México, 1914 ࢤ 1982

Pequeña mártir, tú, Lídice desgarrada,

llanto de fiebre y pólvora, de espanto desangrado,

diezmada flor de luto,

Lídice de sollozos y penetrante angustia,

calosfrío del paisaje de cenizas y cruces.

¿Qué pueden ser tu cielo y el meridiano donde

la sangre es una llama y la muerte una estela?

Eras pura y severa, Lídice solitaria,

Lídice de mineros, parientes fidedignos del metal;

eras tendido abrigo para el recio antinazi

que en la noche, en el día, desde sus mismas venas

disparaba y mataba.

Pequeño pueblo muerto, orquídea mutilada, arrasada por sorda fusilería de crimen, hermana de las dulces aldeas de Yugoslavia que han caído incendiadas.

Lídice: diez de junio es tu gloria y tu símbolo.

Diez de junio de rabia, de rencor sin remedio,

de odio y furia infernales.

¡Cómo suena tu nombre de flor maravillosa,

de geranio y clavel, de violeta marchita,

de alto y débil desnudo frente al paisaje roto!

Pero cierra los ojos y escucha, cercenada,

cómo hay en todo el mundo un aliento de vida,

una voz de esperanza,

un grito de terrible y concreta victoria.

Mira que tu substancia, tu esencia derrotada,

se alza en los Grandes Lagos,

junto al Mississippi,

donde una aldea hermana ha tomado tu nombre, tu perfil de muchacha, tu cuerpo atravesado. Y mira, en otro valle de inhumana belleza, al pie de las montañas también, Lídice mártir, tu sangre encuentra cauce para soñar sus frutos. Estás en nuestro seno, Lídice americana, Lídice mexicana.

Para ti, flor de muerte, de vida y de martirio,

nuestra tierra es un canto, nuestro amor es un puño y nuestro corazón sobre tu tumba, ¡Lídice victoriosa!

Andaba suelta la amarilla muerte de ciegos ojos,

de ciegos ojos la amarilla muerte andaba suelta.

Agrios pasos azules en medio del follaje y el fango.

Agria y espesa muerte buscadora, mortalmente buscona.

Gran muerte, grande y maldita muerte, feroz perseguidora.

Andaba suelta aquella muerte tuya, aquella dentellada,

aquellas balas, aquel verde-gusano de las boinas verdes.

Suelta andaba la muerte aquel día de las balas

y tus pies lastimados y tus cabellos ultrajados

y tu reseca voz de follajes malditamente mutilados.

Si dijiste Déjenme vivir. Para ustedes

valgo más vivo que muerto, te respondieron las blasfemias

y las hojas más altas de los pinares volaron al cielo,

porque siempre te cuidaba una parvada de palomas

y tus palabras de amor eran orquídeas y mariposas

para la sintaxis impecable de nuestro claro porvenir.

Andaba suelta como una jauría aquella muerte tuya,

Che Guevara. Suelta andaba con sus pasos de plomo.

Con sus pasos de plomo suelta andaba la muerte, Che Guevara.

Había plomo en la boca del delator y del traidor,

y barranca arriba subía un río de plomo y de miedo.

La boina verde andaba a la caza de la orquídea salvaje

y el helicóptero buscaba con furia a la mariposa.

Aquella muerte verdinegra te asediaba en la escaramuza

y en los hombres tuyos prisioneros y torturados.

Por el hocico del gorila salía la negra muerte

y era tu muerte lo que sudaban los mercenarios.

Los ríos llevaban en su lomo la espuma de tu muerte

y había sangre tuya en las heladas cresterías.

Ya te teníamos muerto en nuestras venas de agonizantes

y una noche la guillotina nos cortó el habla y el sueño.

Te sabíamos rodeado, aislado, enfurecido y triste

como el último capitán de nuestra esperanza,

Che Guevara. De aquella esperanza de dulces verdes

bolivarianos, de verdes mexicanos y de verdes hermanos.

Las pequeñas y grandes patrias se estremecieron

con los irremediables disparos que te dieron la muerte,

y luego, dicen, te cercenaron los dedos,

y después, asegura el sanguinario mayor, te llevaron

a lo desconocido para quemar tu cuerpo

y convertirlo en las cenizas infinitas de nuestro amor,

Che Guevara cargado de la muerte de los siglos,

Che Guevara padre e hijo de la independencia,

nieto de todas las libertades de todo el mundo,

forjador de poemas, hacedor de futuros.

Así que aquella muerte te encontró, la encontraste,

y así las balas te lastimaron de muerte

y una selvática oscuridad recorrió cordilleras, colinas,

pampas, llanuras, desiertos, bosques, mares, ríos...

Oh comandante herido y muerto, oh comandante llorado

hasta no sabemos, sí sabemos cuándo y a qué hora.

En la precisa hora de tu muerte sonó la hora de nuestra libertad.

18 de noviembre de 1967

Bajo tus pies la nieve se hizo llanto, bajo tu desgarrada piel y tus ojos con fiebre crecieron los sollozos, los cristales del odio penetraron tu carne de doncella del triunfo. Bajo el ciclo de invierno, una mañana, fuiste un árbol,

un árbol de tortura y de martirio,

árbol de los incendios,

árbol puro, árbol de la venganza.

Bajo ese fuego, Tania, bajo tu propia sed, sigue, elevado, el luto, y sigue, arrollador, el paso de tus hombres, de los tanques y de los guerrilleros, tus hermanos, Bajo tus pies, doncella, la nieve se hizo llanto.

Venían por ti los lobos. Te encontraron,

te mutilaron y arrancaron la voz,

te azotaron, los nazis.

Y luego, por el frío, por las calles,

tus pies abrieron surcos.

(¡Tus pies desnudos, Tania!

¡Tus dieciocho años, Tania!)

Pero sobre esos surcos, como de tus heridas, cayó, como bandera, la semilla sagrada. Bajo tus pies de cálida locura, bajo aquel brusco cielo de Petrishevo, Tania, la nieve se hizo llanto,

y del llanto,

como de un despertar de cuchillos con sangre, nació, como ascendiendo, el sentido del odio.

De sol a sol digamos esta noble oración,

esta turbia oración entrecortada,

por Tania, doncella comunista ahorcada por los nazis:

«El odio, en este día o penumbra, no ha caído del cielo, sino del vasto y ciego vértigo donde los ojos del soldado revelan el calor de la amarga ceniza, el fruto amargo del helado heroísmo.

Si el odio viniese del cielo,

como apunta el rastreador de espíritus,

no habría por qué decir, entonces,

que el hombre es una agonía en pie

o que la tierra es fértil

gracias a la lluvia verdinegra del odio.

Pero el odio, por suerte, no ha caído del cielo.

La ventana se ha mantenido cerrada

desde la hora del primer hombre asesinado.

Por eso el odio ha llegado con machacada lentitud

de bestia, con apagado zureo de paloma herida,

con un suave batir de alas en derrota.

Así ha llegado el odio,

petrificándose,

originándose, fiero, en un lago de amor, llameando, raspando la piel, yéndose a fondo.

¡Odio, odio fiel!

¡Odio perfecto! Respiración, sacudimiento.

Odio a la terrible mentira y al saqueo,

odio al devastador y al incendiario,

odio petrificado, odio purificado,

odio por centenares de razones y sangre.

Odio maravilloso cuando hay, en el lodo y la nieve,

una lágrima fresca y un niño degollado.

Y cuando de una horca de sombrío destino,

como campana victoriosa pende

el cuerpo de una joven guerrillera».

Asalto al cielo - Antología poética
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101_split_000.xhtml
sec_0101_split_001.xhtml
sec_0102_split_000.xhtml
sec_0102_split_001.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml
sec_0128.xhtml
sec_0129.xhtml
sec_0130.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_000.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_001.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_002.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_003.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_004.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_005.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_006.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_007.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_008.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_009.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_010.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_011.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_012.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_013.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_014.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_015.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_016.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_017.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_018.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_019.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_020.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_021.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_022.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_023.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_024.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_025.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_026.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_027.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_028.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_029.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_030.xhtml
notas_a_pie_de_pagina_split_031.xhtml