Venezuela, 1947 ࢤ 1974
Los cadáveres están sepultados verticales, rojos, amarillos y violetas extraño en el aire podrido. Un sapo mea una flor, lo pongo en la mira de mi fusil y, ya, está listo, petrificado. A unos treinta metros del combate, el ejército enemigo encontró la cartera de Froilán, tirada en unas piedras; por eso pudieron identificarlo fácilmente. No te preocupes. Sé firme. Sin temerle ni a la tortura ni a la muerte. Hoy estás entre los más bellos sonidos de las montañas, avanzando entre nosotros, llevando dentro tus propias orquestas con esa influencia que ellas encierran; ¡enorme! Hacia el oeste, a unos treinta kilómetros de la carretera Ojo de Agua y el frente está en buenas condiciones luego de unos pequeños bombardeos. En la actualidad, el cuadro ofrece otros colores. Tenemos 20 años. Jamás moriremos.
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La ciudad está declarada en emergencia. Sólo me queda caminar, mirando un punto cualquiera del cielo, stop, quedar estático, mudo, ciego, con los ojos arropados puestos en algún astro sin luz. Stop. Estado de sitio. Y, paff, nuevamente los colores, lo telúrico, la dialéctica, lo bello, lo amargo y lo cotidiano, la cerveza, los destinos, el Che Guevara, la fuga, los bigotes amarillentos, Baudelaire, escala de valores, las estaciones juntas, el status quo, las cuatro paredes, León Trotski, las botas marrones, las flores, el revolver, los despegues, Elsa, los blue jeans, los cuatro puntos cardinales, el curriculum vitae, las transparencias, los juegos del amor, las desapariciones, eh... Amigos todos, estoy sangrando. Con el pie izquierdo en la espalda, boqueando, decorativo, fugaz. Ahora sí, estoy bien muerto, me mató el rayo violeta de unos ojos café. Propongo esperanzarme en un planteamiento de resurrecciones. Eso sería una locura. Pero al fin ¿que puedo hacer? Aquí estoy yo. Elsa, Froilán, Ramar, Vicenta, Camaradas todos, he vuelto.