caspe la cena de Nochebuena y la de Pascua sin combatir. El Marroquí se lanzó al ataque nada más comenzar el año 1939, tomando Tortosa y ocupando el litoral mediterráneo desde el golfo de San Roque a La Ametlla.
El avance coordinado del Marroquí y el Cuerpo de Ejército de Navarra provocó la retirada, mejor dicho, la huida desordenada de las tropas republicanas que se les enfrentaban. Una retirada a la desesperada, repleta de fusilamientos de prisioneros y cautivos, algo que se iba a producir durante toda la campaña de Cataluña, como muy bien ha relatado la novela Soldados de Salamina. La guerra estaba perdida para la República, así que ¿para qué continuar con los fusilamientos y matanzas injustificados de prisioneros y civiles? Una extraña mezcla de deseos de venganza, frustración ante la derrota e ideología revolucionaria —eliminar a los enemigos de clase en cualquier momento y situación— llevaban a los elementos armados del Frente Popular a cometer todo tipo de tropelías cuando ya todo estaba perdido. Aquellos que no lograron cruzar la frontera fueron sometidos a juicios sumarios por parte de los vencedores en su lógica aspiración de depurar responsabilidades y, lógicamente, pasar factura por los numerosos crímenes de todo tipo cometidos contra los partidarios de la España franquista.
El general Marchante, hijo de un oficial sublevado muerto durante la guerra, conserva como un tesoro la Hoja de Campaña de la 3ª Bandera de Falange de Burgos —titulada El Garigolo— que mandó su padre, hasta su muerte, durante buena parte de la guerra. En sus páginas se alude al salvajismo de los republicanos tanto contra la población civil como a la destrucción indiscriminada de bienes civiles y religiosos. El Garigolo describe en sus páginas la toma de Boltaña y su relación con los rojos, en la misma línea de reconciliación y recuperación para la causa de los «rojillos» que propugnaban los generales Muñoz Grandes y Yagüe:
...el aspecto de este pueblecito es francamente desolador. Por doquier aparecen muestras irrebatibles del paso de la horda. Todas las casas han sido saqueadas y sus enseres destrozados; el fuego ha reducido a grandes montones de escombros y cenizas varios inmuebles, y la Iglesia, profanada tras realizarse los más horrendos sacrilegios, ha seguido igual suerte...
[...] los prisioneros nos miran asombrados de cómo los atendemos. ¡Qué saben sus jefecillos lo que es el ejército de nuestro Caudillo! Al ver alguna camilla cubierta la vista se nos nubla. Oigo a mis espaldas a un falangista, familiar de uno de los caídos, que dice a otro: «A esos desgraciados prisioneros de buena voluntad, perdónalos, Señor, no saben lo que han hecho»; pero para su dirigentes, todo el peso de la ley es poco para que purguen los crímenes que han cometido. Vuelvo la cabeza, estrecho la mano del soldado y le digo: así son los soldados de Franco.