España, 1884 ࢤ 1968

I

Ser en la vida romero,

romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos. Ser en la vida romero,

sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.

Ser en la vida romero, romero... sólo romero.

Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,

pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,

ligero, siempre ligero.

Que no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,

ni el tablado de la farsa, ni la losa de los templos

para que nunca recemos

como el sacristán los rezos,

ni como el cómico viejo

digamos los versos.

La mano ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,

decía el príncipe Hamlet, viendo

cómo cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo

un sepulturero.

No sabiendo los oficios los haremos con respeto. Para enterrar a los muertos como debemos

cualquiera sirve, cualquiera... menos un sepulturero.

Un día todos sabemos

hacer justicia. Tan bien como el Rey hebreo

la hizo Sancho el escudero

y el villano Pedro Crespo.

Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.

Pasar por todo una vez, una vez sólo y ligero,

ligero, siempre ligero.

Sensibles a todo viento

y bajo todos los cielos,

poetas, nunca cantemos

la vida de un mismo pueblo

ni la flor de un solo huerto.

Que sean todos los pueblos

y todos los huertos nuestros.

Siempre habrá nieve altanera

que vista al monte de armiño y agua humilde que trabaje en la presa del molino.

Y siempre habrá un sol también —un sol verdugo y amigo— que trueque en llanto la nieve

y en nube el agua del río.

Y aquellos... ¿los del norte? La elegía de la zorra

que la cante la zorra, el buitre la del buitre y el cobarde la suya.

Cada raza y cada pueblo

con su lepra y con su llanto.

Yo lloro solamente las hazañas

del rencor

y del polvo...

y la gloria

del hacha.

Luego,

mañana...

¡para todos el mar!

Habrá llanto de sobra para el hombre

y agua amarga

para las dunas calcinadas...

¡salitre para todos!

Mañana,

¡para todos el mar!

El mar solo otra vez, como al principio,

y el hombre solo, al fin, con su conciencia.

¡Para todos el mar!

y el hombre solo, solo...

sin tribu,

sin obispo

y sin espada.

Cada hombre solo, solo,

sin Historia y sin grito,

con el grito partido

y las escalas y las sondas rotas.

Cada hombre solo. Yo solo,

solo, sí,

solo,

solo,

flotando sobre el mar,

sobre el lecho profundo de mi llanto

y bajo el palio altivo de los cielos...

altivo,

silencioso

y estelar.

Si hay una luz que es mía,

aquí ha de reflejarse y rielar,

en el espejo inmenso de mis lágrimas,

en el mar...

¡en el mar!

Mañana,

para todos el mar:

el que mece las cunas

y derriba los cielos,

el que cuenta los pasos de la luna

y los de la muía de la noria,

el que rompe los malecones

y los jebecillos,

el eterno comienzo

y el eterno acabar.

Mañana

sobre todos el mar...

sobre la zorra y sobre el buitre, el mar;

sobre el cobarde, el mar;

sobre el obispo y su amatista, el mar;

sobre mi carne, el mar;

sobre el desierto, el mar;

y sobre el polvo y sobre el hacha, el mar.

¡El mar,

el mar,

el mar solo otra vez, como al principio! ¡el llanto... el mar!

No he venido a cantar, podéis llevaros la guitarra.

No he venido tampoco, ni estoy aquí arreglando mi expediente para

que me canonicen cuando muera. He venido a mirarme la cara en las lágrimas que caminan hacia el mar, por el río y por la nube...

y en las lágrimas que se esconden

en el pozo, en la noche y en la sangre...

He venido a mirarme la cara en todas las lágrimas del mundo.

Y también a poner una gota de azogue, de llanto, una gota siquiera de

mi llanto

en la gran luna de este espejo sin límite, donde me miren y se reconozcan los que vengan.

He venido a escuchar otra vez esta vieja sentencia en las tinieblas:

Ganarás el pan con el sudor de tu frente

y la luz con el dolor de tus ojos.

Tus ojos son las fuentes del llanto y de la luz.

En alguna parte se ha dicho: Dios se come a los hombres y los hombres un día se comerán a Dios.

Y también está escrito:

no es más que un pez el hombre en su mar de tinieblas y de llanto.

Y en alguna otra parte se pregunta: ¿Para qué está allá arriba sentado en el alto cantil de las nubes heladas ese Gran Pescador?

¿Para qué está allá arriba con su cebo, su anzuelo

y su larga caña de pescar ese Gran Pescador?

¿No es más que un pez el hombre, un pez para las brasas del infierno y para que después, «puro y dorado», se lo coma allá arriba ese Gran Pescador?

Y hora... aquí... el pez... el hombre es el que arguye: un día me tragaré el mar...

toda el agua del mar...

todas las tinieblas del mar como una perla negra,.. un día me tragaré el mar toda el agua del mar

toda la amargura del mar como una sola lágrima...

y dejaré al descubierto el cebo, el anzuelo

y la larga caña de pescar de ese Gran Pescador ¡toda su mentira y su verdad!

Luego me sentaré a llorar sobre la última roca seca del mundo,

a llorar, a llorar otra vez

hasta llenar de nuevo la tierra

con otro mar inmenso,

mucho más negro

y mucho más amargo que el de ahora... con otro mar que llegue hasta los cielos, anegue las estrellas y ahogue a ese Gran Pescador con su cebo, su anzuelo

y su larga caña de pescar. Entonces

yo seré el pescador

y Dios, el Gran Pez, sorprendido y pescado.

Aquel día el Hombre... todos los hombres se comerán a Dios.

Será el día... el Gran Día de la verdadera,

de la gloriosa

y de la sagrada comunión.

Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante;

vuelvo al camino con mi adarga al brazo

Del Che, en carta última a sus padres

Siempre fuiste un condotiero apostólico y evangélico y un niño atleta y valiente que sabías dar el triple salto mortal y caer siempre en tu sitio. Yo sé dónde estás, y ahí mismo, te mando un abrazo y estos versos:

The most beautiful neigh of the world La gente suele decir, los americanos, los norte-americanos suelen decir: León-Felipe es un «Don Quijote». No tanto, gentlemen, no tanto. Sostengo al héroe nada más... y sí, puedo decir...

y me gusta decir: que yo soy Rocinante.

No soy el héroe

pero le llevo sobre el magro espinazo de mis huesos... y le oigo respirar... y he aprendido a respirar como él... y a injuriar y a blasfemar y a maldecir y a relinchar.

«¡Oh, hi-de-putas!... estos malos encantadores que me persiguen».

Cómo es aquel relincho, americanos?

Aquel que empieza:

¡¡Justí-í-í-í—cia!!

Aquí el acento cae sobre la í,

muy agudo y sostenido

como un vibrante y estridente cornetín:

¡¡Justí-í-í-í—cia!!

¡Qué bonito relincho!

A Rocinante le gusta mucho relinchar. Y a mi también me gusta mucho relinchar. Tenéis que aprender, americanos. Venid. Vamos a relinchar ahora, ahora mismo todos juntos, desde el capitolio de Washington... fuerte, fuerte, FUERTE... hasta que el relincho llegue a Vietnam y lo oigan todos los vietnamitas y a Cuba también y lo oigan todos los cubanos, como el cornetín de la gran victoria universal, hasta que lo oigan los hombres todos de la tierra

como el cese definitivo de todas las hostilidades

del planeta. ¡¡Justí-í-í-í—cia!! ¡Oh, qué hermoso relincho! The most beautiful neigh of the world.!

Asalto al cielo - Antología poética
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