Argentina, 1905 ࢤ 1974
A Alberto Sánchez
I
Donde el carbón se junta con la sangre y la ametralladora bailarina lanza sus abanicos de metralla. Donde todo termina.
Ya vienen las mujeres con sus hijos de la mano, en los brazos y en el vientre. Dentro del gran bostezo de la mina crece un grisú de soledad ardiente. Donde todo termina.
Apuntad bien, que sobre el barro caigan donde el terror se junta con la sangre. Ya están ahí los mercenarios. Donde todo termina.
Su sangre no es abono.
Por el río que arrastra el grano oscuro
corre la sangre favorable
de obreros fusilados contra el muro.
Donde todo termina.
¡Cómo se pasa del carbón al plomo! ¡Cómo se pasa del esclavo al hombre! Somos miles de muertos favorables, Donde todo termina.
Incorporáos sobre nuestra muerte
y en su arsenal de polvo
fundid las nuevas armas.
Donde todo termina.
Donde el carbón se junta con la sangre
pronto desbordará los horizontes
el ejército muerto que dirige
un mariscal de hueso y de ceniza.
Donde todo termina.
II
Escuchad la tormenta.
Bata el palo sobre la ropa oscura.
Lavad, mujeres de mineros, la ropa oscura.
La ropa del carbón y de la muerte, del barro y de la arena, que en el Nalón y en el Caudal arrastran las aguas de la cuenca.
¡Oh, veteranas!
Bandera el overall agujereado, espectro del coraje el trapo comunero. Detrás del viento, entre hulla y escarcha, viene el invierno con el hambre. Viene el invierno fusilando muertos, decretando osamenta, persiguiendo a los hijos de los muertos, donde madura el grito de los muertos, donde la dignidad va madurando.
Va madurando sobre la derrota donde se junta el aire con el humo y un sol de vidrio opaco, forastero, ve desfilar hacia el túnel sonoro mineros y mineros y mineros. Donde todo termina.
La vida es dura, agria la leche, triste el suelo y el pan amargo, desde hace siglos caminamos por un largo camino largo.
Somos los dueños de la tierra que para otros trabajamos, sobre el andamio construimos y a la oscura mina bajamos.
Hacia la inmensa Unión Soviética con ávidos ojos miramos, dejando de ser Spartacus quisiéramos ser Stajánov.
Y porque el mundo será nuestro, nuestra esperanza sabe un canto, —¡Arriba los pobres del mundo!— en todas las lenguas cantamos.
La lucha es brava, el tiempo apremia, nuestro camino está poblado de grises cruces de madera y de fusiles mercenarios.
Nuestra insignia es una paloma de color rojo derramado que viaja al filo de la aurora sobre el lomo de un gran leopardo.
En los recodos nuestra lucha tendrá impaciencia de relámpago, mas los escollos salvaremos —a estrella lenta aliento largo—.
Porque en el fondo del camino la libertad está esperando con una espada inexorable reluciendo en la ardiente mano.
¿Te acuerdas de las señoritas antiguas con sus largas polleras,
sus grandes moños y sus finas caderas?
¿Has visto las fotografías de los balnearios color sepia,
los divertissement de las ferias y el agua lenta,
el agua perfumada,
el agua azul de los azules valses de Viena?
Entonces los reyes eran primos hermanos y con primos hermanos se casaban las princesas. Entonces Alfonso XIII tenía veinte años.
Entonces estallaban los primeros motines y se cortaban muchas cabezas.
Entonces ya se caía del caballo el Príncipe de Gales
y aún se elogiaban las manos de Eleonora Duse.
Fíjate cómo se amontona la historia,
cómo muere y renace todo,
cómo los que creíamos vivos han desaparecido,
cómo los que creíamos muertos están presentes.
Las crónicas de Jack el Destripador,
la cursilería de los sombreros con flores,
las primeras pantallas japonesas,
los globos cautivos y las novelas por entregas,
los angelitos de los cielorrasos
y las czardas de los restaurantes a la moda,
¿dónde, dónde han ido a parar?
Tu muñeca, tu retrato de novia —parecías menos joven—
aquella madurez tuya prematura y hoy deslumbrante,
¿dónde, dónde ha ido a parar?
Fíjate en los tiempos que nos toca vivir.
No se sabe cuándo pararemos, no tenemos destino fijo,
somos seres en borrador,
inconclusos, desparramados.
La fotografía de cada año nuestro
significa un acontecimiento tras otro.
1914, 1915, 1916, 1917, 1918.
Cae sobre el mundo la bomba tremenda de la guerra.
Millones de cruces de madera aparecen en los campos. Fusilan a una enfermera en Bélgica.
Dicen que Guillermo se divierte con sus más feroces soldados. Poincaré «la guerre» ha estado en Rusia y los condes de Viena han estado en Berlín. Condecoran a Basil Zaharoff con la Orden del Baño. Llegan hasta nosotros, niños, las emanaciones de los gases.
Y hasta nuestras costas vienen los submarinos. Ocultan la muerte de Francisco José.
A los quince días lo sacan al balcón del Palacio, la gente de Viena lo ve, en lo alto, agitando los brazos. Pero está muerto y relleno de estopa como una marioneta. Francisco José ha muerto. ¡Que muera Francisco José!
Y el hombre de la bicicleta,
el hombre del pan bajo el brazo, el dulce amigo de los niños, va camino de Petrogrado.
Es Lenin, es nuestra esperanza,
es la insurrección de obreros, campesinos y marineros y soldados,
un gran resplandor viene de Rusia
y en el Volga cantan los insurrectos.
El Armisticio abre la tumba del Soldado Desconocido.
Los hipócritas ancianos de Francia lagrimean frente a la lámpara votiva.
Ese canalla de Briand, dice L'Action Frangaise.
Ese bandido de Clemenceau, dice L'Humanité.
El evangelista Wilson, a quien han presentado bellas prostitutas,
se vuelve a la Unión con su carga de lapiceras.
Un nuevo cereal se descubre en el mundo;
son los millones de muertos que han florecido blancas cruces de madera.
Los social-demócratas traicionan al proletariado.
Carlos Liebnecht, el hombre que amaba las flores,
y Rosa Luxemburgo, la mujer que amaba los pájaros,
están caídos en un arroyo con los cráneos destrozados.
Han pasado cuatro años desde que mataron a Jaures,
mientras tomaba café-creme frente a la vidriera del Croissant.
Los nobles, alemanes, austriacos, rusos, hacen el camarero y el ladrón
el sirviente y el maquereaux, el cabaretier y el bailarín.
Es algo espectral, algo terrible,
cuando un servil los reconoce y los saluda
y cuando se visten con trajes y con perfumes baratos.
¡Cómo están de cambiados con sus blusas apolilladas
y sus largos guantes!
Algunos se han hecho tatuar.
Algunas se entregan en los recovecos. Y Francisco José lleno de estopa estuvo asomado a la ventana del Palacio.
1919, 1920, 1921, 1922, 1923, 1924, 1925. Un temblor histérico corre por la espina dorsal del mundo. Una falsa prosperidad se instala en las ciudades y en los campos. Preparan la cadena con Ford, Citroen, Coty, Fiat. ¡Atención al cinematógrafo!
Pero los burgueses absorben todo y envilecen todo. Turati entrega las fábricas a un delirante hombrecillo, a un traidor de su clase,
y la desesperación burguesa se llama ahora fascismo.
Se habla de Einstein, de Freud, de Spengler, de Joyce, de Lawrence.
Los blues traen del Sur de la Unión toda la tristeza negra,
aunque ya los barcos a turbina no recorren el Mississippi,
ni la dorada luna de los circos se pasea en el cable.
Nos echan todo abajo,
nos hablan en otro idioma,
nos consideran muertos,
nos voltean los dioses,
nos destruyen los dogmas.
Hay que cambiar a cada rato de casa.
Es como si nos muriéramos por etapas.
Ay, los riñones, los sesos, el hígado, el corazón, los pulmones, todo se está pudriendo,
lo más flamante se pudre y se viene abajo con estrépito. Centenares de hombres se ahogan en los submarinos perdidos. ¿Qué importa una catástrofe después del Marne, Jutlandia, Verdún? Ebert bebe Champagne y Grosz lo desnuda. Los libros de guerra alumbran los escaparates. Se forman los grandes comités internacionales. Se viaja vertiginosamente
y toxicómanos, invertidos, locos, mutilados, invaden las ciudades.
Los generales mueren en la cama, caen ministerios.
Basil Zaharoff anda en coche de inválido.
¿Quién no está despierto, quién no permanece atento
en la noche del caos?
Todavía hay artepuristas en el mundo,
todavía hay sacerdotes y militares,
todavía Gandhi predica la desobediencia pasiva.
1926, 1927, 1928, 1929, 1930, 1931, 1932, 1933. Ruge China con sus millones de campesinos y coolies. El Kuo Ming Tang traiciona la Revolución. Los mariscales se venden por millones de dólares.
Los imperialismos yanqui, inglés, japonés, avanzan sobre el mundo.
¡Nos han echado a perder Honolulú, Papeete, Samoa!
El dedo acciona en el gatillo en Chicago.
Morgan tiene su equivalente en Capone.
Gobernadores, jueces, policías, se entregan impúdicamente.
La Cadena sigue enloqueciendo a los hombres.
Prosperity es una mala palabra.
Los desocupados marchan su hambre sobre las ciudades
y Sacco y Vanzetti ya están secos, quemados,
con las uñas hundidas en las sienes.
Los fusilamientos en masa de obreros y soldados
es la única música que se conoce.
Un grupo de morfinómanos, pederastas y locos se apodera de Alemania,
violan a las muchachas judías,
patean los vientres de las madres,
escupen sobre los padres en los fosos,
queman pilas de libros en las plazas públicas.
Goering incendia el Reich y encarcela a 200 000 comunistas.
Roosevelt habla por radio, inventa el Águila Azul,
no acaba con la cadena, defiende la propiedad,
acosa a las muchedumbres agrarias,
y alimenta la desocupación.
Dimitrov dice:
«¿Tenéis miedo a los comunistas?». Dimitrov dice:
«La sexta parte del mundo».
Oh, no me olvido de la Unión Soviética.
Allí la libertad no es una abstracción,
allí está la dignidad del hombre,
allí está el arte reflorecido,
allí está el cine purificado,
allí está el viento de los trigales y la oscura
sinfonía de los tractores.
Allí está el Plan Quinquenal y sus Brigadas de Choque. Fíjate cuánta historia amontonada, empujada, fíjate cuánto acontecimiento junto, y el más grande, y el único,
—el hombre de la bicicleta —el hombre del pan bajo el brazo —el dulce amigo de los niños camino de Petrogrado.
Estuve en un país cuya magia subyuga. Dulcemente nos hace sus esclavos, incita y promueve la luz, el aire, la mañana.
Traigo de Cuba ecos victoriosos de batallas civiles que siguieron al río de sangre del desvelo, y visiones fugaces, pero intensas; imágenes que en la retina hallaron la exacta coyuntura.
La fragancia, la música de un pueblo levantado, feliz, a la altura del hombre y el tamaño del día.
Quizás quedaron otras imágenes situadas en el laboratorio sutil de la memoria: aquello que después se convierte en saudade, en un poema, en un cuadro o en un sueño.
He visto lo que hicieron; lo que hacen cantando —es un decir— y también el futuro... entre vagos aromas de plantas familiares y retratos de Martí y Sarmiento y Fidel, a través de esos rostros cautivantes de los niños de un Círculo Escolar luminoso líenos del sol y el aire de la Isla elegida.
Tuve tiempo de ver y tiempo de escuchar
y entrar en el paisaje y la humana geografía
para salir de allí con su expresión.
Tiempo de andar la Habana Vieja y su encanto profundo
y allá en Pinar del Río la granja colectiva,
el tabaco, la caña, las palmas en febrero.
Tiempo de amar el alba con sus tropas traslúcidas y la sonrisa azul del crepúsculo marino. La casa de los Pita Rodríguez, el silencio de los antiguos patios
y el esplendor de las nuevas construcciones...
Y la luna habitual encima del bloqueo alevoso y nocturno,
alumbrando a este pueblo alerta y fraternal y alegre y laborioso y combativo que avanza por el rumbo de la estrella aplastando gusanos y despertando rosas,
en plena primavera del acontecimiento. Y, como quiso Goethe, siempre adelante, siempre adelante... ¡por encima de los muertos!
¿Qué es un cantor cabal, qué era Víctor Jara —un cantor y señor de la guitarra— sino aquel, con su duende y con su ángel, el sutil equilibrio entre la mano y la garganta?
Y aún con las manos rotas simulaste acariciar las cuerdas de tu guitarra muerta y en un esfuerzo insólito ¡Cantaste!
Y ahí te fusilaron los milicos fascistas.
Pero hoy tu instrumento y tus canciones
vigilan tu memoria en Chile y por el mundo, Víctor Jara,
perduran en las voces de todas las guitarras
de aquellos que caminan con su época
en la hora del tiempo guerrillero.
Porque no terminó la batalla de Chile y el futuro verá allí en sus bíblicas esencias a hombres libres y gozosos cantando junto a las lámparas del trigo y de las rosas.
Y en la caja profunda como el agua profunda habrá siempre un lugar para la fantasía y la lucha, los sueños, el amor y la aventura y esa cierta magia de la violencia y de la ternura latinoamericana.
Y a la consigna nazi: «Cuando oigo decir
la palabra cultura, quito el seguro a mi revólver» Víctor Jara responde desde su claro espectro: «Cuando oigo la palabra Pinochet, quito el seguro a mi guitarra, que puede disparar como un fusil.»
Oh, cuántas primaveras perdidas por septiembre, cuánta muerte flotando en los turbios Mapochos. ¡Ellos serán vengados! Ahora y en la hora de Víctor Jara. Amén