Alemania, 1890 ࢤ 1953
Cuando el pueblo del sótano infamante se alzó, de los cuarteles de la muerte, ella se irguió sobre la noche humeante, primera llama de la aurora fuerte. Por las calles su clamor el pueblo a unión convocara, sobre sangre y sobre horror se irguió visionaria y clara.
A la canción de lucha del obrero sirvió su fuego como aliento diario. Y sobre el ataúd del comunero sangriento quiso serle su sudario.
Mas la alzaron nuevas manos sobre las ruinas, ¡y presto fue en corazones hermanos un ardiente manifiesto!
Por siempre en el combate renaciente llamó a las masas a ponerse en pie. Más viva rebelión urgió impaciente, de un brazo en alto al otro brazo fue. Cayó mil veces manchada por la sangre a borbotones, pero un postrer camarada llevó sus bravos girones.
Un pueblo la condujo a la victoria, el que mora en un sexto de la tierra: aplastó a los injustos con su gloria, deshizo a los señores de la guerra. Y el pendón en sus bastiones alba fue sobre los mundos de los despiertos millones limpios de ídolos inmundos.
Éste es el canto de la roja bandera que sobre tierras y mares proclama el fuego vivo de la primavera que a corazones opresos inflama. Calma la última tormenta, flameará sobre los montes,
tras de la noche sangrienta, ¡por los libres horizontes!
No llores, hijo mío, ya pasó. No podrás ver más a tu padre, no. Muerto al huir por la guardia alertada. ¡Hijo, el que fuera el mejor camarada!
¡Muerto en fuga! La frase así se explica, ¡Bien sabes, hijo, lo que significa! Dos balas en la frente, en el pulmón. ¡Lo asesinaron, hijo, corazón!
Me miras con espanto, sientes frío. ¡Nada te oculto, valor, hijo mío! Como a un perro arrancáronle la piel: halló la muerte más atroz y cruel.
Cuando se lo llevaban, diste un grito. Su caricia cortó un puño maldito. No te dijo el adiós que al pecho toca. Le habían destrozado ya la boca.
Tres días le pegaron con vergajos, la rota piel colgando de los tajos. ¡No tiembles, hijo! ¡Escucha, ten valor! ¡No debo yo ocultarte lo peor!
Contra el pecho el fusil amenazante. Ha de cantar con su boca sangrante. Ha de entonar sus incendiarios cantos, mientras salían sus pies, esos espantos.
Sin saber de quién es su rostro hendido, dieras de sólo verlo un alarido. ¡Un guiñapo, la espalda desollada! ¡Hijo, el que fuera el mejor camarada!
¡No lloraremos, hijo, en adelante! ¡Lo nuestro es hoy sentir ira abrasante! ¡Y ese fuego ha de arder en llamas lentas hasta que al fin les ajustemos cuentas!
Versiones: Eliseo Diego