Polonia, 1901 ࢤ 1970
Todo el día cimentaron el horizonte.
Ladrillo tras ladrillo,
ladrillo tras ladrillo como en un horno,
ladrillo tras ladrillo quemaban
al rojo,
la cal en los cubos se recalentó al blanco tórrido, del muro surgió una llama sangrienta: ¡la banderola! De pronto:
el rumor del tambor—
las cosas se rebelaron contra la doma y escaparon, la ametralladora ladró—
Veo: La Tarde.
Crecieron dimensiones en las armazones. Los andamiajes como trincheras en el aire. El último obrero levantó con sus manos la casa en alto con un ladrillo más,
la casa: una llama apagada.
El día construido oscureció.
Ante los ojos, nube6 del paisaje: la pared.
Los amurallados
velan la barricada de la mirada mía, ellos:
las manos enladrilladas de heridas.
1934
Escucho el silbido de los trenes, cuento, me equivoco, cuento los días en toneladas de carbón, sin final, en equivalentes en él las llamas, como saludo de los mineros, cuento el ritmo...
¿Es él, minero silesiano, quien arranca de la tierra
la corona de laureles
ennegrecidos en bloque,
o es el picapedrero italiano, scarpellino,
quien en la roca blanquinegra se hundió?
¿O la montaña blanca de mármol
resplandeciente en el valle
labró su cara como al mármol negro?
Cuento el ritmo de las ruedas cargando levemente el eco de los picos y martillos suavizado por la lejanía.
Él es minero y escultor, maquinista, arquitecto: Manomillonaria, quien
movió el siglo, como si empujara la montaña con su cima; y quien levantó
Carraras de las ciudades, los cerros
levantados en los pedestales por orden de la mano;
encegueció por el esfuerzo,
como si por un momento
borrara esta belleza, una gota de su sudor;
y de nuevo con la mano multitudinaria
de la gente trabajadora
libera la llama
y la hermosura:
transmite el ritmo de la revolución.
Milán, 1949
Por los talleres de una fábrica, por una avenida de acero creciente
de mano en mano, creciente hasta la cima filosa: como de una bala,
caminé, como si resolviera, soldando los sueños y la fuerza, cómo darles una forma común a las armas.
Contaba:
cinco martillos, pesados como cinco años, en un momento produjeron en mí un golpe de tiempo:
se comprobó mi obra poética en las manos de las obreras y obreros.
¿Con el ritmo de miles de hombres muy hábiles cómo voy a conmover a mis brazos? El pulso de las máquinas forzó mi voluntad.
¡Te saludo fogonera, estrella gris de las chispas!
Tu mano, apartada del fuego, encontró la mía que maneja la pluma,
para que escriba con todas las manos estrechadas.
Moscú, diciembre de 1944