Hungría, 1905 ࢤ 193 7

Sobre las aguas frescas, entre pinos, nadando están los prados y caminos. Ay, ay, ay, ay,

nadando están los prados y caminos.

Patatas, tenedor: esto tenemos. Sobre nuestras basuras moriremos. Ay, ay, ay, ay,

Sobre nuestras basuras moriremos.

¿Por qué, mi amor, refunfuñas así? Yo pienso en una blusa sobre ti. Ay, ay, ay, ay,

yo pienso en una blusa sobre ti.

Solo, pero sin luto, habrá vivido aquel por quien vigila su Partido.

Ay, ay, ay, ay,

aquel por quien vigila su Partido.

¡Trabajo! ¡Pan! ¡Trabajo! ¡Pan!

¡La Multitud, la multitud se acerca!

Igual que moscas asustadas

desde la multitud vuelan las piedras.

Rocallas y chispazos

cómo miran al abrir los ojos

los que son golpeados por un bastón de hierro.

La multitud

es una inmensa selva que avanza; si se detiene sangran sus raíces.

Tierra fecunda son las plantas de sus pies y las palmas de sus manos.

Cien mil montañas son su pan, toda la niebla no aplacaría su sed, y aunque la niebla cubre los montes, la multitud no tiene pan.

Como masa de pan está arrojada, creciendo, fermentando, la multitud. Espesa célula primaria, despliega sus antenas hinchadas, se estira, se divide como ameba y sus otros tentáculos retrae. ¡Mundo, te engulle la multitud! De su nariz expulsa nubarrones, sus dientes cariados no son más que un curvo callejón de inquilinatos.

Trata de agarrar estirando al máximo las manos,

hacia la granja, la fábrica, la hacina,

hacia la jornada de siete horas,

hacia la Osa Mayor, las Pléyades

y el pozo de agua abundante en la llanura.

Sudados, encorvados padres míos, mis dulces y flacas muchachas, la multitud.

Alrededor, cañones humeantes. La pajita quisiera detener el río, ¡pero, mirad, ya la arrastra la corriente! y también se lleva los bancos, los coches, las jaulas, los cascos, los caballos y las espadas en alto.

¡Oh!

Todo el resto es en vano:

¡regatear, maldecir, las palabras, el silencio!

Ella es

la construcción y el constructor;

abajo, los cimientos, allá arriba el techo,

el obrero, el proyectista.

Vivan los obreros, los campesinos,

no serán atrapados por la astucia burguesa,

pisoteada, pateada por un millón de pies.

¡Ea, multitud! ¡Adelante, adelante!

Nos interrogaron hasta hacernos sangrar. Camarada que todavía paseas como la luz, piensa en nosotros que giramos en círculo

y a través de unos hierros miramos la distancia.

Nuestros músculos se aflojan, duros son nuestros catres,

nuestras bocas escupen la comida,

nos condenaron a podrirnos,

y si no nos destruimos nos destruyen.

Luchamos todavía con nuestros cuerpos rotos.

Hermano, ayuda a los atrapados.

En la casa la hornilla está quebrada y fría.

En una olla helada se prepara la cena:

una hojita de col, desperdicios

recogidos en las piedras húmedas del mercado.

La mujer, entre náuseas, reprende al niño

y la vecina grita por los pasillos

que nunca le devolveremos

ni un dedal del aceite de su lámpara.

Vendrá el invierno y brillarán la nieve y la hambruna.

Hermano, ayuda a los atrapados.

Pensad en el hediondo orinal

que con su niebla nos lanza una nueva peste.

Enviadnos jabón y carne de caballo y, en invierno,

dadnos ropas para nuestros cuerpos consumidos.

Enviadnos libros aunque sean muy tontos

pues la noche, blanda como una rata, nos enloquece

y sin mujeres nos roe la pasión.

Si eres obrero y libre, alivia nuestras penas,

camarada, tú que eres del Socorro Rojo.

Hermano, ayuda a los atrapados.

Luchábamos fielmente por la revolución, no podemos morir, hay que seguir viviendo, nos esperan murmurando libelos y soplones y todos los burgueses con sus sueldos de hambre; nos espera el Movimiento, el trabajo, la familia, hasta que se derrumbe la explotación, brillará la hoz y golpeará el martillo y caerán los cerrojos de la cárcel y la fábrica. ¡Viva el Soviet, los Consejos Obreros! Hermano, ayuda a los atrapados.

¡Abajo el capitalismo! ¡Carne y poder a los obreros! Chapoteamos en la inmundicia del capital, nuestra arma querida nos pincha las nalgas.

Pincha incesantemente, pincha, nuestra arma querida,

para que una y mil veces sepamos que, por casualidad, sin combatir,

no ganaremos la batalla. No tenemos prisa, somos fuertes, innumerables son nuestros vivos y nuestros muertos.

Estamos deliberando en la colina, venimos del sótano, de la mina, del foso.

El tiempo arrastra la niebla. Ya se ven claramente las cimas.

El tiempo arrastra la niebla, y el tiempo fue traído por nosotros,

lo trajimos con nuestro batallar, con nuestra miseria en reserva,

con el pan enmohecido antes de que el obrero lo corte,

con la gacha maloliente antes de que el obrero la vierta en la olla,

con la leche cortada antes de agitarse en la vasija del obrero,

con el beso puteado antes de hacer latir el corazón del joven obrero,

con la casa vuelta escombros antes de que el obrero la habite.

con la ropa vuelta harapos antes de que el obrero la vista,

con la libertad vuelta opresión antes de que el obrero nazca,

con el puro vuelto mascada antes de que el obrero crezca,

con el capital vuelto trabajo antes de que el aprendiz sea un hombre

y golpee con su martillo, ¡oh mundo!

donde el hierro esté más al rojo vivo.

¡Anda, poesía, participa en la lucha de clases!

¡Irás ascendiendo junto con la masa!

Tú vas al Sur, tú al Oeste, y yo al Norte, Camarada.

Se agitan los imperios capitalistas,

rechinan sus colmillos que desgarran al mundo.

Devoran la suave Asia y el África erizada

y derriban las aldeas pequeñas como nidos.

¡El mar es de saliva! ¡Oh, productora comilona!

La amarillenta boca del capital

engulle a los países ocultos y pequeños.

Nos cubre un cielo húmedo con su aliento podrido.

Donde la muela muerde las arrugas de la ciudad, donde flota el vaho de las minas de hierro, donde la máquina patalea y zumban las cadenas y lloran los listones de las cajas, mientras chillan las correas del volante, donde los chirriantes transformadores se prenden de los senos de metal de los dínamos, allí vivimos. Y nuestra suerte es un haz

de mujeres, niños y agitadores.

¡Allí vivimos! Nuestros nervios son una red convulsa

en que boquea el pez resbaladizo del pasado.

El salario, el precio de la mano de obra,

chilla en nuestros bolsillos mientras regresamos al hogar.

En la mesa, el pan envuelto en un periódico

en que está escrito que somos libres.

Perseguimos las chinches y a la luz del quinqué

nos hartamos de vino y de placer fugaz.

Camaradas y soplones cruzan el silencio, un borracho tropieza, un joven se cuela en el prostíbulo. El cielo nocturno, de bruces, con su camisa sucia, descubre su pecho lleno de salpullido, bajo el humo. Así vivimos. Dormimos, roncando, destrozados, espalda contra espalda como un montón de leños carcomidos, y a nuestro alrededor, en la pared ruinosa de la húmeda y fría vivienda, el moho marca las fronteras de nuestra patria.

Pero, mis camaradas, éstos son los obreros,

los que en las luchas de clases se vistieron de hierro.

Mirad: ¡por ellos nos erguimos como las chimeneas!

e igual que perseguidos nos ocultamos.

Así es como el mundo se está preparando,

montado en la cadena de la historia,

donde la clase obrera, sobre la oscura fábrica,

clavará la estrella fundida del Hombre.

Versiones: Andrés Simor y Fayad Jamís

Asalto al cielo - Antología poética
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