Japón, 1902— (?)
Tú no cantes
no cantes a las flores
ni a las alas de las libélulas
no cantes al murmullo del aire
ni al aroma del cabello de las mujeres.
Niégate
todas las cosas débiles todas las cosas frágiles todas las cosas melancólicas.
Rechaza
todas las cosas sentimentales y canta con franqueza lo que piensas
lo que llena nuestro estómago.
Canta las cosas que penetran al corazón canta un canto que aullé cuando lo destrocen un canto que brote desde el fondo del insulto.
Estos cantos
cántalos valerosamente en una melodía severa. Estos cantos
clávalos con martillo en el corazón de la gente.
Adiós, Shin adiós, Kim
ustedes, que suben al tren en la estación de Shinagawa. Adiós, Li, hombre. adiós, Li, mujer
ustedes, que parten hacia el país de sus padres.
El río de Corea se congela en el invierno
su corazón rebelde se congela en el momento de la despedida.
El mar levanta su grito en este atardecer
las palomas mojadas por la lluvia descienden al techo de los trenes.
Ustedes, mojados por la lluvia, no olviden al Emperador del Japón que les expulsa
ustedes, mojados por la lluvia, recuérdenlo bien, con su barba y lentes, cargado de hombros.
En la lluvia vehemente se alza el semáforo verde en la lluvia vehemente sus miradas se afilan.
La lluvia lava estas piedras, cae al mar oscuro
la lluvia resbala por sus ardientes mejillas.
Sus negras siluetas pasan por la boca de la estación
la falda de su vestido blanco flamea en la oscuridad del corredor.
La luz del semáforo cambia ustedes suben... Ustedes parten, ustedes se van.
Adiós, Shin adiós, Kim adiós, Li, hombre adiós, Li, mujer.
Vayan y destruyan aquellos hielos duros y traicioneros hagan que estalle todo, que salte el agua tanto tiempo detenida.
Ustedes son el soporte del proletariado japonés.
¡Adiós,
hasta que volvamos a vernos
para reír con el júbilo de la venganza!
Regresó la noche
mi compañero, mi sombra en la pared,
regresó la noche.
Voy a salir un rato
a echarme una copita.
Mi hermano sobre la pared,
vas a aburrirte solo
pero aguántate un poco
que regreso en seguida.
A mi regreso, claro,
podrás hacerme llorar como siempre y así te divertirás.
A tus plantas
me echaré a llorar dócilmente.
Entonces, mi hermanito sobre la pared, vuelvo en seguida.
Hemos de trabajar
hemos de discutir nuestros asuntos.
Siempre que nos reunimos
nos asaltan los gendarmes
y nos golpean la nariz
nos golpean los ojos.
Por eso nos cambiamos a este segundo piso con salida a callejones y atajos de refugio.
Aquí duermen seis adolescentes.
En la planta baja, un matrimonio y un niño de pecho.
No conozco a estos adolescentes
sólo sé que son mis camaradas.
No conozco el nombre del matrimonio
sólo sé que nos han prestado su segundo piso
con buena voluntad.
Pronto amanecerá nos mudaremos otra vez cargaremos el maletín discutiremos minuciosamente realizaremos bien nuestro trabajo
mañana por la noche dormiremos en otro colchón prestado.
Ya empieza a amanecer
este cuarto de seis metros cuadrados
pañales colgados del cordón eléctrico
el foco tiznado y desnudo
los juguetes de celuloide
los colchones prestados
las pulguitas.
De todo esto me despido hay que continuar el trabajo para hacerlas florecer a nuestras flores;
la flor del matrimonio la flor del niño de pecho para que florezcan estas flores
de pronto, plenamente.
Fíjese en el segundo hombre colocado a la izquierda: es mi hermano el hijo de usted.
Es su otro hijo, mi hermano, vestido con polainas con mochila de campaña a la espalda forrado con cartucheras mi hermano
al que ordenaron levantar el fusil rellenarlo de balas desenfundar la bayoneta.
Allí
frente al paredón del arsenal de Shangai
donde le ordenaron ponerse de pie, despatarrado.
Mire, madre,
lo que su hijo va a hacer
su hijo está a punto de asesinar
está a punto de matar sin razón a gente desconocida
las manos de su hijo gentil
de repente golpearán
mire cómo los brazos de su hijo se repliegan para que su bayoneta penetre un pecho repentina, agudamente.
Y mire
más allá del paredón en aquel edificio
en muchos cuartos, corredores, escaleras y sótanos
otros hijos de otras madres que se parecen a usted
hacen saltar los candados
saquean las cajas fuertes
despegan pisos y techos, robando, violando
destrozando las espaldas
los pechos que les oponen resistencia
pechos redondos, con tetas, pechos arrugados como los suyos despedazados con bayonetas como la de su hijo.
Oh,
no aparte la mirada, madre,
no desvíe la mirada del hecho de que han convertido a su hijo en asesino
de que publican su retrato de asesino en el periódico no lo oculte con su palma que tiembla
ante la evidencia de que existen miles de madres a quienes han enterrado
un puñal en el pecho ante la evidencia de que usted es sólo una de ellas, Madre,
madre, la única para mi hermano y para mí, no cierre sus ojos bañados en lágrimas.