Chile, 1894 ࢤ 1968

La voluntad socrática, ardiendo con fuego aritmético, cuadrado y helado, regía aquel gran corazón sin entrañas.

Su horizonte astronómico

de las máquinas biológicas la precisión teniendo, y lo

dramático y lo dinámico, era del material relativo del infinito;

algo muy duro, como hecho, limitable en volumen inminente, y cuya expresión cristalina buscaba las aguas.

Piedra y hierro besándose por amor preciso y definitivo. Amaba con el cerebro,

a aquella humanidad eterna de su laboratorio.

Un mapa sonoro atravesábale las vísceras,

y el animal que habla y que llora,

era un hecho, no era un sueño en su estatura.

Y anhelaba, matemáticamente, lo armónico.

Su sentimiento era un pensamiento pensando, y existir era su misterio.

Sin embargo, creía en la vida regida por el hombre.

Huían los dioses hacia la superestructura histórica, frente al puñal cerebral del materialismo y sus métodos, como una gran bandada de navíos; la canalla metafísica, hoy, en el instante de la verdad

heroica y el enorme cara a cara a la existencia, el celeste crimen ahorca en el palo solar del oriente que adviene.

Primero el hombre, el hombre y su dominio, la verdad-sociedad, generando la historia expresada y

definida en héroes, mañana el arte gigante y sin clase, como mito.

Comer y procrear, certidumbres,

flor de la lira marxista, escalonándose en pirámides,

santo del álgebra, poesía comunista.

Expresando la razón técnica, en la escala jerárquica de los valores, la conciencia específica,

intuye los fondos obscuros,

arrasa la causalidad temporal-espacial y emerge

su actitud, goteada de espanto,

ortodoxa y estupenda de razonamientos,

y la pálida matemática.

Cabeza de libro, Marx,

y un orden del orden que canta, rimando su gramática,

clavel de miel sociológica.

Bramaba la tonada de la plusvalía,

el poema de los cálculos matemáticos, y la belleza y

la justicia económica, la canción funeral, a la verdad burguesa; y el viento de fuego de los héroes, azotando su esperanza, hacía flamear su ideal, como un pabellón rojo.

Lección de virtud científica,

piedad ecuménica, bondad astronómica, arrasando la compasión capitalista.

Presencia, energía, dureza,

un metal infantil, modelándose en grandes edades. Dios sin leyenda.

Desnudo y despavorido,

todo rojo, en la sombra tremenda, resonando y avanzando, contra

las cosas y las formas, regresas a la nada, de donde viniste.

Un silencio de tormenta, francamente como preñado y cuajado de

la heroicidad insurreccional, cubriendo los sindicatos, abatió la gran águila de la bandera roja,

y tu agonía llenó de clamor a todos los obreros del orbe, arañando

las masas humanas, haciendo bramar las máquinas, como libres bestias, paralizando los tentáculos trágicos de las fábricas y las heladas

plantas hidráulicas, como si se le hubiese partido el corazón a la humanidad obrera, y tu puñado de cenizas llenase de cal funeral todos los ámbitos, de mundo a mundo.

¡Oh!, escritor, hombre de clase, piedra y fuego, criatura de basalto

y de quejido, Alexis Maximovich Pyeshkoff,

desde que caíste adentro de una mujer, y mamaste dolor en los

pechos maternos, el destino se te enroscó, como una culebra, a las vísceras, y, muerto, eternamente muerto, en la gran agua morada, navegando

hacia el origen de todas las sombras, Gorki —el Amargo—, una inmensa gota de sudor, corre por la

barba de la vida. Rebasando los desheredados, la antigua hoja marchita de los

ex hombres y los vagabundos del Mar Negro, tu estilo dio el sentido a la insurrección proletaria, alto y santo bolchevique, poeta del explotado, ilusión de los

desterrados y los presidiarios sociales; ¡en qué raudal de horror mundial bebiste tanta inmensa agua! porque nada de lo humano te era extraño, te era lejano e indiferente, he ahí que creciste, hinchado de temporales violentos.

Ya te llorarán los inmensos presos políticos, los flagelados y los torturados

por los esbirros, el humilde y el valiente, con toda la cara,

los amarillos, los negros, los mulatos, la sociedad comunista, desde todo lo hondo de la URSS,

resplandeciendo, y las mesnadas italianas y alemanas, enarbolando los puños cerrados, de todas las razas, en tu homenaje, contra sus caudillos, contra sus corsarios, contra sus bandidos «contra el fascismo y la guerra».

Desde tu lengua, a mucha altura e ímpetu,

clamaron los desesperados, toda la historia de los hechos y los

siglos y los sueños, y, ahora, las anchas murallas del Kremlin te acunan; no; vas, oliendo a soledad, entre las multitudes insurrectas,

muerto, entre las muchedumbres subversivas, soldado del Partido y gran aurora ensangrentada, tu pasión militar de militante, energía y eufonía de la causa obrera, inicia la marcha de los regimientos proletarios,

la marcha inmensa de todos los tristes y todos «los pobres del mundo», la marcha eterna y soberbia, hacia el comando, el grande avance concreto, marxista, rotundo de los conquistadores sudorosos,

contra la bestia fascista-capitalista, arrasando el imperialismo y los lacayos del imperialismo, contra el bruto nacista, hijo del pueblo, honra del pueblo,

cien millones de pechos te llevan adentro, como cimiento y estatua, amparándote contra el olvido.

La entonación política ciñe tu anhelo,

aquella canción lograda, sudando todos los oficios, todas las

costumbres, todos los empleos y humildes artesanías, y fue recto y serio tu lenguaje campesino.

Corre tu muerte abierta, de aldea en aldea,

porque tu voz, atropellada y obscurecida por la verdad sepulcral

de lo infinito, busca la boca humana —niños, mujeres, viejos—, en donde echarse a llorar, como un pájaro trágico y sin ventura, y tu ilusión está durmiendo en proyectos de tristeza; pero la epopeya egregia te calienta los helados huesos, amargos de desventura,

y la mano sagrada de Lenin saluda, en la inmortalidad, tu retorno.

Exprimiendo lo humano de lo humano, hallaste lo divino, héroe a mártir, mito y signo del hecho, en tempestad forjado, tu realismo «comunista», a grandeza relampaguea, y un enigma de sol relumbra y hace misterios en el vértice de tu espíritu,

como el recuerdo de las primeras frutas; es la ley de errores y horrores, echada en la submemoria, como un toro del dios de los herejes.

Y, aunque aquella baba espesa del aristócrata y los amarillos

asesinos del imperialismo gritaba en ti, síntesis, buscando los brazos de tu dicterio, tenías la dulzura suficiente para sellar la medalla del sueño

y del llanto, al dominar el veneno y el dinero,

dominando la propiedad y su clan de terrores elementales;

máquina de luz, deshecha y vencida,

entonces, irás a errar con los huesos de los dedos, cargados

de naranjas. En obsesión de andrajos y lamentos,

todos los heridos, los desamparados, los congojosos, los enfermos,

los siniestros, los objetos del espía y el krumiro, el que no alojó jamás en dulces colchones, junto a una mujer desnuda, y no tuvo vestidos, ni tabaco, ni

alcohol, ni caballos, en los crepúsculos, fue sirviente, y los malos esclavos lo abofetearon, y los que murieron en la horca del sicario, sonando y clamando,

como grandes campanas, te saludan, Gorki, siguiendo tu féretro, siguiendo tu grito, siguiendo tu canto y tu frente sudando,

y crucificada en las estrellas, el horror que empieza ya a inundar tu figura,

como si nunca hubieses vivido y nunca amado y nunca llorado, Gorki. Un gran huracán te desganchó, camarada,

te derrumbó, arrasándote, como los altos castaños, a la orilla

del océano, o a la montaña de las epopeyas.

Olor a multitud, pasada a cuchillo, te circunda, y aquel ataúd de dios, abandonado en los precipicios del idólatra, se te ofrece, como un barco, en la ansiedad de las aguas eternas; de abismo en abismo, vas cayendo, ¡oh!, solitario, de cabeza, ¡oh!, desterrado, azotándote contra los muros que

no existen; ¿quién detendrá tu potro de fuego,

arrancado de la historia humana, rebasando y superando su límite, más allá de la voluntad social, desgarrándose?; a grasa quemada en tiendas de tribus aventureras, a puñal, a gran montura,

a comida, a cuero, a vasija, a licor animal, a crónica, a sol y a camello, y a gusano, huele tu grandeza de obscuro

macho cabrío, compañero proletario, y la Internacional flamea adentro del drama tremendo, que juega la materia con tus entrañas; Esquilo y Satanás y Dionysos, comen tu comida, junto a claras palomas de corazón indescriptible, y a justas y puras canciones,

porque es el mundo tu mundo, y se derrumba,

arrastrando en la gran catástrofe histórica, techos de pueblos y verdades, como un continente que desaparece, tiempo, mar, cielo abajo.

Entre sus ojos, el cargador de Marsella te recuerda, y los ferroviarios y los marineros, desde Nueva York a Hong-Kong,

te destinan su tabaco de naufragios, los mineros, los petroleros, los caucheros, de sol a sol, encadenados a la lágrima,

suspiran tu nombre, entre sus chiquillos y sus salarios, a la ribera

de la flor de sus mujeres, y los artistas revolucionarios montan guardia frente a tus restos mortales,

mientras los brazos obreros de Stalin te conducen, gloriosamente,

a la Plaza Roja, llenando de soberbia las banderas.

El látigo de los amos

restalla en la tonada acumulada, echando sangre y suerte, a la

egregia humareda de las novelas, tu canción popular esculpe soldados y lacayos, mártires, o esclavos encanallados en el régimen del bruto, del

miserable, del siervo; aun el verdugón del mujik te avergüenza la miseria;

palanquero, pinche de cocina, zapatero, mensajero, farolero del año lluvioso,

amansando burguesía asesina y mercachifles sin leyenda, atorrantes, criminales, comerciantes, organilleros, y aventureros,

ladrones y cabrones apuñaleados, bramaba e iba creciendo la revolución en tus infiernos la maldad burguesa, expresó su crimen de clase, negando la maldad humana,

y «el hombre es bueno» en tus relatos,

bueno como el pan, como el agua, como el sol y el animal de

las marinas islas, contradiciendo al capitalismo, que crea malvados.

Por todo aquello emergen tus «poesías»,

y, enormemente —collares de dolores—, aúlla «la insurrección»

en sus entrañas, como un buitre, rugiendo por adentro, escarbando y sollozando hacia la justicia social y la dialéctica; es el marxista-leninista, desarrollándose; sí, el comunismo le dio ámbito y fruto a tu persona, y conociste tu sentido y tu destino,

como un rol concreto, en la poesía infinita de los fenómenos,

Máximo, ¡oh!, agrandado en la ausencia;

ejemplo de varones, excelso y eterno ejemplar de mi oficio,

resplandor de verdad, escrito en rubíes sangrientos,

atmósfera, hipérbole, relámpago, torre y símbolo, leyenda, conciencia,

novela de la naturaleza, como un cosmos, forjando, con barro sagrado, su órbita.

La popularidad —su enorme enredadera—

anidó en tus formidables campanarios comunistas, la gran alondra,

emigrando del infierno del fascismo, y hoy arría, de polo a polo, sus banderas de luto.

Sonando en los espacios deshabitados,

tu espíritu raja la nada y hacia la nada avanza, heroicamente,

enarbolando la hoz y el martillo,

cerrado el puño macabro de cadáver combatiente, en incognoscibles

ejércitos, girando, girando contra sí mismo,

Alexis Maximovich Pyeshkoff, Gorki, «caído en actos del servicio».

Asalto al cielo - Antología poética
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