Cuba, 1896 ࢤ 1983

Tensión violenta del esfuerzo muscular. Lenguas de acero, las mandarrias, ensayan en los yunques poemas estridentistas de literatura de vanguardia.

Metalurgia sinfónica de instrumentales maquinarias; ultraístas imágenes de transmisiones y poleas; exaltación soviética de fraguas.

¡Oh, taller, férreo ovario de producción! Jadeas como un gran tórax que se cansa. Tema de moda del momento para geométrico cubismo e impresionismo de metáforas.

Pero tienes un alma colectiva

hecha de luchas societarias;

de inquietudes, de hambre, de laceria,

de pobres carnes destrozadas:

alma forjada al odio de injusticias sociales

y anhelos sordos de venganza...

Te agitas, sufres, eres

más que un motivo de palabras.

Sé tu dolor perenne, sé tu ansiedad humana,

sé como largos siglos de ergástula te han hecho una conciencia acrática.

Me hablas de Marx, del Kuo Ming Tang, de Lenin; y en el deslumbramiento de Rusia libertada vives un sueño ardiente de redención; palpitas, anhelas, sueñas; lo puedes todo y sigues tu oscura vida esclava.

Y me abrumas, me entristeces el alma, me haces escéptico, aunque a veces vibre al calor de tus proclamas, y diga siempre a mis hermanos de labores:

«Buenos días, compañero, camarada».

Son tus hijos, los hijos

de cien generaciones proletarias,

que igual que hace mil años piden en grito unánime

una justicia igualitaria.

Son tus hijos, los tristes, que angustiados trabajan, trabajan, trabajan en un esfuerzo fértil de músculos y nervios; pero estéril al sueño de gestas libertarias.

Son tus hijos que sueñan, mientras los eslabones de sus días se enlazan, que en los entristecidos cielos de sus pupilas surge un fulgor de nuevas albas.

Son tus hijos, que a diario te ofrendan las vendimias de sus vidas lozanas; que gritan sus angustias al rechinar del torno mientras tú, apenas óyesles, como a cosas mecánicas.

Oh, taller resonante de fiebre creadora! Ubre que a la riqueza y la miseria amamanta! Fragua que miro a diario forjar propias cadenas sobre los yunques de tus ansias!

Esclavo del Progreso, que en tu liturgia nueva y bárbara elevas al futuro, con tus voces de hierro, tu inmenso salmo de esperanza!

Ah, cómo voy sintiendo que también de mí un poco te nutres; yo que odiaba, sin comprender, tu triste alma colectiva y tu tecnología mecánica.

Yo que te odié por absorbente;

que odié tus engranajes y tus válvulas;

que odié tu ritmo inmenso porque ahogaba

mi ritmo interno en ronca trepidación de máquinas.

¡Yo te saludo en grito de igual angustia humana!

¿Fundirán tus crisoles los nuevos postulados? ¿Eres sólo un vocablo de lo industrial: la fábrica? ¿O también eres templo

de amor, de fe, de intensos anhelos ideológicos

y comunión de razas?... Yo dudo a veces, y otras,

palpito, y tiemblo, y vibro con tu inmensa esperanza; y oigo en mi carne la honda verdad de tus apóstoles: ¡que eres la entraña cósmica que incubas el mañana!

1927

Dejadlos con sus dólares, con sus billetes y su Wall Street.

Ahora somos los tristes de las ciudades y los campos.

Dejadlos con sus dioses y con su lujo:

sus dioses siempre fueron sordos a nuestras quejas,

y su lujo es prestado:

están vestidos con nuestra miseria.

También nosotros somos ricos;

pero nuestro tesoro nadie podrá quitárnoslo!

Y lo nuestro es la inmensa fragua del sol, y el canto del martillo,

y el gran tapiz del mar, bordado de peces, la fuerza múltiple del taller y la fábrica, el gesto rebelde, la esperanza, y el músculo.

Y lo nuestro,

es el dolor de los que sufren... y esperan!

Llegarán los grandes días

como monedas nuevas rodando sobre la vida,

y entonces nuestras manos se colmarán de júbilo!

Dejadlos hoy, hidrópicos de oro,

que lo nuestro nadie podrá quitárnoslo!

Y lo nuestro es la tierra inmensa, toda madura de anhelos y florecida de crepúsculos.

Y lo nuestro

es la gran hoz del viento,

que va segando en la mañana racimos de futuro!

1927

Como forjamos el hierro forjaremos días nuevos. Sudorosos y fuertes, descenderemos a lo profundo y arrancaremos a sus entrañas las nuevas conquistas Ascenderemos a las montañas, y el sol nos llenará de su vida:

seremos pedazos de sol!

Forjaremos otra vida grandiosa y humana; la eternizaremos con un potente esfuerzo unánime. Y bajo el ojo virgen de los amaneceres, cantaremos a la fuerza creadora del músculo y a la armonía fraterna de las almas.

Muchos,

y seremos sólo uno.

...Para el gran canto sólo tendremos una voz.

Cantaremos al hierro, a la belleza fuerte y nueva de la máquina.

Los yunques, los tractores

que violan a la tierra en cópula mecánica;

la turbina, el dinamo;

la fuga infinita de los rieles

—sistema venoso de acero por donde circula la vida. Los canales de luz de los cables eléctricos —células cerebrales del mundo donde vibra la fuerza.

Cantaremos al hierro porque el mundo es de hierro,

y somos hijos del hierro.

Pero estaremos sobre la máquina.

Un sentimiento nuevo surgirá en nuestros pechos, y será tan inmenso,

que para amarlo se hará la tierra un corazón. ¿Dónde estará entonces nuestra amargura? ¿Dónde estos días miserables, inválidos?

Como forjamos el hierro forjaremos otros siglos.

Enjoyados de júbilos,

los días nuevos nos verán

musculosos y fuertes desfilar frente al sol.

Vendremos de los campos, de las ciudades, de los talleres: cada instrumento de trabajo será como un arma —una sierra, una llave, un martillo, una hoz—; y ocuparemos la tierra como un ejército en marcha, saludando a la vida con nuestro canto unánime!

¡Llamea, llamea, llamea!

Más viva, más densa, más roja, más alta...

¡Más ágil, más ágil, más ágil!

Porque en esta noche de la tierra esclava, hijo de los hombres, ha nacido el Hambre.

Reyes de la noche de los infortunios,

vamos a ofrendarle los amargos dones:

el grito, la angustia, y la mirra ardiente del ansia.

¡Llamea, llamea, llamea!

Hasta que en el mundo sea una estrella nueva tu llama.

Y la tierra toda sepa que ha nacido

en la rica cuna del odio,

entre la miseria y la ira,

nuestro hermano el Hambre.

Se caldea el hierro para nueva forja, y sobre los yunques, mandarria y martillos cantan aleluyas de músculos.

¡Llamea, llamea, llamea!

Más viva, más densa, más roja, más alta...

¡más ágil, más ágil, más ágil!

Que bajo los cielos sin dioses,

en un gran pesebre de injusticia humana

ha nacido el Hambre.

Yo he de vivir en ti...! Cuando nuestras manos sean polvos de luz en el aire, y nuestras bocas estén desnudas de palabras, y nuestros ojos lejanos ya no roben paisajes, viviremos en ti en un aliento de eternidad.

Será una mañana, una tarde, o en una noche cualquiera

de la de los rebaños de los días futuros;

cuando en las calles las mujeres

besen a los desconocidos en la explosión del júbilo;

o al doblar de una esquina,

en los espejos de las bayonetas;

o en las llamas de las pupilas,

cuando bajo los astros las nuevas masas canten.

En un beso de amor, una gesta guerrera, o en un grito de vida, de algún modo sobre el mundo se asomarán nuestras imágenes.

Desde nuestras oscuras cárceles del presente nos desdoblamos hasta ti, momento futuro.

Y nuestras manos, en plenitud cordial,

te lanzan en fragmentos de cantos pedazos vivos de nuestras vidas a través de la noche en que el viento abanica el paisaje.

Estaremos en ti, porque no moriremos;

porque te sentimos hasta el dolor en nuestras carnes!

Viviremos en el gesto musculoso de los que te forjen

y en el potente aliento de los que lleguen!

Estaremos en ti en el gran grito unánime!

Cuando desborde el canto o el beso de júbilo;

o cuando el gran poema del triunfo canten las bayonetas;

o cuando millones de brazos gigantes construyan lo nuevo;

en el taller o en el tumulto!

Y aunque nuestras manos ya sean polvos de luz en el aire, y nuestras bocas estén desnudas de palabras,

y nuestros ojos lejanos ya no roben paisajes, como un gran grito de eternidad,

también, junto a las de mis fraternos compañeros de sombras, en alguna ventana de la vida se asomará mi imagen.

Una mañana clara cantaba en lo infinito. ¡Una mañana clara! ¡Una mañana clara!

Un paisaje de ensueño perdido en la distancia;

verdor sobre ciudades musicales de nidos;

alba de espuma el mar;

en las rosas, oro pálido;

remolino en el viento;

colgando de tu boca,

tu voz, fragante y cálida como un fruto encendido, perfumando el silencio;

panal dorado abriéndose a la sed de mis labios, goteando entre mis dedos sus palabras de música.

en la mañana clara, en la mañana clara, un humano temblor cantando en lo infinito.

¡Oh, dicha que pasaste como nube en el viento! La barca iba cantando por un cielo de agua, danzando al sol naciente; olas ebrias saltaban junto a la quilla, y en las ondas azules,

como flechas fugaces el nácar de los peces.

Todo era claro, todo azul en el sueño.

Y todo fugitivo y cambiante en el tiempo. ¿Era el futuro? ¿Fue allí el pasado?

Igual que una acuarela, colgada de los días, todo allí estaba hecho de ayer y de mañana, y era también presente.

¿Desde qué cielo oscuro descendió la tiniebla?

Grité... y mi voz se hizo llanto.

Lancé mi anhelo al viento, desesperadamente...

Y mi anhelo, desnudo fue en la fuga del viento. Pasaban tempestades de incendios y de voces,

y todo se hizo sordo, amargo, pétreo, negro. Mis ojos se anegaron en una espesa angustia... y hubo un morir sin eco de muerte sobre muerte.

Naufragaba en la noche; me arranqué de mí mismo;

tú misma ante aquel viento te fuiste haciendo ausente. Floté sobre las aguas como un desgarramiento, y en las olas perdiose mi amor, como un juguete.

Mas la mañana clara, mas la mañana clara,

a pesar del morir de rosas,

de la fuga de alas,

del dolor de los sueños,

de aquel morir de muerte,

me quedó siempre adentro,

cantando adentro siempre!

Y ahora vuelves, despiertas, renaces... Etérea, dulce, grácil,

carnal y musical, riente; toda entrega, madura, grávida de tus mieses; plena de goces, de cantos, de imágenes, de ritmos; humilde, fresca, trémula como una brizna leve.

¡Ah, este naufragio! ¡Este naufragio!

Ahora que voy sin voz, sin pupilas, desnudo,

cuando llevo entre algas prisioneras las manos.

Cuando en esta agonía del canto ya no quedan

rosas para los ojos,

alas para los sueños,

mieles para las bocas.

¡Cuándo ya para el beso se han quemado los labios! Mas, ¿desde cuándo naufrago? ¿Cuándo fue aquella fuga del vuelo y aquel morir de muerte?

Yo no sé en qué fragmento del tiempo me he perdido. Ignoro si hace un año, si hace un día, si quizás hace un siglo, si sólo fue un instante, y en un instante acaso si viví lo infinito!

Yo no sé si fue un sueño, si esto existió algún día; si ahora tal vez lo vivo o si sólo es un sueño. Si esta canción me llega como una despedida o como eterno anhelo, y locamente estrofas fugaces voy regando en las aguas del tiempo.

Tal vez no partí nunca.

Quizá si siempre estuvo esta mañana clara

llenándome los ojos,

cantándome en las manos

como el rumor dichoso del agua que va y vuelve; y tú, soñando en ella, corrías encantada; y yo, sin descubrirte, ausente; y bebiéndote estaba con mis labios sin músculos... Y andaba por el mundo buscándote, soñándote, llorándote como perdida siempre.

¡Pero ya que te encuentro...!

¿En qué país te encuentro?

¿Estás en el pasado o el presente

—que es ya futuro, fuga,

ahora mismo ha llegado y ya se pierde?

Te soñé en muchas aguas, te besé en muchas bocas;

en playas extranjeras busqué tu concha ardiente; te presentí gozosa, riendo en muchas risas; en otros senos cálidos te perseguí mil veces;

pero estabas ahí, en mí mismo, escondida —río que va y regresa cantando de la muerte—, eterna en mi canción, única siempre!

¡Pero ya que te encuentro...! ¡Ah!... ¡Llegas! ¡Llegas!

Te siento al fin —¡canción de tu presencia!—, eternizada en mar, en tierra y cielo.

Recoge estos despojos, este morir de muerte;

lava con aguas dulces mis ojos, mis cabellos;

haz palpitar mis sienes,

limpia de sal mi boca...

aún guarda un canto que no he dicho

—nunca encontré palabras para decirlo—;

lo sembraré en la tierra profunda de ti misma

que está cantando al viento más hondo que mi muerte.

En la tierra que sueña, que en ti está, que en ti grita, madura de simiente y de mañana

—¡canción sin fin, río eterno hacia el mar, árbol de ensueño y vida!—; amor que hace infinito el grito de la arcilla...

Y en tu canción, cantando iré al futuro, yo, con mi voz eterna, desgarrando de gozo tus entrañas.

Tierra tú de mi amor.

Tierra en que encuentre

ancha voz para el mundo;

cantos para los hombres;

alas para llegar en vuelo a lo infinito;

pupilas luminosas para incendiar crepúsculos;

manos que se hundan en ti, en tus dolores cósmicos,

en tus sueños, en tus carnes, en tus mieses,

se nutran, infinitas, de tus jugos,

se agiten, como espigas, en tus cabellos,

y en el alba del mundo el campo siembren.

Sé tú la tierra!

Y renaceré en el polvo, y en la luz, y en el agua, y en las ramas, con voz de vida y muerte!

¡Oh esplendor! ¡Oh esplendor luminoso de esta mañana clara, de esta mañana clara! Naufragio de los días, de los sueños lejanos. Naufragio de mí mismo en las aguas amargas.

En mi pupila ayer cantaba una mañana... ¡Una mañana clara! ¡Una mañana clara! Pasó un viento, un viento... ¡un viento pasa siempre!

¡Una mañana clara cantaba en lo infinito! Llegaron días turbios,

y sueño y vela y vida se hicieron sombras, sombras... Tú misma, en la agonía, te fuiste haciendo ausente. Pero sobre mi vida cantaba una mañana... ¡y una mañana clara cantando está en mi muerte!

Asalto al cielo - Antología poética
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