Bulgaria, 1898 ࢤ 1923

¡Hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo! Al abismo sin sol descended, donde cuerpos con frío y trabajo van curvados pared tras pared; donde el músculo férreo se tensa y su golpe resuena en clamor de tiniebla terrible e inmensa por los días de luz y de sol, por hallar libertad y reposo, aire, espacio, calor, vastedad. Hacia abajo, hacia abajo, hacia el pozo del abismo siniestro, ¡bajad!

Descended a la entraña más ciega de la tierra, esa madre rapaz, donde hermanos esclavos navegan en un mar de perpetua oquedad, y tu lámpara pobre allá abajo clara estrella en la mina será, y en el templo brutal del trabajo con sus rayos nos alumbrará esos valles de lágrimas densas donde días y noches no hay. Hacia abajo, hacia abajo, a la inmensa soledad del abismo, ¡bajad!

Allí siglos y edades remotas

capa y capa tras capa a poner

han venido, infinitas, ignotas,

que a nosotros nos ven por doquier,

que la vida tejió de hoja en hoja

en alfombra de piedra al crecer,

que están frías como la congoja

pero en fuego y en humo han de arder.

Descended y con mano certera destruid, derribad, removed, quebrantad esas capas arteras, ¡y a las almas esclavas también!

Y en el horno feroz de la lucha arrojad ese negro montón

y aguardad el momento en que surja entre nieblas de plomo el ardor, brillen ríos de chorros de fuego y olas rojas, como un nuevo mar, en embates violentos y ciegos brotarán desde todo lugar, y entre un cúmulo de resplandores esa tierra hervirá y arderá con sus fuegos y fuegos y ardores, ¡y una lluvia de chispas habrá!

Versión: Desiderio Navarro y David Chericián

En un alba luminosa con nueva fe como antorcha, orgullosos escuadrones de valeroso tropel se acercan y aves rapaces tal las águilas terríficas caen y esparcen el estruendo de las salvas a granel.

Desplómase en tierra muerto, alcanzado, algún guerrero, y con sus últimas fuerzas relincha, se alza un corcel, azorado se detiene pero alcanza de repente la impetuosa marcha del unánime tropel.

Sus melenas desplegando sobre los segados campos como las ventiscas pasan escuadrón, tras escuadrón. Bajo los cascos el polvo levantan en nubes grises y opacan el horizonte con broncíneo resplandor.

Adelante, junto a sauces resuenan armas ocultas: pecho con pecho se encuentra; la fría trepidación de los aceros estalla, la tormenta despiadada y ola sangrienta... y de nuevo emprende cada escuadrón.

¡Emprended vuelo, escuadrones! Vuestro ímpetu millones de miradas ya contemplan con esperanza y amor. Hoy el mundo se levanta su ruda diestra apretando, estremecido por vuestra victoriosa invocación.

Que entre sorpresa y espanto desplome cada edificio de la injusticia terrena y encuentre la humanidad en su clamor sofocado, tras las puertas entreabiertas, muertas las viejas quimeras de las leyes sin piedad. ¡Ah volad entre masacres y lluvias de ígnea metralla, vosotros de días sin nubes el furioso precursor!

¡Con relámpagos y estruendos anunciad las orgullosos oleadas rojas de esclavos rebelados, en acción!

Y cuando enlazada en llamas se desprenda en las cenizas la piedra postrer de vieja y corrompida mansión, descended de los corceles, besad la tierra, y el reino sobre el mundo instalad de justicia eterna y amor.

Versión: Pedro de Oraá

Esto es la calle, esto, la calle populosa

que ríe a carcajadas y que llora en los miles

de transeúntes que a diario, como truenos civiles,

leen su poesía tenaz, maravillosa,

en la que cada verso es un sangriento tajo

que ha inscrito golpe a golpe el cincel del trabajo

sobre el mármol oscuro de las humanas penas;

esto es la calle, a cuyo grito la vida airosa

de mil rostros da oído, y así, vertiginosa,

arrastra nuevamente sus pesadas cadenas...

Cuando el amanecer violeta se distiende

con su fresca pereza, o en el azul ceniza

de la tarde, en las grandes sombras de ociosa prisa

que despliega la noche y despaciosa extiende:

sobre la calle siempre la vanidad embate,

un corazón de miles allí siempre así late,

un estruendo cercano y un lejano sonido

se entrelazan: disparos, y risas, y alboroto,

y la rutina diaria llena de polvo roto,

y el eterno afán mudo, ahogado en férreo aullido.

Esto es la calle, esto. Luce tan impotente

y tan paciente... Pero tan pronto el gris hastío

se sobresalta y una vestimenta de brío

se pone, fuego púrpura como una lava ardiente,

se echa sobre sus hombros de piedra, en cuanto a aullar

comienza la tormenta y a tronar, y a azotar,

en el oscuro abismo de horizonte profundo

las estrellas detienen su eterno curso alado

y presta oído el mundo, ya tranquilo y calmado:

¡Esto es la calle, esto que hoy habla a todo el mundo!

Versión: David Chericián

Asalto al cielo - Antología poética
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