Rumania, 1911 ࢤ 1991
Me quedé más pobre que todos, no pude elegir siquiera la piedra en hoja de su lápida. ¡Es todo tan difícil, resulta tan pesada! ¿Cómo encontrarla, de tal modo que fuera más liviana?
Los hijos me dicen
que si tuviera menos peso
tal vez sería arrastrada por el viento,
convertida en polvo por los molinos
de las lluvias, o arrancada
por las garras de las tormentas de la nieve.
¿Cómo hubiera podido elegir una hoja de piedra, con qué valor dejarla encima de tu pecho para decirme a mí mismo: es la última hoja, quizá la que más duele, porque en ella está escrito el fin?
Haré de mis huesos una roca delicada, una flauta con música de sol para abrazarte, arrullándote.
Siento frío. No puedo más.
Es el recuerdo del invierno definitivo,
de aquellos lirios, de un lugar cualquiera,
quizá de las montañas;
de un lugar cualquiera donde, para mí,
nada será de ahora en adelante.
Pero, ¿ha sido ciertamente?
Mas, de no ocurrir así, todo esto no sería.
¡Qué desengaño! Si así no fuera,
¿de dónde saldría tanto dolor? Sin duda,
de las pasadas alegrías perdidas para siempre.
Ha sido y persiste su nombre,
pero sólo restan sus huesos, la radiografía,
la helada memoria de los lirios,
su perfume ahogadizo, los rayos vueltos en ataque
de espada que acomete...
Ah, el áspero perfume de esos lirios,
que no era de tu gusto.
Los lirios viven. Tú te has callado para siempre. Yo me callo.
Versiones: Alberto Rocasolano
En memoria de Ernesto Che Guevara
Echado a sus pies, este santo. ¡Arcángel Gabriel, frente a él,
como la vela te marchitas! bajo esta luz inmensa que al brillar ha dicho todo lo que tenía que decir. Cantante luz,
pero no en cualquier cuerda,
pero no en cualquier modo,
no para los que quieren dominar
para ellos mismos y para sus hijastros.
Luz poderosa, realizada, cumplida
por sí misma, por su conciencia,
por ese brillo que nacía
de una sonrisa, acaso del dolor.
No sé... Tal vez...
Acaso del dolor,
pero dolor aceptado
con los ojos abiertos
desde el principio.
Con los ojos abiertos se quedó
oyendo el trino de los ruiseñores,
los ruiseñores que aún no han nacido,
quedó esperando la profanación
de su cuerpo, las brechas de su cuerpo,
donde las balas hundieron sus ratas.
¡Malditos sean! y ciegos.
¡Ciegos los asesinos de la luz!
Incluso ellos la conocerán
pero cegándolos.
Este cuerpo verán de otra manera, este lirio rasgado,
este perfume tremendo de la muerte y de la vida, sobre el cual nada saben. ¡Que te muerdes los labios por los celos! ¡Arcángel Gabriel!
Han querido matar su luz y él ya era más hermoso que tú, más bello porque él es luz de la luz que no termina. ¡Marchítate, Gabriel! y si algo puedes, dame la paz, la paz semejante a su luz.
Versión: David Chericián