España, 1875 ࢤ 1939

A Roberto Castrovido

La España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, devota de Frascuelo y de María, de espíritu burlón y de alma quieta, ha de tener su mármol y su día, su infalible mañana y su poeta. El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero. Será un joven lechuzo y tarambana, un sayón con hechuras de bolero; a la moda de Francia realista, un poco al uso de París pagano, y al estilo de España especialista en el vicio al alcance de la mano. Esa España inferior que ora y bosteza, vieja y tahúr, zaragatera y triste; esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna usar de la cabeza, aún tendrá luego parto de varones amantes de sagradas tradiciones y de sagradas formas y maneras; florecerán las barbas apostólicas, y otras calvas en otras calaveras brillarán, venerables y católicas. El vano ayer engendrará un mañana vacío y ¡por ventura! pasajero, la sombra de un lechuzo tarambana, de un sayón con hechuras de bolero, el vacuo ayer dará un mañana huero. Como la náusea de un borracho ahíto de vino malo, un rojo sol corona de heces turbias las cumbres de granito; hay un mañana estomagante escrito en la tarde pragmática y dulzona. Mas otra España nace, la España del cincel y de la maza, con esa eterna juventud que se hace del pasado macizo de la raza. Una España implacable y redentora, España que alborea

con un hacha en la mano vengadora, España de la rabia y de la idea.

Como se fue el maestro,

la luz de esta mañana

me dijo: Van tres días

que mi hermano Francisco no trabaja.

¿Murió?... Sólo sabemos

que se nos fue por una senda clara,

diciéndonos: Hacedme

un duelo de labores y esperanzas.

Sed buenos y no más, sed lo que he sido

entre vosotros: alma.

Vivid, la vida sigue,

los muertos mueren, y las sombras pasan; lleva quien deja y vive el que ha vivido. ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas!

Y hacia otra luz más pura

partió el hermano de la luz del alba,

del sol de los talleres,

el viejo alegre de la vida santa.

...¡Oh, sí, llevad, amigos,

su cuerpo a la montaña,

a los azules montes

del ancho Guadarrama!

Allí hay barrancos hondos

de pinos verdes donde el viento canta.

Su corazón repose

bajo una encina casta,

en tierra de tomillos, donde juegan

mariposas doradas...

Allí el maestro un día

soñaba un nuevo florecer de España.

Baeza, 21 febrero, 1915

Se le vio, caminando entre fusiles,

por una calle larga,

salir al campo frío,

aún con estrellas, de la madrugada.

Mataron a Federico

cuando la luz asomaba.

El pelotón de verdugos

no osó mirarle la cara.

Todos cerraron los ojos;

rezaron: ¡ni Dios te salva!

Muerto cayó Federico

—sangre en la frente y plomo en las entrañas—

...Que fue en Granada el crimen

sabed —¡pobre Granada!— en su Granada...

II

Se le vio caminar solo con Ella,

sin miedo a su guadaña.

—Ya el sol en torre y torre; los martillos

en yunque —yunque y yunque de las fraguas.

Hablaba Federico,

requebrando a la muerte. Ella escuchaba.

«Porque ayer en mi verso, compañera,

sonaba el golpe de tus secas palmas,

y diste el hielo a mi cantar, y el filo

a mi tragedia de tu hoz de plata,

te cantaré la carne que no tienes,

los ojos que te faltan,

tus cabellos que el viento sacudía,

los rojos labios donde te besaban...

Hoy como ayer, gitana, muerte mía,

qué bien contigo a solas,

por estos aires de Granada ¡mi Granada!».

III

Se le vio caminar...

Labrad, amigos, de piedra y sueño, en el Alhambra, un túmulo al poeta, sobre una fuente donde llore el agua, y eternamente diga:

el crimen fue en Granada ¡en su Granada!

Frente a la palma de fuego

que deja el sol que se va,

en la tarde silenciosa

y en este jardín de paz,

mientras Valencia florida

se bebe el Guadalaviar

—¡Valencia de finas torres,

en el lírico cielo de Ausías March,

trocado su río en rosas

antes que llegue a la mar!—

pienso en la guerra. La guerra

viene como un huracán

por los páramos del alto Duero,

por las llanuras de pan llevar,

desde la fértil Extremadura

a estos jardines de limonar,

desde los grises cielos astures

a las marismas de luz y sal.

Pienso en España, vendida toda

de río a río, de monte a monte, de mar a mar.

Más fuerte que la guerra —espanto y grima— cuando con torpe vuelo de avutarda el ominoso trimotor se encima y sobre el vano techo se retarda,

hoy tu alegre zalema el campo anima, tu claro verde el chopo en yemas guarda. Fundida irá la nieve de la cima al hielo rojo de la tierra parda.

Mientras retumba el monte, el mar humea, da la sirena el lúgubre alarido, y en el azul el avión platea,

¡cuan agudo se filtra hasta mi oído, niña inmortal, infatigable dea, el agrio son de tu rabel florido!

¡Ya su perfil zancudo en el regato, en el azul el vuelo de ballesta, o, sobre el ancho nido de ginesta, en torre, torre y torre, el garabato

de la cigüeña!... En la memoria mía tu recuerdo a traición ha florecido; y hoy comienza tu campo empedernido el sueño verde de la tierra fría,

Soria pura, entre montes de violeta. Di tú, avión marcial, si el alto Duero a donde vas recuerda a su poeta

al revivir su rojo Romancero;

¿o es, otra vez, Caín, sobre el planeta,

bajo tus alas, moscardón guerrero?

III

Estas rachas de marzo, en los desvanes —hacia la mar— del tiempo; la paloma de pluma tornasol, los tulipanes gigantes del jardín, y el sol que asoma,

bola de fuego entre morada bruma, a iluminar la tierra valentina... ¡Hervor de leche y plata, añil y espuma, y velas blancas en la mar latina!

Valencia de fecundas primaveras, de floridas almunias y arrozales, feliz quiero cantarte, como eras,

domando a un ancho río en tus canales, al dios marino con tus albuferas, al centauro de amor con tus rosales.

Otra vez en la noche... Es el martillo de la fiebre en las sienes bien vendadas del niño. —Madre, ¡el pájaro amarillo! ¡las mariposas negras y moradas!

—Duerme, hijo mío. —Y la manita oprime la madre, junto al lecho. —¡Oh flor de fuego! ¿quién ha de helarte, flor de sangre, dime? Hay, en la pobre alcoba olor de espliego;

fuera, la oronda luna que blanquea cúpula y torre a la ciudad sombría. Invisible avión moscardonea.

¿Duermes, oh dulce flor de sangre mía? El cristal del balcón repiquetea. —¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!

V

De mar a mar entre los dos la guerra, más honda que la mar. En mi parterre, miro a la mar que el horizonte cierra. Tú, asomada, Guiomar, a un finisterre,

miras hacia otro mar, la mar de España que Camoens cantara, tenebrosa. Acaso a ti mi ausencia te acompaña, A mí me duele tu recuerdo, diosa.

La guerra dio al amor el tajo fuerte. Y es la total angustia de la muerte, con la sombra infecunda de la llama

y la soñada miel de amor tardío,

y la flor imposible de la rama

que ha sentido del hacha el corte frío.

VI

Otra vez el ayer. Tras la persiana, música y sol; en el jardín cercano, la fruta de oro, al levantar la mano,

el puro azul dormido en la fontana.

Mi Sevilla infantil ¡tan sevillana! ¡cuál muerde el tiempo tu memoria en vano! ¡Tan nuestra! Aviva tu recuerdo, hermano. No sabemos de quién va a ser mañana.

Alguien vendió la piedra de los lares al pesado teutón, al hambre mora, y al ítalo las puertas de los mares.

¡Odio y miedo a la estirpe redentora que muele el fruto de los olivares, y ayuna y labra, y siembra y canta y llora!

Asalto al cielo - Antología poética
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