Costa de Marfil, 1916
Salta,
Salta,
hechicera.
¿Escuchas? Con el estruendo del tam-tam te llama el viento en derredor. Cuba,
joven reina, para ti
son todos estos compases, el ritmo de Saloum13el ritmo de Baule.14¿Por qué la luna alumbra con tan viva luz?
Ilumina en derredor
de la violenta danza. ¿Qué es esto, pues? Una canción,
la canción del festivo tam-tam.
Salta,
Salta,
danzarina.
¿Escuchas? Con el estruendo del tam-tam te llama el viento en derredor.
¡Seca, África, las lágrimas! Vuelven tus hijos,
a través de tormentas y huracanes vienen de su infructuoso vagabundear.
Bajo la risa del oleaje y el susurro de la brisa
en el oro del alba,
en el púrpura del ocaso,
desde las arrogantes cimas,
desde las llanuras inundadas de sol,
vienen hacia ti,
a través de tormentas y huracanes,
de su infructuoso vagabundear.
¡Seca, África, las lágrimas! Nuestras almas han bebido un poco de todas las fuentes,
de la amarga fortuna y de la gloria. Nuestras almas abiertas al resplandor de tu belleza, a los aromas de tus bosques, al hechizo de tus aguas, al azul de tus cielos, a la caricia de tus rayos, al sortilegio del verdor en las perlas de rocío.
¡Seca, África, las lágrimas! Vuelven tus hijos.
En las palmas de sus manos traen un regalo
para el corazón: amor.
Vuelven para vestirte
con ropas de sueños y esperanzas.
Versiones: Antonia María Tristá y David Chericián
Manos libres, vivas manos que saben abrazar y no ahogar, regalar, no quitar.
Manos creadas para percutir el ritmo,
para limpiar de maldad el mundo.
Manos ramosas,
nudosas,
callosas manos
de picapedrero,
de leñador,
de terraplenero,
de pescador,
de jornalero de las plantaciones de café, de algodón y de caña de azúcar,
demacrados por el trabajo, templados al viento, ¡quemados como carbón! Las manos hablan
francamente y hasta el final, cavan hasta las raíces, se levantan hacia arriba, se encuentran, se tocan,
se estrechan en fraternal apretón. Los puños, cual brotes desarrollados, símbolos de la vida, símbolo de la unidad. La mano del niño,
la palma de la mano del anciano, más pesada por la sabiduría, los dedos de la mujer que irradian compasión...
Las manos lavan el cansancio y el polvo, las manos señalan el camino, las manos disipan las tinieblas, las manos ¡son tu adorno, hombre!
Las manos negras conservan el amor, adquieren callos, barren la maldad,
quitan el resabio amargo de los días, arrancan las máscaras de los falsos dioses.
¡Manos, yo les pongo
el brazalete de la alegría y la esperanza!
Manos negras,
¡tomen
el martillo y los clavos!
El universo de un muro sordo.
Clávenle
una antigua inscripción:
«¡La caza de personas está prohibida!»
Manos de mendigos y de oprimidos,
manos, desde el Congo hasta el Mississippi,
en los desfiladeros entre rascacielos,
¡en los caminos que conducen al corazón!
Manos del constructor y del hombre:
en la tierra y en el cielo,
a la luz del día,
bajo las estrellas de la noche,
en los rocíos mañaneros,
en la suavidad de las sombras,
hoy, ayer y mañana,
¡en todo lo que vive y canta
y gira en una danza!
Manos negras, manos de hermano he tendido hacia ti. sobre océanos y montañas para que se fundan los colores de nuestras manos, para encontrarte y saludarte, ¡Amigo!
Versión: Antonia María Tristá