Hungría, 1823 ࢤ 1849

Con una mano a la esteva y la otra al arma prendida, va el pobre, buen pueblo andando, sangre o sudor derramando mientras le dure la vida.

¿A qué el sudor que le corre? Si todo lo que quisiera para cubrirse o comer, de sí misma, puede ser que madre tierra le diera.

Y si el enemigo viene,

¿a qué la sangre, la espada? ¿Por la patria?... ¡Si es un hecho que donde hay patria hay derecho y el pueblo no tiene nada!

1846

Versión: Andrés Simor y Eliseo Diego

La guerra siempre fue el mejor pensamiento de mi pensar, ¡la guerra donde el corazón se entrega por la libertad!

¡Un sacramento que hay que merece la amarga pena de cavar nuestra tumba con nuestras armas, por el cual debemos sangrar:

Y no es otro que el sacramento de la querida libertad! Locos, los que por otra causa su vida fueron a entregar.

Paz, paz al mundo, pero nunca la de un tirano al gobernar; paz solamente de la mano

sagrada de la libertad.

Cuando haya paz en todo el mundo, en todo el mundo en general, arrojaremos nuestras armas hasta el mismo fondo del mar.

Mientras así no sea, ¡armas, armas hasta la muerte habrá! ¡Aunque dure la guerra justa hasta el día del juicio final!

1847

¡Ponte, húngaro, en pie, la patria te implora!

¡Ahora o nunca, la hora es ahora!

¿Seremos esclavos o libres? ¡Decid!

Ésa es la cuestión del momento, ¡elegid!

¡Al Dios de los húngaros

juramos

no ser más esclavos, juramos!

Hasta hoy a esclavos fuimos condenados. Rabian en sus tumbas los antepasados, que libres supieron morir y vivir y en un suelo esclavo no pueden dormir. ¡Al Dios de los húngaros juramos

no ser más esclavos, juramos!

Bribón y malvado quien por su bandera

no diera la vida si preciso fuera,

el que considera su vida mejor

que de nuestra patria el sagrado honor.

¡Al Dios de los húngaros juramos

no ser más esclavos, juramos!

Brilla más la espada que la vil cadena, mejor luce el brazo si su luz lo llena; tú, pueblo, no obstante, con cadena vas. ¡Vieja espada nuestra, dinos dónde estás! ¡Al Dios de los húngaros juramos no ser más esclavos, juramos!

Será el nombre de húngaro otra vez hermoso, digno de la fama de su nombre honroso; la infamia que siglos yugo al pueblo fue, ¡hemos de lavarla ya puestos de pie! ¡Al Dios de los húngaros juramos

no ser más esclavos, juramos!

Donde nuestras tumbas se eleven del suelo se hincarán los nietos mirando hacia el cielo, y en entrecortadas voces de oración dirán nuestros nombres con su bendición. ¡Al Dios de los húngaros juramos

no ser más esclavos, juramos!

1848

Se rebeló el mar del pueblo, se salió de su caudal y el cielo y la tierra espanta cuando olas bravas levanta su fuerza descomunal.

¿Veis esta fiesta, esta danza? ¿Oís la música fuerte? Los que aún no lo sabíais ahora aprender podríais cómo el pueblo se divierte.

Se estremece y ruge el mar, los buques, a la deriva, se hunden en el infierno, el timón ya sin gobierno, quebrada la vela altiva.

Enloquece tú, diluvio, y arrebata cada cosa; muestra tu fondo profundo

y a las nubes, iracundo, lanza tu espuma furiosa; escribe con ella al cielo como una verdad eterna: aunque el galeón esté arriba, el agua, abajo, está viva, ¡y es el agua quien gobierna!

1848

Lamberg, Latour3 —puñal, soga en sus cuellos, y tal vez otros vengan detrás de ellos; ¡pueblo mío, a ser grande al fin empiezas! Está muy bien, muy bien cortar cabezas, pero han de andar más lejos tus abarcas— ¡Ahorcad a los monarcas!

Puedes segar la hierba noche y día, que mañana la habrá donde hoy no había. Puedes quebrarle al árbol su ramaje, que ostentará después nuevo follaje; hay que arrancarlos sin dejar ni marcas— ¡Ahorcad a los monarcas!

¿No has aprendido todavía, oh mundo, a odiar al rey desde lo más profundo? ¡Si entre vosotros derramar pudiera el odio indómito que mi alma fiera hincha y agita como el mar las barcas! ¡Ahorcad a los monarcas! No hay nada bueno que en sus pechos entre, son malos ya desde el materno vientre, su vida toda es infamia y sevicia, su pérfida mirada el aire vicia, la tierra en que se pudren cría charcas— ¡Ahorcad a los monarcas!

La patria es triste campo de batalla, la muerte en ella con furor estalla, aquí arde una ciudad, allá una aldea, el aire, con los ayes, se caldea; el rey con el dolor llena sus arcas— ¡Ahorcad a los monarcas!

Héroes, en vano vuestra sangre fluye si la corona al fin no se destruye. El monstruo alza otra vez la faz horrenda y hay que empezar de nuevo la contienda. ¿Habrán ardido en vano las comarcas? ¡Ahorcad a los monarcas!

Amistad y piedad sean las leyes para todos, ¡menos para los reyes! Arrojo mi laúd, mi espada al viento, y el cadalso usaré como instrumento si nadie quiere ahorcar a los jerarcas— ¡Ahorcad a los monarcas!

1848

Versiones: Andrés Simor y David Chericián

Asalto al cielo - Antología poética
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