República Democrática del Congo, 1925 ࢤ 1961
¡Llora, mi querido hermano negro, En la bestia milenaria!
Simunes y huracanes esparcen tu ceniza por la tierra.
Tú, que antaño erigiste pirámides
Para todos tus verdugos poderosos,
Tú, acorralado en las redadas, tú, derrotado
En todos los combates donde la fuerza triunfa,
Tú, que aprendiste en la escuela secular
Una sola consigna: «esclavitud o muerte»,
Tú, que te has ocultado en selvas sin salida
Encontrando en silencio miles de muertes
Bajo la máscara de la fiebre amarilla
O bajo la de grandes colmillos de tigre,
O en brazos del pantano cenagoso,
Que ahoga como la boa, poco a poco...
Y llegó el día en que apareció el blanco. Astuto y más malvado que todas las muertes, Trocó tu oro
Por espejos, collares sin valor,
Y violó a tus hermanas, tus mujeres,
Y emborrachó a tus hijos, tus hermanos,
Y arrojó a las bodegas a tus niños. Entonces el tam-tam en las aldeas
Retumbó, y por él la gente supo que soltó sus amarras
El navío extranjero hacia orillas lejanas,
Donde el dólar es rey y el algodón es oro.
Sentenciado a un destierro interminable,
Trabajando como bestia de carga
Bajo el sol implacable, todo el día
Te enseñaron a alabar en los cánticos
A tus amos y fue cantada en himnos
La dicha prometida de otro mundo mejor.
Y solamente les pedí una cosa:
Que te dejaran vivir, que te dejaran vivir.
Y en el fuego, en la alarma, en las confusas Ilusiones te desahogaste en ritmos lastimeros, Sin palabras y simple como la tristeza. Ocurría que incluso te alegrabas
Y danzabas, fuera de ti, en un exceso de vigor.
Y toda la magnificencia de la madurez, Toda la joven voluptuosidad
Rugió en cuerdas de cobre, en tambores de fuego,
Y al comienzo de esta potente música Surgió del jazz, su ritmo, y como un torbellino Declaró, en alta voz, al hombre blanco
Que no era suyo todo este planeta. Tu, música, también nos permitiste Alzar el rostro y mirar a los ojos La futura liberación de nuestra raza. ¡Que las orillas de los anchos ríos Que llevan al futuro vivas olas Sean tuyas!
¡Y que el ardiente sol del mediodía Queme tu tristeza!
¡Que se evaporen en los rayos solares,
Y las lágrimas que tu bisabuelo Vertió en estos trigales humillantes! ¡Que nuestro pueblo, ya libre y feliz, Viva y se regocije en nuestro Congo, Aquí, en el grande corazón del África!
Versión: Antonia María Tristá y David Chericián