Argentina, 1904 ࢤ 1973
Ah, gota de sudor, perla, diamante o flor; corazón del esfuerzo fecundo de los hombres; semilla que florece sobre las frentes rudas tal un trazo de estrella transparente en la noche.
Sobre las dos orillas de las cejas se engarza
como una aurora en medio de un bullicio de pájaros;
es ella la simbólica lonja de tierra fértil
donde germina el fruto de la espiga y del árbol.
Ah, gota de sudor:
eres llena de gracia por tu forma de lágrima y de corazón.
Cuando trizas arrugas con tus otras hermanas
toda la vida es una palpitación de estrellas
hecha lumbre en las frentes que abren surcos al alba.
Frentes que son como ostras con tesoros de perlas.
Entramos en el alba como en un Canto, alegres. Ya no hay padecimientos, ni rencores, ni luchas, porque aquí, frente al cielo, que es musgo en las palabras, la vida no es invierno, ni es angustia.
Ni soledad blindada, ni desmayada sombra; es sangre que calienta las manos y los labios para impulsar los ímpetus que en espiral ascienden con la voz de los pájaros, ¡con la voz de los pájaros!
Ante esta certidumbre de ternura que acendra todo el cielo y el alba de este júbilo nuevo, se amparan nuestras noches con su tropel de sombras cuanto más fatigadas, más torvas en el sueño. —Sueño con ceguedad y con torpeza de incertidumbre en sórdidos refugios; vago como esos gritos trashumantes que utiliza el vórtice del mundo—.
E iremos cuesta arriba, más alto, ¡tanto! Como transponer esa nube que mansamente mira y quieta nos espera para el bautismo alegre del éxodo en milagros de rubios mediodías.
La vida no es invierno, ni es angustia,
ni tremedal oculto, ni turbiedad de lágrimas;
si abajo gira el vértigo y la inmisericordia,
arriba reverberan nuestras manos y el alba
limpia, como el perdón del agua entre las rocas,
—¡porque el perdón del cielo no es más que gota de agua
revelando el prestigio de la efusión jugosa!
Hermanos míos: todos los rencores se amuran; prevalece tan sólo, reflorecida en cantos, como una intransitada demora, la ternura.
¡Que ella agriete la noche del vértigo de abajo!
Vigoroso hemisferio de luz en los andamios.
Torsos que se revelan sobre la piel del aire en toda su potencia magnífica y creadora; anónimos perfiles que amedallan la altura avivando el incendio del sol en las ciudades y enfrentando la sórdida presencia de la lluvia.
Con despaciosos giros de péndulo oscilante sus flexibles cinturas recortan el espacio como si al gesto torvo del día le arrancaran calladas y maduras jornadas de trabajo.
Cuando bajan los soles a tatuarle los ojos sus voces suman cantos al pentagrama rudo del esfuerzo, que es música matinal y sonora, como el repiqueteo de campanas festivas arqueadas entre el puño de un dominio de sombras.
En los pliegues sinuosos de los linos del
alba ellos son como abejas laboriosas y humildes
libando el polen fresco de las nubes rizadas.
Los inviernos les curten la piel como a la tierra el castigo filoso del atado y las lluvias;
en tanto que sus manos, arañas silenciosas, empinan la alegría de los rojos ladrillos y se abultan de duras prominencias callosas.
Vigoroso hemisferio de luz en los andamios; exaltación soberbia del esfuerzo fecundo del músculo que pulsa las alturas desiertas donde sólo pájaros desbarbando los vientos logran mojar sus picos con humedad de estrellas.
¡Humedad que madruga en parvas de rocío sobre el labio entreabierto de la flor, y la hierba!
Albañiles, dedales de una labor anónima.
En vuestras manos ásperas se construyen los negros y altísimos custodios que enlutecen la tierra con sus graves sentencias de agresivo entrecejo.
Ah, y sobre los tablones que auscultan el espacio vuestro ímpetu es diamante que resplandece al sol tal la brasa encendida de la cresta de un gallo.
Mano de jornalero que haces sobre el espacio tu mérito fecundo, siempre serás, desnuda, frente al mundo acre de la impiedad, ¡mano de pobre!
Mano de jornalero es esta mano; tras ella es lumbre todo cuanto toca; revela cielo su trabajo ufano.
Nace con sus quehaceres la alegría y no hay aurora que el dolor apriete si entre sus dedos un fervor porfía.
No desfallece por un contratiempo, ni caduca su afán entre la sombra que le depara traicionero tiempo.
Frente al despierto sol de la mañana vibra y se agita su avivado empeño, cuanto más alto, más blanda y liviana.
Cunde su esfuerzo, como el de un badajo repicando insistente, cuando ensancha su palma el duro callo del trabajo.
Mano de jornalero, mano amiga
de la herramienta que humaniza al hombre;
por ti depara sueños la fatiga,
por ella, humilde, puedo honrar tu nombre.