1802 ࢤ 1885
Cuando citáis, jueces, ante las barras A la Revolución, que fue dura y bárbara
Y feroz al punto de cazar los búhos
Y que, sin respetar faquires, derviches, morabitos Molestó a todas las gentes de iglesia y puso en fuga, Sin miramientos, al abad y al jesuita,
La cólera os domina.
Sí, es verdad, desde entonces El hombre-rey, el hombre-dios, fantasmas de las cumbres, Se esfuman, se vuelven guerreros, legiones papales; Un viento misterioso sopla sobre estas frentes pálidas;
Y vosotros, los del tribunal, os indignáis.
¡Cuánto duelo!, las negras breñas están de lágrimas bañadas,
Las fiestas de la noche voraz han terminado;
El mundo tenebroso expira, ¡cuánto luto!
Se hace el día, ¡es horrible! El murciélago
Está ciego y la garduña vaga dando gritos;
El gusano pierde su esplendor; ay, el zorro llora;
Bestias que a la tarde salían a cazar en el instante
En el que el pequeño pájaro se aletarga acosado;
La desolación de los lobos colma los bosques;
Los espectros oprimidos no saben ya qué hacer.
Si eso continúa, y si esta luz
Persiste en aterrar al pigargo y al cuervo,
El vampiro morirá de hambre en la tumba;
El rayo, sin piedad, apresa a la sombra y la devora...
Oh, jueces, juzgáis los crímenes del alba.
1871