Bielorrusia, 1905 ࢤ 1980
Ni monte adorna, palma o mar
esta tierra engalana; sólo la desgracia o el pesar
miro en cada ventana.
Viejo país, inquieta tierra, el trigo que la dora era trillado por la guerra
con su vil trilladora.
Sé del desnudo y del hambriento,
la vida de verdad, que aquí la espiga era alimento sólo hasta navidad.
Nada segarnos ha podido,
país que de niño quiero: tú que mis fuerzas has nutrido aun sin el pan casero.
No hay humildad en nuestras almas
ni hay angustias de muerte. Soy carne de esta carne calma, por las tormentas fuerte.
Como un resorte soy tozudo,
de alquitrán tengo trazos. Tuercen raíces en un nudo
las venas de mis brazos.
¡Raíces que dan vida allá abajo!
Cien pruebas vencí diestro en esta tierra en que el trabajo es ser, rey y dios nuestro.
Con paso elástico prosigo
mi estirpe indomeñable. No da cuartel al enemigo
esta tierra implacable.
Mi arado ha abierto sus entrañas. De penas no me aflijo.
Mejor no vive en tierra extraña quien de este suelo es hijo.
Versión: Francisco de Oraá
Negro pan de centeno, con toda el alma te bendigo, pues nada más sabroso en la vida he comido.
Pan negro, nos brindabas la más dulce delicia con cebolla, con sal, con pobre mantequilla.
No habrá para nosotros regalo más querido que tú con un crujiente pedazo de tocino.
¡Negro pan de centeno! Nos perfumabas desde niños el corazón con olor de hojas de arce o de comino.
Recuerdo cómo ansiábamos el encuentro contigo, y salías del horno en la paleta, henchido.
Con júbilo y respeto acogíamos tu regalo, y tu cara dorada acariciábamos.
Latías bajo el lustre de la seca corteza, en el mantel sencillo, sobre la pobre mesa.
Y dabas la frescura del campo de centeno. Pan negro, la memoria hoy me invades de nuevo.
Hace tiempo que en casa no estaba, compañeros; hoy que he vuelto, regálenme un trozo de pan negro.
Versión: Desiderio Navarro y David Chericián