Venezuela, 1935 ࢤ 1984

Livia Margarita Gouverneur, héroe del pueblo de Venezuela, muerta en combate contra los gusanos batisteros

El moscardón de secas soledades,

reyezuelo de alma grasienta y sombrío corazón

coronado bajo aguaceros de muerte

con sotanas y lunas.

Soberbio y los verdes social verdugos

atendiendo órdenes de la Embajada americana,

dijeron que a Cuba había que destruirla:

abrieron las puertas

a la resaca de todo lo podrido

y facturaron el basural del mundo.

Insurgieron contra el hombre.

Buscaron poderío en el hambre y la miseria.

A la tuberculosis, al suicidio,

fueron entregados 500 mil desempleados

(el resto para abonarlos a corto plazo)

y mandaron a crecer y multiplicarse.

Se aliaron con los curas, el odio, el silencio.

Se aliaron con el ordenamiento de las bayonetas,

con la noche de las alambradas y la crueldad de los

[burgueses.

Se aliaron con lo más cercano al deshonor, con la identidad de la podredumbre.

Y así la flor del cundeamor y la curva de la colina.

Así el insaciable volcamiento de los bosques

y la vastedad sonora y caballar de la llanura.

Así el color del que te digo desde las hondonadas

y el heredado caudal de los ríos

(el Orinoco es el gran prisionero del imperialismo).

Así las rutas espaciales,

los mares fundados, los puntos cardinales,

nuestro petróleo, nuestro hierro,

nuestras placentas enterradas:

todo fue entregado con dulzura

a los mil veces malditos yankis.

Porque no son más

que judas, cancerberos, ratas desplegadas.

Entonces muchacha combatiente, camarada solar, rosa del pueblo, novia y hermana de lo que esperamos: con tus puños tus uñas tus zapatos tu libreta de apuntes tus canciones el vestido que no estrenaste tu digna bandera tu pistola y tu corazón que no aguantaba más, te despeñaste a rabia y fuego sobre toda su playa de traidores. Ahora, fue duro golpe tu caída.

Hoy sonreír es una desvergüenza.

Tú lo sabes mejor que nadie,

y aceptamos esta vida de cuchillo

y de violencia desatada.

Hoy no sabemos si Cristo

es mujer o es hombre,

sólo que el pueblo de nuevo fue crucificado.

Pero tu agonía volcada

incendia la pradera,

y hay jóvenes y sombras de jóvenes

ardiendo por los montes

en la inexorable luz de la guerrilla,

para darnos la oportunidad de cumplir las canciones

y la venganza más terrible.

Nací de parto bravo y vivo sin dolerle a nadie.

Mi padre era obrero, lo mató una tuberculosis pulmonar cuando yo siendo niño, iniciaba mi rojo andar del río a los caminos. Mi madre desde muy pequeñita es un asunto de naranjos y cereales.

Poeta militante del Partido del hombre, no vine a esta tierra a contar cuentos contados.

Sino a cantar con mis anchas espaldas, a despellejarme en consignas.

Camino por las calles como me da la gana, saludo a todos los que sonríen con las manos al viento y no me detengo,

porque no hay tiempo ni para morir. Ignoro todo

y creo solamente en el modo que adopta el latido.

Bien vale explicar de nuevo. Señores,

soy poco acostumbrado a llorar

y cuando sucede,

me llora hasta el pelo y la camisa.

No es mi deseo dar pie

para que los ríos guarden un minuto

de silencio por mi tristeza.

Por eso no vengo a pedir nada

para esta sed y este ojo derecho.

Pero sí, a reclamar lo que me corresponde

como piel y relincho:

Dejad que mi mujer ría honestamente. Dejad que los novios tiendan sus hogueras,

sus latidos, sus sábanas comunes.

Y os prometo, que asistiremos todos

al derrumbamiento definitivo de las catedrales y la injuria.

Con la solvencia de los pequeños vegetales

decid donde leen los niños,

que la lluvia es incapaz de quebrarle

el corazón a nadie.

Por favor, decidle,

es de urgencia para sus sienes escolares que en los paredones de las almas malditas no se repita el fusilamiento de la ternura.

Yo pido a voz y puños, que los únicos oradores públicos sean los panes recién salidos del horno, porque no es justo que los obreros vivan desayunando saludos solamente.

Por último, por doblemente triste, dejad de hablar en vida eterna. Porque alguien a quien aún conocíamos, en este mismo instante estira sus huesos para siempre.

Es todo por hoy, amigos míos,

mañana cuando mi verso se alargue el pantalón

regresaré con el viento en armas, a reclamar algunas y otras cosas.

Junio, 1958

Ha llegado el reemplazo,

por un instante dejo

la trinchera que me tocaba defender.

Husmeante aún sobre la mesa

pongo mi pistola 45,

suavemente como una buena amistad.

El aire de la Ciudad Universitaria

duro y sonoro se desborda en la tarde,

comienzo a escribir el orden del día,

a mi lado ella brilla desesperadamente

pero su acerado corazón

no asoma rencores hacia mí,

porque las armas justas

jamás renegaron del oficio del poeta.

En medio de la batalla

junto a los ladridos de la fusilería,

se discute algo más

que la posibilidad de morir,

la noticia que nos traen

los periódicos clandestinos:

COMO EN AÑOS ANTERIORES LAS MANOS DE LOS NIÑOS SÓLO TENDRÁN AUSENCIAS.

Pues bien, señores,

ya el pueblo enterró a sus muertos,

y cura los heridos y prepara sus fuerzas para el asalto y juicio final.

Yo escribo esta carta porque los niños pobres reunidos en Asamblea General y en forma unánime me nombraron para ello.

No voy a pediros ¡CAMBIAD DE POLÍTICA! No estoy para hacer bromas, porque en este país los niños son muy hombrecitos y el mes de la masacre, Octubre, lo llevó atravesado en la frente de sien a sien

como un clavo al rojo vivo.

Continuemos, entonces, con lo nuestro:

señores, magistrados elegidos,

hagamos un poco de memoria:

el Zar de todas las Rusias

no amaba a los niños.

Chang el mercenario

sonreía asesinando hijos de obreros.

En Hiroshima y Nagasaki Mr. Truman en 1945 les dio una ración de democracia occidental y cultura cristiana. El generalísimo Francisco Franco cuando oye cantar un niño, acostumbra

echar mano a su pistola. Antes de enero

las mujeres de los patriotas cubanos, durante dos años consecutivos vistieron 20 mil veces de luto. En Argel los ultracolonialistas masacran aldeas

y crucifican cuadernos escolares. Pero la historia es inexorable

y cuando el hombre camina con dos piernas encuentra el mañana.

Y digo estas cosas, recordando,

la noticia más pura que llegó a mi pecho.

En Moscú, sobre el monte Lenin,

construyen un parque

en desagravio a los pequeñitos del mundo

que no tienen alegrías:

allí se pueden cortar flores,

gritar a todo pulmón,

trepar árboles,

tenderse sobre la hierba hasta crecer. Lo terminantemente prohibido:

ponerse triste

(cosas del socialismo).

Pues bien, en la URSS,

en las Democracias Populares,

la economía se planifica

en base al estado de ánimo de los pioneros.

Hoy día en Cuba

los niños van a la escuela,

juegan beisbol,

suben cantando las colinas

y dirigen sus ojos fieros

hacia el corazón del imperialismo.

Señores, libérrimos «punto-fijistas»,

no seáis cabeza dura,

aprended de la historia:

¡Un niño sin juguetes

es más peligroso que un océano de furias

decidido a conquistar por asalto

la más lejana estrella...!

Hasta aquí, esta carta.

Me voy, regreso a mis combates, porque es vieja costumbre en mí escribir el último verso del poema en las barricadas heroicas del pueblo.

Residencia Estudiantil no 1 Noviembre, 1960

Sinuosos tiempos, estaciones, caminos que nos tocan, propicios para el heroísmo más completo o para guardarnos como cautelosos erizos. Tempranamente fuimos aventados al margen de las cosas más simples y necesarias, clavados con alambradas alrededor de nuestra sangre y candados en la boca para oscurecernos.

No tenía remedio

la vida atada a lo melancólico.

Terribles días.

Pero recoge las páginas

donde los enamorados escriben cortando con navajas, revisa los libros,

busca en las grandes piedras talladas y en los manuscritos del mar,

desde Gutenberg hasta las dos declaraciones de La Habana

busca, acumula, reúne, clasifica,

sal a la calle con balanza y metro, pesa y mide

blanco y negro, amor y olvido, agua y fuego,

filo geográfico y campana celeste.

Al final todo más claro.

Bañamos nuestra cabalgadura sólo una vez en aguas del mismo río.

Camina a paso de monte y hasta amigo del viento

que llevará los pesares al sitio de tu arrebato.

Que los solitarios no te enfaden, pero resuélvete en multitud.

Habla lo necesario con la gente sencilla

y a su lado vive con ardor.

A los soberbios embóscalos, tírales por mampuesto. Si nada tienes, llénate de coraje y pelea hasta el final.

No te amargues.

Agarra a la amargura por los cuernos y rómpele la nuca y si la muerte te señala, sigue cantando y en el primer bar que encuentres pide un trago de viejo ron y bébete la mirada de la novia y bébete su risa y la proximidad de su cadencia y el saludo de su cabellera.

Bébete la vida.

No hay que dejar que el camello de la tristeza pase por el ojo de nuestros corazones.

Asalto al cielo - Antología poética
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