Cuba, 1853 ࢤ 1895

XXX

El rayo surca, sangriento, El lóbrego nubarrón: Echa el barco, ciento a ciento, Los negros por el porrón.

El viento, fiero, quebraba Los almácigos copudos; Andaba la hilera, andaba, De los esclavos desnudos.

El temporal sacudía Los barracones henchidos: Una madre con su cría Pasaba, dando alaridos.

Rojo, como en el desierto, Salió el sol al horizonte: Y alumbró a un esclavo muerto, Colgado a un seibo del monte.

Un niño lo vio: tembló De pasión por los que gimen: ¡Y, al pie del muerto, juró Lavar con su sangre el crimen! XXXIV

¡Penas! ¿Quién osa decir Que tengo yo penas? Luego, Después del rayo, y del fuego, Tendré tiempo de sufrir.

Yo sé de un pesar profundo Entre las penas sin nombres: ¡La esclavitud de los hombres Es la gran pena del mundo!

Hay montes, y hay que subir Los montes altos; ¡después Veremos, alma, quién es Quien te me ha puesto al morir!

XLI

Cuando me vino el honor De la tierra generosa, No pensé en Blanca ni en Rosa Ni en lo grande del favor.

Pensé en el pobre artillero Que está en la tumba, callado: Pensé en mi padre, el soldado: Pensé en mi padre, el obrero.

Cuando llegó la pomposa Carta, en su noble cubierta, Pensé en la tumba desierta, No pensé en Blanca ni en Rosa.

Ven, mi caballo, a que te encinche: quieren Que no con garbo natural el coso Al sabio impulso corras de la vida, Sino que el paso de la pista aprendas,

Y la lengua del látigo, y sumiso Des a la silla el arrogante lomo:— Ven, mi caballo: dicen que en el pecho

Lo que es cierto, no es cierto: que la estrofa ígnea que en lo hondo de las almas nace, Como penacho de fontana pura Que el blando manto de la tierra rompe

Y en gotas mil arreboladas cuelga, No ha de cantarse, no, sino las pautas Que en moldecillo azucarado, y hueco Encasacados dómines dibujan:

Y gritan: «¡Al bribón!» —¡cuando a las puertas Del templo augusto un hombre libre asoma!— Ven, mi caballo, con tu casco limpio

A yerba nueva y flor de llano oliente, Cinchas estruja, lanza sobre un tronco Seco y piadoso, donde el sol la avive, Del repintado dómine la chupa, De hojas de antaño y de romanas rosas Orlada, y deslucidas joyas griegas—.

Y al sol del alba en que la tierra rompe Echa arrogante por el orbe nuevo.

Ganado tengo el pan: hágase el verso— Y en su comercio dulce se ejercite La mano, que cual prófugo perdido Entre oscuras malezas, o quien lleva A rastra enorme peso, andaba ha poco Sumas hilando y revolviendo cifras. Bardo, ¿consejo quieres? Pues descuelga

De la pálida espalda ensangrentada El arpa dívea, acalla los sollozos Que a tu garganta como mar en furia Se agolparán, y en la madera rica Taja plumillas de escritorio y echa Las cuerdas rotas al movible viento.

Oh alma! oh alma buena! mal oficio Tienes!: póstrate, calla, cede, lame Manos de potentado, ensalza, excusa Defectos, tenlos —que es mejor manera De excusarlos—, y mansa y temerosa Vicios celebra, encumbra vanidades: Verás entonces, alma, cuál se trueca En plato de oro rico tu desnudo Plato de pobre!

Pero guarda ¡oh alma! ¡que usan los hombres hoy oro empañado! Ni de eso cures, que fabrican de oro Sus joyas el bribón y el barbilindo; Las armas no, —¡las armas son de hierro!

Mi mal es rudo: la ciudad lo encona: Lo alivia el campo inmenso: ¡Otro más vasto Lo aliviará mejor! —Y las oscuras Tardes me atraen, cual si mi patria fuera La dilatada sombra.

¡Oh, verso amigo; Muero de soledad, de amor me muero! No de vulgar amor; estos amores Envenenan y ofuscan: no es hermosa La fruta en la mujer, sino la estrella. La tierra ha de ser luz, y todo vivo Debe en torno de sí dar lumbre de astro. ¡Oh, estas damas de muestra! ¡Oh, estas copas De carne! ¡Oh, estas siervas, ante el dueño que las enjoya y que las nutre echadas! ¡Te digo, oh, verso, que los dientes duelen De comer de esta carne!

Es de inefable Amor del que yo muero, del muy dulce Menester de llevar, como se lleva Un niño tierno en las cuidosas manos, Cuanto de bello y triste ven mis ojos.

Del sueño, que las fuerzas no repara Sino de los dichosos, y a los tristes El duro humor y la fatiga aumenta, Salto, al Sol, como un ebrio. Con las manos Mi frente oprimo, y de los turbios ojos Brota raudal de lágrimas. ¡Y miro El Sol tan bello y mi desierta alcoba,

Y mi virtud inútil, y las fuerzas Que cual tropel famélico de hirsutas Fieras saltan de mí buscando empleo;

Y el aire hueco palpo, y en el muro Frío y desnudo el cuerpo vacilante Apoyo, y en el cráneo estremecido En agonía flota el pensamiento, Cual leño de bajel despedazado

¡Que el mar en furia a playa ardiente arroja! ¡Sólo las flores del paterno prado Tienen olor! ¡Sólo las ceibas patrias Del sol amparan! Como en vaga nube Por suelo extraño se anda; las miradas Injurias nos parecen, y el Sol mismo, ¡Más que en grato calor, enciende en ira! ¡No de voces queridas puebla el eco Los aires de otras tierras: y no vuelan Del arbolar espeso entre las ramas Los pálidos espíritus amados! De carne viva y profanadas frutas Viven los hombres —¡ay! ¡mas el proscripto De sus entrañas propias se alimenta! ¡Tiranos: desterrad a los que alcanzan El honor de vuestro odio: ya son muertos! Valiera más ¡oh, bárbaros! que al punto De arrebatarlos al hogar, hundiera En lo más hondo de su pecho honrado ¡Vuestro esbirro más cruel su hoja más dura! Grato es morir, horrible, vivir muerto. ¡Mas no! ¡mas no! La dicha es una prenda De compasión de la fortuna al triste

Que no sabe domarla: a sus mejores

Hijos desgracias da Naturaleza:

Fecunda el hierro al llanto, el ¡golpe al hierro!

Hay una raza vil de hombres tenaces De sí propios inflados, y hechos todos, Todos, del pelo al pie, de garra y diente:

Y hay otros, como flor, que al viento exhalan En el amor del hombre su perfume.

Como en el bosque hay tórtolas y fieras

Y plantas insectívoras y pura Sensitiva y clavel en los jardines.

De alma de hombres los unos se alimentan: Los otros su alma dan a que se nutran

Y perfumen su diente los glotones, Tal como el hierro frío en las entrañas De la virgen que mata se calienta.

A un banquete se sientan los tiranos Donde se sirven hombres: y esas viles Que a los tiranos aman, diligentes Cerebro y corazón de hombres devoran: Pero cuando la mano ensangrentada Hunden en el manjar, del mártir muerto Surge una luz que les aterra, flores Grandes como una cruz súbito surgen

Y huyen rojo el hocico, y pavoridos A sus negras entrañas los tiranos.

Los que se aman a sí: los que la augusta Razón a su avaricia y gula ponen: Los que no ostentan en la frente honrada Ese cinto de luz que el yugo funde Como el inmenso sol en ascuas quiebra Los astros que a su seno se abalanzan: Los que no llevan del decoro humano Ornado el sano pecho: los menores

Y segundones de la vida, sólo A su goce ruin y medro atentos

Y no al concierto universal.

Danzas, comidas, músicas, harenes, Jamás la aprobación de un hombre honrado.

Y si acaso sin sangre hacerse puede

Hágase... clávalos, clávalos

En el horcón más alto del camino

Por la mitad de la villana frente.

A la grandiosa humanidad traidores,

Como implacable obrero

Que un féretro de bronce clavetea.

Los que contigo

Se parten la nación a dentelladas.

Contra el verso retórico y ornado

El verso natural. Acá un torrente:

Aquí una piedra seca. Allá un dorado

Pájaro, que en las ramas verdes brilla,

Como una marañuela entre esmeraldas—

Acá la huella fétida y viscosa

De un gusano: los ojos, dos burbujas

De fango, pardo el vientre, craso, inmundo.

Por sobre el árbol, más arriba, sola

En el cielo de acero una segura

Estrella; y a los pies el horno,

El horno a cuyo ardor la tierra cuece—

Llamas, llamas que luchan, con abiertos

Huecos como ojos, lenguas como brazos,

Savia como de hombres, punta aguda

Cual de espada: ¡la espada de la vida

Que incendio a incendio gana al fin, la tierra!

Trepa: viene de adentro: ruge: aborta.

Empieza el hombre en fuego y para en ala.

Y a su paso triunfal, los maculados, Los viles, los cobardes, los vencidos, Como serpientes, como gozques, como Cocodrilos de doble dentadura,

De acá, de allá, del árbol que le ampara, Del suelo que le tiene, del arroyo Donde apaga la sed, del yunque mismo. Donde se forja el pan, le ladran y echan El diente al pie, al rostro el polvo y lodo, Cuanto cegarle puede en su camino. Él, de un golpe de ala, barre el mundo

Y sube por la atmósfera encendida Muerto como hombre y como sol sereno. Así ha de ser la noble poesía:

Así como la vida: estrella y gozque; La cueva dentellada por el fuego,

El pino en cuyas ramas olorosas A la luz de la luna canta un nido Canta un nido a la lumbre de la luna.

Antes de trabajar, como el cruzado Saludaba a la hermosa en la arena, La lanza de hoy, la soberana pluma Embrazo, a la pasión, corcel furioso Con mano ardiente embrido, y de rodillas Pálido domador, saludo al verso.

Después, como el torero, al circo salgo A que el cuerno sepulte en mis entrañas El toro enfurecido. Satisfecho De la animada lid, el mundo amable Merendará, mientras expiro helado, Pan blanco y vino rojo, y los esposos Nuevos se encenderán con las miradas.

En las playas el mar dejará en tanto Nuevos granos de arena: nuevas alas Asomarán ansiosas en los huevos Calientes de los nidos: los cachorros Del tigre echarán diente: en los preñados árboles de la huerta, nuevas hojas Con frágil verde poblarán las ramas.

Mi verso crecerá: bajo la yerba Yo también creceré: ¡Cobarde y ciego Quien del mundo magnífico murmura!

Bien: yo respeto

A mi modo brutal, un modo manso

Para los infelices e implacable

Con los que el hambre y el dolor desdeñan,

Y el sublime trabajo; yo respeto

La arruga, el callo, la joroba, la hosca

Y flaca palidez de los que sufren. Respeto a la infeliz mujer de Italia, Pura como su cielo, que en la esquina De la casa sin sol donde devoro

Mis ansias de belleza, vende humilde Piñas dulces y pálidas manzanas. Respeto al buen francés, bravo, robusto, Rojo como su vino, que con luces De bandera en los ojos, pasa en busca De pan y gloria al Istmo donde muere.

¡Sí!, ¡yo también, desnuda la cabeza De tocado y cabellos, y al tobillo Una cadena lurda, heme arrastrado Entre un montón de sierpes, que revueltas Sobre sus vicios negros, parecían Esos gusanos de pesado vientre

Y ojos viscosos que en hedionda cuba De pardo Iodo lentos se revuelcan!

Y yo pasé, sereno entre los viles

Cual si en mis manos, como en ruego juntas, Sus anchas alas púdicas abriese Una paloma blanca. Y aún me aterro De ver con el recuerdo lo que he visto Una vez con mis ojos. Y espantado ¡Póngome en pie, cual a emprender la fuga! ¡Recuerdos hay que queman la memoria! ¡Zarzal es la memoria; mas la mía Es un cesto de llamas! A su lumbre, El porvenir de mi nación preveo.

Y lloro. Hay leyes en la mente, leyes Cual las del río, el mar, la piedra, el astro, Ásperas y fatales: ese almendro

Que con su rama oscura en flor sombrea Mi balconzuelo, viene de semilla De almendro: y ese rico globo de oro De dulce y perfumoso jugo lleno Que en blanca fuente una niñuela cara, Flor del destierro, cándida me brinda, Naranja es, y vino de naranjo.

Y el suelo triste en que se siembran lágrimas Dará árbol de lágrimas. La culpa

Es madre del castigo. Y se derrama La sangre que se vierte. No es la vida Una copa de ajenjo, que se torna En hiel para los míseros, y en férvido Tokay para el feliz: la vida es grave,

Y hasta el pomo ruin la daga hundida, al flojo gladiador clava en la arena.

(...)Porción del Universo; frase unida

A frase colosal, sierva ligada

A un carro de oro que a los ojos mismos

De los que arrastra en rápida carrera

Ocúltase en el áureo polvo: sierva

Con invisibles riendas

¡A la incansable Eternidad atada!

Circo la tierra es, como el romano,

Y junto a cada cima una invisible Panoplia al hombre aguarda, donde lucen, Cual daga cruel que hiere al que la blande Los vicios, y cual límpidos escudos

Las virtudes; la vida es la ancha arena,

Y los hombres, esclavos gladiadores; Pero el pueblo y el rey —callados miran En grada excelsa en la desierta sombra!— —Pero miran! Y a aquel que en la contienda Bajó el escudo, o lo dejó de lado,

O suplicó cobarde, o abrió el pecho Laxo y servil a la enconosa daga Del enemigo, las vestales rudas Desde el sitial de la implacable piedra Condenan a morir, pollice verso!—

Y hasta el pomo ruin la daga hundida Al flojo gladiador clava en la arena.

Alza ¡oh, pueblo! el escudo, que esta vida Es cosa grave, y cada acción es culpa Que como aro servil se lleva luego Cerrado al cuello —o premio generoso Que del futuro mal próvido libra.

¿Veis los esclavos? Como cuerpos muertos

Atados en racimo, a vuestra espalda

Irán vida tras vida, y con las frentes

Pálidas y angustiosas, la sombría

Carga en vano halaréis, hasta que el viento,

De vuestra pena bárbara apiadado,

Sus átomos postreros evapore!

¡Oh, qué visión tremenda! ¡Oh, qué terrible

Procesión de culpables! Como en llano

Negro los miro, torvos, anhelosos,

Sin fruta el arbolar, secos los píos

Bejucos, por comarca funeraria ¡Donde ni el sol da luz, ni el árbol sombra!

Y bogan en silencio, como en magno Océano sin agua, y a la frente

Llevan, cual yugo el buey, la cuerda uncida,

Y a la zaga, listado al cuerpo flaco

De hondos azotes, el montón de siervos! ¿Veis las carrozas, las ropillas blancas Risueñas y ligeras, el luciente Corcel de crin trenzada y riendas ricas,

Y la albarda, de plata suntuosa Prendida y el menudo zapatillo, Cárcel a un tiempo de los pies y el alma! Pues ved, que los extraños os desdeñan Como a raza ruin, menguada y floja!

Dicen, buen Pedro, que de mí murmuras Porque tras mis orejas el cabello En crespas ondas su caudal levanta; ¡Diles, bribón, que mientras tú en festines, En rubios caldos y en fragantes pomas, Entre mancebas del astuto Norte, De tus esclavos el sudor sangriento, Torcido en oro descuidado bebes— Pensativo, febril, pálido, grave, Mi pan rebano en solitaria mesa Pidiendo ¡oh triste! al aire sordo modo De libertar de su infortunio al siervo ¡Y de tu infamia a ti! Y en estos lances, Suéleme, Pedro, en la apretada bolsa Faltar la monedilla que reclama Con sus húmedas manos el barbero.

Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. ¿O son una las dos? No bien retira Su majestad el sol, con largos velos Y un clavel en la mano, silenciosa Cuba cual viuda triste me aparece. ¡Yo sé cuál es ese clavel sangriento Que en la mano le tiembla! Está vacío Mi pecho, destrozado está y vacío En donde estaba el corazón. Ya es hora

De empezar a morir. La noche es buena Para decir adiós. La luz estorba

Y la palabra humana. El universo Habla mejor que el hombre.

Cual bandera Que invita a batallar, la llama roja De la vela flamea. Las ventanas Abro, ya estrecho en mí. Muda, rompiendo Las hojas del clavel, como una nube Que enturbia el cielo, Cuba, viuda, pasa...

Cuando nací, sin sol, mi madre dijo: «Flor de mi seno, Homagno generoso, De mí y de la Creación suma y reflejo Pez que en ave y corcel y hombre se torna, Mira estas dos, que con dolor te brindo, Insignias de la vida: ve y escoge. Éste es un yugo: quien lo acepta, goza. Hace de manso buey, y como presta Servicio a los señores, duerme en paja Caliente, y tiene rica y ancha avena. Ésta, oh misterio que de mí naciste Cual la cumbre nació de la montaña, Ésta, que alumbra y mata, es una estrella. Como que riega luz, los pecadores Huyen de quien la lleva, y en la vida, Cual un monstruo de crímenes cargado, Todo el que lleva luz, se queda solo. Pero el hombre que al buey sin pena imita, Buey vuelve a ser, y en apagado bruto La escala universal de nuevo empieza. El que la estrella sin temor se ciñe, Como que crea, crece!:

¡Cuando al mundo De su copa el licor vació ya el vivo: Cuando, para manjar de la sangrienta Fiesta humana, sacó contento y grave Su propio corazón: cuando a los vientos De Norte y Sur vertió su voz sagrada— La estrella como un manto, en luz lo envuelve, Se enciende, como a fiesta, el aire claro,

Y el vivo que a vivir no tuvo miedo,

Se oye que un paso más sube en la sombra!».

—Dame el yugo, oh mi madre, de manera Que puesto en él de pie, luzca en mi frente Mejor la estrella que ilumina y mata.

Asalto al cielo - Antología poética
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101_split_000.xhtml
sec_0101_split_001.xhtml
sec_0102_split_000.xhtml
sec_0102_split_001.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml