Nicaragua, 1867 ࢤ 1916
¡Es con voz de la Biblia o verso de Walt Whitman, Que habría de llegar hasta ti, Cazador! Primitivo y moderno, sencillo y complicado, Con algo de Washington y cuatro de Nemrod. Eres los Estados Unidos, Eres el futuro invasor
De la América ingenua que tiene sangre indígena, Que aún reza a Jesucristo y aún habla español. Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza; Eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoi.
Y domando caballos o asesinando tigres, Eres un Alejandro-Nabucodonosor. (Eres un profesor de energía,
Como dicen los locos de hoy). Crees que la vida es incendio, Que el progreso es erupción, Que donde pones la bala El porvenir pones.
No.
Los Estados Unidos son potentes y grandes. Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor Que pasa por las vértebras enormes de los Andes. Si clamáis, se oye como el rugir del león. Ya Hugo a Grant le dijo: las estrellas son vuestras. (Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
Y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos. Juntáis el culto a Hércules el culto de Mammón;
Y alumbráis el camino de la fácil conquista, La libertad su antorcha en Nueva York.
Mas la América nuestra, que tenía poetas Desde los tiempos de Netzahualcoyotl, Que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco, Que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió; Que consultó los astros, que conoció la Atlántida Cuyo nombre nos llega resonando en Platón, Que desde los remotos momentos de su vida Vive de luz, de fuego, perfume, de amor, La América del grande Moctezuma, del Inca, La América fragante de Cristóbal Colón, La América católica, la América española, La América en que dijo el noble Guatemoc: "Yo no estoy en un lecho de rosas"; esa América
Que tiembla de huracanes y que vive de Amor; Hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive. Y sueña. Y ama, y vibra, y es la hija del Sol. Tened cuidado. ¡Vive la América española! Hay mil cachorros sueltos del León Español. Se necesitaría, Roosevelt, ser por Dios mismo, El riflero terrible y el fuerte Cazador, Para poder tenernos en vuestra férreas garras.
Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!