Polonia, 1894 ࢤ 1980
I
Viviendo en nuestra tierra, viviendo pese a todo,
hemos sentido ascender la vida.
¿Por qué morir aquí? Llueve.
París se duerme y se arrebuja,
como cuando la luna se emboza entre la nube.
París despierta y vive. ¿Por qué morir?
Desde la ventana miro los jardines helados.
Veo la mimosa seca:
su pelusa es una estrella de mar,
una estrella que ha brotado del agua.
Mi hermano de hace treinta años retorna,
sigue siendo el mismo...
...Y, sin embargo, ¡cómo ha cambiado!
Con su sonrisa, que le envuelve como un manto,
con la sonrisa que trae de Oswiecim.
Siento un poema que sueña dentro de mí, pero no sabría escribir sus palabras. El tono gris se tiende sobre la ciudad, con el vuelo, con el Arco de Triunfo.
Siento una mano fría. ¿Por qué morir aquí, con la flor escarlata de sangre en la boca?
II
Amigos míos,
amigos muertos hace mucho tiempo, vosotros sabéis que aquí todo es indiferente,
ya irguiéndose esbelto sobre nuestras cabezas, como un arco gótico,
ya abrumándonos, como el azulejo de porcelana blanca
que cubre los bajos techos del Metro.
La mimosa se secará como el corazón de un hombre,
como un corazón perdido en la ciudad inmensa.
¡Cuán vasto es, oh Dios, el arco iris
por encima de la Torre Eiffel,
como un jumento que triscara en el prado húmedo de nuestros tejados!
Dime, Rene, ¿conoces el gusto del veneno?
III
En el hogar reina la calma,
mientras, fuera, los abedules se aprestan para la primavera, abedules que no han sido tallados por León... Ese niño que llora es mi nieto.
En el hogar reina la calma
y todo está tranquilo aquí también.
Un patio con unas cuantas rosas,
muchos guijarros puntiagudos
y un arco bajo el cielo.
¡Qué difícil expresar con palabras
a un tiempo la muerte y la vida
de flores de sangre escarlatas!
En el hotel, abajo, hay fiesta: un matrimonio.
En los Inválidos montan la guardia soldados de oro.
Y el tango, el tango que musita suavemente:
morir, morir en París.
No vendrá hasta nosotros, paloma que desciende, ni de las estaciones del año brotará. No se abrirá encendida, lo mismo que un relámpago,
la paz sobre la tierra.
No asomará en los pétalos de un ramo perfumado ni del trueno que rompe la nube bajará. No llegará tampoco del hermoso arco iris
la paz sobre la tierra.
Podrá nacer de nuestra voluntad solamente, fluimos del costado como fluye la sangre, lentamente crecer de nuestro esfuerzo
la paz sobre la tierra.
Brotará, cual la llama, del trabajo constante, de la mano tendida, del paso acompasado, del clamor poderoso de los pueblos:
«¡Que haya paz en el mundo!».
Ladrillo en mano, el albañil, aunque le apremia la cuchara, mira un instante el cielo añil y en él flotar la nube clara, desmelenada plata en vuelo, hija del mar alta en el cielo.
Así, querría que la gente
que cree que el canto está en la mente,
con emoción curiosa oyera,
como albañil ladrillo en mano,
mi verso, nube pasajera
perdiéndose hacia lo lejano.
Versión: Francisco de Oraá